Exposición en El Toboso, Toledo, España

Homenaje al Quijote

Dónde:
Sala Domus Artis / Molinos de Viento / El Toboso, Toledo, España
Cuándo:
14 nov de 2008 - 04 dic de 2008
Organizada por:
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición

Empresa valiente la de lidiar con semejante torrente de imágenes literarias, que en Cervantes cobran vida intensísima a poco que avancemos en la lectura de alguno de sus textos. Como Quijano, también Rafael Cerdá ha sido poseído por la hidalguía y por los libros de armas y de caballería, nobles ocupaciones de aquellos años oscuros de hierro y fuego, tiempos de violencia recurrente en que, también hoy, parece debatirse la humanidad. Alonso Quijano, cautivo del deber y lastrado por la tradición, pretende vivir como real lo que sólo es ficción -llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros-. El Quijote ciertamente no es un libro de caballería, sino los anales -también la contracrónica- de lo que como consecuencia de la lectura al lector enajena; Quijano somos cada uno de nosotros al ejercitarnos en el oficio como lectores, a los que Sancho redime constantemente desde ... el mundo de lo real, posicionado en el dominio vital de la praxis. La historia del Quijote es la crónica de un ideal insoslayable, de una fatalidad de la que uno no puede liberarse; como Judas, Don Alonso cumple puntualmente su papel en la historia, y la propia del caballero de la triste figura se hace grande en nuestro interior, al socavar los genuinos cimientos de lo que la misma historia espera de cada uno de los individuos que la forjan.

 

Desde 1605 la obra literaria se fue haciendo monumental, al tiempo que apilaba en torno a sí un cúmulo de imágenes gráficas y plásticas paralelas, que fueron adquiriendo diferentes significaciones, de forma que el mito fue forjándose desde un principio. Hacia 1620, en la residencia estival de María de Médicis, emplazada en el Castillo de Cheverny -próximo a Blois-, Jean Mosnier realiza una temprana serie de composiciones inspirada en distintos pasajes del Quijote, para decorar mediante treinta y cuatro paneles dos galerías y un pequeño corredor. La primera edición ilustrada se publicó en Londres, en 1738, incluyendo sesenta y siete grabados de Vanderbank, a los que siguieron en esta misma centuria las frescas e ingeniosas realizaciones de William Hogarth. También en la Francia de la segunda mitad del XVIII Fragonard se dejó cautivar por el poliédrico perfil de nuestro personaje. En España, el primer autor que abordó una serie en torno al Quijote fue Cristóbal Valero, nacido en Valencia a principios del siglo XVIII. La popularidad alcanzada por la obra literaria motivó la realización de secuencias y colecciones completas dentro de la especialidad del tapiz, destacando entre ellas las de Gobelinos y las de las fabricas de tapices de Santa Isabel y de Santa Bárbara. Es oportuno reseñar que un autor tan solvente como Francisco de Goya fue rechazado como ilustrador por la Real Academia Española para la edición que la institución abordó en 1780, aunque, por fortuna, el genial creador de Fuendetodos nos legó algunas realizaciones de su cuño sobre el personaje cervantino. En el romanticismo inglés convendría destacar los trabajos realizados sobre el tema por C.R. Leslie, así como las personales interpretaciones que elaboró John Gilbert. En Francia, el magnífico litógrafo Celestino Nanteuil ilustró con cuarenta y ocho estampas a color una de las ediciones de la obra, fundiendo elementos tradicionales hispanos con otros extraídos del repertorio del romanticismo. En esta cronología hemos de destacar la completa serie abordada por Gustave Doré, una de las más conocidas y celebradas por el público. También el más mundano de los pintores realistas, Honoré Daumier, se obsesionó en su vejez por el personaje, legándonos gran número de dibujos, pinturas y grabados igualmente inmortales e ingeniosas del hidalgo. En Italia, G. Fattori, el gran impresor de Livorno, realizó magníficos dibujos sobre el tema, así como F. Novelli y B. Pinelli, que ejecutaron amplias series en torno a la genial creación cervantina. En España, Moreno Carbonero ilustró una edición de 1889, ejecutando igualmente trabajos muy originales sobre la temática Muñoz Degrain, Jaume Pahissa, Carlos Luis de Ribera, Jiménez Aranda... y ya en el siglo XX, José Mª Sert o Pablo Picasso, quienes tampoco pudieron zafarse de la atracción de estos fascinantes protagonistas.

