Olas de plata
Es agosto de 1987 y, como cada año, cambio por un mes de mar y de ciudad. Dejo mi Mediterráneo por el Atlántico, mi Cartagena por Rota. Nuevos aires y nuevas energías. Mis queridas hijas, ya casi adolescentes, adoran la playa, con todo su sol, su arena y su agua. Imposible sería que yo no las acompañara con el fin de velar por el cuidado de las mismas, por mucho que aquella arena pegajosa y aquel calor insoportable me produzcan escalofríos. Y no lo digo por esta hermosa playa roteña a la que tanto quiero; sencillamente es por mi animadversión a la playa y a todo lo que le rodea, excluidos, claro está, los chiringuitos.
Ante esta situación, pensé que lo mejor sería tratar de revertirla y aprovechar aquellos momentos para sacar partido propio. Así, el primer día que tuve que enfrentarme a esta realidad, lo primero que metí...en la bolsa de playa fue una cámara compacta de bajo coste con el objetivo de entretenerme mientras ellas se bañaban.
Pensé: aquí hay vida, aquí hay foto...; y es así como empieza a seducirme. Al mismo tiempo, voy tomando conciencia de que en ese espacio había motivos suficientes para poder mostrar mis sentimientos. Desde el primer momento voy martilleando el disparador de la cámara y, sin darme cuenta, estoy realizando un diario, un relato de gentes, fragmentos de la vida que, como mago, paralizo para la eternidad. Esa es la grandeza de la fotografía, su valor documental. Un documento que sin duda se enriquecerá con la mirada de aquel que lo interprete, aportando una visión subjetiva al hecho fotográfico.
Juan Manuel Díaz Burgos
Del catálogo Historias de playa
Entrada actualizada el el 27 mar de 2017
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