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Horacio Ferrer y los Nuevos Realismos

Exposición / Torreón de Lozoya - Caja Segovia / Plaza de San Martín, 5 / Segovia, España
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Cuándo:
11 jul de 2008 - 31 ago de 2008

Comisariada por:
Javier Pérez Segura

Organizada por:
Caja Segovia

Artistas participantes:
Horacio Ferrer
Etiquetas
Pintura  Pintura en Segovia 

       


Descripción de la Exposición

Las obras proceden de colecciones particulares de Madrid, Palma de Mallorca y Zafra (Badajoz), así como del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Diputación Provincial de Córdoba, Museo de Bellas Artes de Valencia y Casa de Córdoba en Madrid. Comisario: Javier Pérez Segura.

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Esta muestra permitirá descubrir el arte de uno de los pintores españoles del s. XX menos conocidos para el gran público pero, al mismo tiempo, más interesantes, ya que su obra encarna con bastante fidelidad los diversos caminos del arte moderno en España durante la primera mitad del siglo.

Tales parámetros nos son ofrecidos en la obra de Horacio Ferrer ya desde su formación, en la que combinó el aprendizaje de tipo académico con otro autodidacta en el que sin duda tuvieron incidencia sus frecuentes visitas al Museo del Prado y sendas estancias en París en 1917 y en 1927. A finales de los años veinte y, sobre todo, durante los primeros de la década posterior, su estilo madurará en la dirección de un naturalismo cada vez más riguroso, desembocando finalmente en el fenómeno de los llamados “Nuevos Realismos”, la figuración renovada que, lejos de las formulaciones tradicionales, primó en toda Europa en el periodo de entreguerras. En los libros que formaban su biblioteca podemos reconocer las inquietudes de uno de esos figurativos modernos, bien al tanto de lo que entonces estaba ocurriendo en la plástica europea, asiduo lector de revistas italianas, alemanas y francesas, así como de monografías sobre pintores foráneos como Sironi, Funi, De Pisis, Orozco…, o nacionales como Picasso, Sunyer o Romero de Torres.

Durante los años treinta se pudo contemplar su arte en diversos Salones de Otoño y Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, así como en el seno de agrupaciones de arte moderno, como los llamados Artistas de Acción (1932 y 1933). Más tarde, una beca de la Junta de Ampliación de Estudios le permite emprender el gran viaje de su vida, a Italia (1934-1935), del que vuelve con su estilo de madurez. Cuando empieza la guerra, ese nuevo realismo se verá cargado de connotaciones sociales y políticas, las que definen sus dos obras principales del periodo, los lienzos Aviones negros (Madrid, 1937) -obra que, perteneciente al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, estuvo presente en el Torreón de Lozoya en la exposición “Vanguardias”- y Éxodo -en el Deutsches Historisches Museum de Berlín-. Miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, trabajará al mismo tiempo en decenas de ilustraciones para revistas de trinchera, así como en folletos y carteles. Con ese activismo tan acentuado a favor de la Segunda República, no es de extrañar que cuando en 1939 el régimen franquista inicia su andadura, Ferrer opte por una suerte de “exilio interior”, alejándose al máximo de la escena pública.

Durante el tercer cuarto de siglo destaca su trabajo como restaurador y decorador en numerosos edificios públicos, oficiales o privados, como el monasterio de las Descalzas Reales, el Valle de los Caídos, la ermita del Palacio de El Pardo, la iglesia de San Francisco de Borja, el Teatro Lope de Vega o el Circo Price (todos ellos situados en Madrid, capital y provincia). Pero sin duda otro de los grandes atractivos de la muestra es la que indaga por primera vez en profundidad sobre los dos encargos que realizó dentro de la provincia de Segovia. A mediados de los años cincuenta restauró y pintó de nuevo el fresco de la bóveda sobre el coro de la Colegiata de La Granja de San Ildefonso, que había sido obra original de M. S. Maella, a fines del s. XVIII y que se perdió en el incendio del Palacio. Poco tiempo después pinta la enorme superficie, cerca de 150 m², que tiene el techo del Salón de Recepciones, del palacio de Riofrío, con escenas de caza inspiradas en el arte barroco del norte de Europa. En general suponen datos totalmente desconocidos para el público y el especialista, lo que subraya las abundantes aportaciones científicas de esta exposición. Se une así el nombre de Horacio Ferrer a esa línea de trabajo que, dentro de la programación expositiva del Torreón de Lozoya, trata de recordar el paso por la capital y la provincia de Segovia de gran cantidad de creadores que han desempañado un importante papel en el arte contemporáneo español: Joaquín Sorolla, Cecilio Plá, Juan Genovés, Ignacio Zuloaga, Manuel Hernández Mompó, Benjamín Palencia, los hermanos Zubiaurre, Solana, Vázquez Díaz, Aniceto Marinas, Darío de Regoyos, Esteban Vicente, Núñez Losada, Emiliano Barral, Sotomayor, Carlos Sáenz de Tejada, Fernando de Amárica, Eugenio F. Granell, Emiliano Barral, Mariano de Cossío, etc.

