A Teresa Rodríguez, por enseñarme a ver El 12 de julio, un tren me llevó de Bayona a París, a un apartamento pequeño con ventanas a un patio en el que nacían y convivían las intimidades del vecindario. El Canal St. Martin es un buen lugar para explorar. Dediqué un mes a observar a los habitantes de aquella ciudad mucho más vacía que de costumbre. Analicé la intimidad de los que viven al aire libre, los que se refugian en el interior cotidiano, los rostros anónimos vistos desde lejos en los parques, la fruta del supermercado de neón y baguettes recién hechas. Por las Tuilleries siempre pasea gente con sombrero y alguien deja en un rincón una lectura inacabada que espera unos nuevos ojos que la completen. Los habitantes vigilan, vegetan, ruegan ser observados y dotados de un nuevo significado. Existen siempre personajes desapercibidos, puertas abiertas, estampitas, todo un desfile de presencias que pueden o no acabar en la cabina de un discreto fotomatón.