 

Rafael Cerdá, como Daumier, no pretende recrear escenas concretas, sino mostrar y sacar a colación con motivo de cada una de estas iconografías la compleja psicología de los personajes. De esta guisa se plantean interpretaciones sobre la obsesión por la lectura, en las que el rostro de Don Alonso emerge concentrado y absorto sobre una inestable pirámide bibliográfica; en otras se patentiza el silente diálogo entre estos protagonistas-arquetipo: no se trata de retomar la concepción romántica acerca de esta obra literaria, en la que Don Quijote se manifiesta como símbolo de las relaciones entre el individuo y la realidad; al contrario, el caballero y su escudero constituyen para Cerdá una misma unidad existencial, como el alma y la materia conforman una constatación fehaciente de la humana condición, y un reconocible trasunto de toda una larga tradición filosófica que desde los tiempos presocráticos -la esencia frente al cambio a que todo está abocado- fundamenta el secular desarrollo de la cultura en Occidente. Como esta ejemplar novela, aparente invectiva contra la mentalidad caballeresca de la nobleza española, el conjunto de obras recreadas por Cerdá es también transparente y sencillo: todo cuanto se nos muestra se comprende enseguida, pero igualmente podemos encontrar en cada uno de estos trabajos -como argumentara nuestro genial Ortega- tan grande poder de alusiones simbólicas a la vida como nunca en ninguna otra obra literaria reflejara escritor alguno. Esta tensión entre la simplicidad del esquema básico y la complejidad del placer que produce la lectura del texto cervantino -una de las razones fundamentales de la excelencia del Quijote, a juicio de Francisco Rico- afecta igualmente a las sucesivas lecturas estéticas -plasmadas mediante el despliegue de los recursos pictóricos- que pudiéramos vertebrar en torno a todos estos trabajos ejecutados para la ocasión por el pintor de Montoro. En este completo repertorio iconográfico figuran reconocibles las batallas plasmadas por Ucello, las libradas por el Cid Ruy Díaz, las hazañas de Palmerín de Inglaterra, de Belianis de Grecia, del Gigante Morgante, las gestas heroicas del Caballero de la Ardiente Espada, del ejemplar paladín Amadís de Gaula... aunque destacan persistentes e identificables en todo momento las efigies de Don Quijote y su fiel escudero. Las composiciones se resuelven mediante trazos agitados, muy expresivos y dinámicos, como corresponde a la recreación de tipos humanos en los que bulle el apasionamiento delirante de una enajenación vital. De igual modo que los personajes van metamorfoseándose a lo largo del texto, Cerdá nos muestra un repertorio poliédrico de los mismos, siempre fascinado por la excepcionalidad y a la par singular humanidad de ambos protagonistas. En muchas de estas composiciones se recorta la pura silueta de los personajes sobre el albor de una luz hiriente y conceptual; las figuras deambulan por una dimensión desprovista de horizonte, siendo ellas mismas las que con sus contornos generan el propio espacio pictórico; son éstas obras emparentadas con fórmulas de trabajo próximas a las del románico, a las que el artista incorpora una texturación personal de los fondos, ese mismo recurso que el tiempo -como argumentara el genial Goya- acabará por sobreañadir a toda realización, tomando parte activa en el proceso definidor de la obra pictórica. De esta serie podemos destacar con especial énfasis las valientes interpretaciones con que el artista recrea el semblante de Don Alonso, desplegando un amplio repertorio de recursos que nos llevan desde el expresionismo a la abstracción: rostros poseídos por la humana incertidumbre de la idealidad, en los que bulle y se hace reconocible esa lucha interior entre una actitud vital de rango imaginativo y la cruda constatación de la realidad a través de lo mundano. Otras interpretaciones priman los valores meramente plásticos, como Quijote altivo o la titulada Caída, una de las más interesantes del conjunto, en la que el seccionamiento parcial de la figura y de lo representado confiere un dinamismo y dramatismo extremos a la acción. En algunos trabajos se ajusta la concreción formal a una gama de requerimientos pictóricos al extremo limitada, haciendo uso el artista de craquelados o de rotundas manchas de color para resolver con absoluta solvencia plástica y extrema elegancia. El valor de lo epigráfico, el signo y su significado, ese difícil oficio de crear imágenes mediante los recursos propios de la escritura, ha sido convenientemente valorado por Rafael Cerdá en su repertorio iconográfico; así, quedan incorporados al soporte textos sobrepuestos, rótulos, collages con imágenes... que patentizan en todas estas realizaciones plásticas el homenaje a la bibliofilia cervantina, así como en otros muchos de estos trabajos la construcción del cuadro se vertebra mediante una manifiesta proclividad hacia el dominio de lo gráfico, mitigando con anuencia -o incluso postergando- toda constatación de arbitrios cromáticos.

 

Quijote y Sancho en la niebla o Quijote en la noche plasman la perseverancia de los personajes y su vigencia en el tiempo, sumergidos en un espacio pictórico opaco, espeso, habitado por lo que nos sobrecoge... imagen ideal de lo absoluto.

 

 

 
Imágenes de la Exposición
Rafael Cerdá

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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