La muestra, que ha sido comisariada por Javier Pérez Segura, profesor de Historia del Arte Contemporáneo de la Universidad Complutense de Madrid, reúne 75 piezas, de las cuales en torno a 50 son óleos y el resto dibujos, grabados y litografías. Tan importante número de obras obedece a la entusiasta colaboración de coleccionistas particulares de Madrid, Palma de Mallorca y Zafra (de entre las que destaca el importante legado familiar), a las que se unen instituciones como el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Museo de Bellas Artes de Valencia, la Casa de Córdoba en Madrid, la Fundación Pablo Iglesias o la Diputación Provincial de Córdoba. La instalación en el Torreón de Lozoya permitirá realizar un doble itinerario, cronológico, por un lado, pero también temático y por géneros, caso del retrato, el desnudo, el bodegón o el paisaje, recuperados y reivindicados por estos Nuevos Realismos.

El retrato es, sin lugar a dudas, el gran género de Ferrer. De hecho, las obras más antiguas del artista que conocemos son algunos dibujos y óleos que se centran precisamente en el retrato. Los primeros de cierta entidad pertenecen a la línea del naturalismo que estaba renovando la pintura española más academicista. Después, a comienzos de los años treinta, resurge con fuerza su figuración moderna y lo hace principalmente a través de retratos como los de La pequeña salvaje y Retrato con bañistas, muy en primer plano sobre un fondo difuminado, o los que realiza a su hija, Carmen, que había nacido en 1922.

El género del desnudo para Horacio Ferrer fue sobre todo un diálogo íntimo con su modelo por excelencia, María, su esposa. La vemos así por primera vez en Desnudo en un interior (1935), cuando nos sorprende su humanidad, su carnalidad, también su cotidianeidad. De ese mismo periodo, realizados durante su estancia en Italia (1934-1935), son los tres grandes dibujos preparatorios para el proyecto Mujeres en la fuente, o el titulado La danza. Son desnudos más geometrizados, de otras mujeres sin duda, entendidos como mera articulación de formas y gestos.

Hacia finales de los años veinte realiza sus bodegones más tempranos, pero es en la década siguiente cuando analiza con más detalle las relaciones que se establecen entre los objetos. El caldero de cobre (c. 1934), Bodegón con besugos y limón (1935-1936) y Bodegón de la lata de sardinas (1936) son claras interpretaciones en clave de nuevos realismos, tanto por el punto de vista, en picado, como por el grado de construcción de las formas y de fidelidad a las texturas.

La sintonía con los Nuevos Realismos se expresa a la perfección en otras obras importantes de su producción como Madre Tierra, María con vestido azul, Niños tocando música o Madrid 1937 (Aviones negros), pintado en abril de 1937 y seleccionado al poco tiempo para ser expuesto en el Pabellón de la República Española en la Exposición de Internacional de las Artes y las Técnicas en la Vida Moderna, de París (1937), donde fue muy alabado por la crítica y el público. Allí compartió escenario con obras de Picasso (el Guernica), Miró, Julio González, Alberto Sánchez o Alexander Calder.

El paisaje permite también apreciar la evolución del artista, siendo su punto de partida el naturalismo. A comienzos de los años veinte realizó varios, todos de pequeñas dimensiones, que están definidos por la espontaneidad de la pincelada y por la elección de colores claros y luminosos. Son tan inmediatos que parecen apuntes y no lo que en realidad son, obras acabadas.

A través de este discurso desdoblado –cronológico y temático- el espectador podrá apreciar con claridad el desarrollo pictórico del artista y los diferentes grados de acercamiento al modelo real: simbolismo, naturalismo, nuevos realismos, realismos comprometidos políticamente y, ya en la postguerra, figuración teñida de nostalgia, donde quedaría impresa para siempre la huella del tiempo tan extremo que vivió.


Imágenes de la Exposición
Retrato de María, 1942

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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