Descripción de la Exposición
Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, Cádiz, 1948), es un nombre referencial del panorama artístico y cultural de nuestro país que apenas necesita presentaciones. El éxito con que a lo largo de su carrera ha sido recibido su trabajo pictórico, que llegó a marcar una época, ha eclipsado inevitablemente otras facetas de su labor creativa a las que el artista dedica una especial atención, constante, diaria, como ocurre con el dibujo.
Esta disciplina, sin embargo, es nodal para entender en profundidad todos los aspectos de la compleja poética del artista. Como designan los preceptos clásicos, en ella la imagen mental cobra cuerpo por primera vez y el artista la maneja y modula hasta aproximarla con la mayor exactitud posible a un explícito plan compositivo, iconográfico y narrativo, que se detiene en la obra definitiva. Sin embargo, en el caso de Pérez Villalta, el dibujo es a la vez herramienta de ese tanteo aproximativo, en ese encaje entre las piezas que componen una imagen plástica, y a la vez estado prácticamente final de la misma, debido a lo acabo de su búsqueda, a lo exhaustivo de su proceso de análisis implícito en la disciplina, las cualidades formales, de piel, que implican.
En resumen, gran parte de los dibujos de Pérez Villalta son obras definitivas y con una entidad comparable a la de los cuadros, joyas, decorados y arquitecturas, ornamentos, grabados o esculturas que se avanzan en ellos. En la selección que presentamos en esta ocasión puede comprobarse de manera explícita. Se trata de treinta cinco dibujos, fechados en los últimos seis años (los más recientes se retiraron directamente de la mesa de trabajo del artista para su inclusión en la muestra), elegidos bajo esta exacta premisa, la de su “perfección” o consumación en el intento de acercarse a la idea, y que dan cuenta de la amplitud de registros e intereses que tientan a la curiosidad del artista en lo que podemos considerar su trabajo más íntimo y quizá menos conocido públicamente.
Treinta y cinco magníficos ejemplos de la capacidad de Pérez Villalta para construir mundos imaginarios, imposibles la mayoría de las veces, disparatados o maravillosos, según el caso, donde la geometría late por debajo de la variedad de formas caprichosas de una naturaleza, una arquitectura y una humanidad tras la que no puede esconderse del todo cierto deje melancólico… Técnicas clásicas, como la sanguina, el carbón, la tinta o la aguada, reflejan un completo dominio a la hora de amalgamar lo antiguo con lo contemporáneo, la ligereza con la severidad, lo muy culto con lo popular, la razón con la fantasía.
Maestro del eclecticismo consciente, guiado por los conceptos/ significados implícitos en formas y estilos, antes que por la frivolidad o el mero capricho combinatorio, Pérez Villalta en este punto no tiene parangón en nuestra historia artística del último medio siglo, ocupando una posición verdaderamente singular con su repudio tanto de la ortodoxia del academicismo moderno como de su reverso reaccionario, complaciente y nostálgico. Creador irremediablemente solitario, incluso a su pesar, quizá Pérez Villalta es por ello hoy punto de fuga para muchos artistas de las más recientes generaciones que reconocen en él su valor y atractivo como figura pionera en distintos aspectos: la reivindicación desinhibida de las cuestiones de género; el desencanto frente a los dogmas estéticos hegemónicos; la recuperación de denostadas u olvidadas formas narrativas, autobiográficas, lúdicas; el carácter desdramatizado de su labor, sin caer ni en lo pueril ni en una impostada trascendencia…
Y así, Pérez Villalta se nos muestra, en esta exposición, él mismo asombrosamente despierto, lúcido, juguetón, dinámico, pero consciente de la seriedad de una labor como el arte, en especial en tiempos tan tenebrosos como los que vivimos. Así, en su dominio de la técnica dibujística se delata su interés por el control de los sistemas de ordenación armónica del plano de representación y todas las variantes que el artista introduce en lo que a priori es una red rígida que controla y fija. También es en el dibujo donde se observa con mayor claridad esa infatigable curiosidad suya por la variedad y las variaciones entre polos en tensión (el dibujo le permite, según reconoce él, no tener que pintar muchos de los cuadros que idea), yendo ligero de equipaje, trabajando más rápido, para pasar a nuevos experimentos y dejar siquiera asomar inéditas propuestas.
En esta exposición, cuyo título alude al origen mítico de la disciplina según la leyenda de Plinio a manos de la hija del alfarero Butades, le vemos una vez más “a la caza de la idea esquiva”, como él ha dicho en alguna ocasión. En esta lucha, gozosa pero exigente, el dibujo es su mejor y más dúctil herramienta, su gran aliado; posiblemente el único capaz de seguir la increíble velocidad de su ojo y su pensamiento. ¡Fascinante!
Óscar Alonso Molina [Madrid mayo de 2017]
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