Es difícil el arte contemporáneo. Yo no entiendo nada... a lo sumo y como el resto de mortales, alcanzo a identificar lo que me gusta de los que creo me intentan tomar el pelo.

Diego me gusta. Su obsesión por las formas y sus contextos, me los creo. Como la obsesión por la botánica de Georgia O'Keeffe o por la entomología de René Lalique.

Diego en su estudio, en su obra, me recuerda a los viejos maestros de la Escuela de Leiden, la de los 'pintores finos', apurando hasta la perfección las veladuras de su pintura, la elegancia de sus formas, la sutileza del espacio. En su caso no se trata de una joven burguesa tocando el virginal, sino de una excitada grama (o no-forma o pensamiento o como quieran llamarlo el artista borgiano o los críticos más ... serios) y un sosegado fondo. Quizás son dos momentos de la misma materia, una en su forma ya hecha y la otra como crisálida a punto de eclosionar.

Yo solo sé que siempre me quedo maravillado esperando esa magia en su trabajo. Unos van al cine, los que tienen niños recurren a las nubes y los más optimistas van al estilista para poder vivir la transformación. A mi me gusta mirar de frente, de reojo las pinturas de Diego... esperando tranquilo ese momento que esta a punto de suceder, o contemplarlo en su estadio embrionario o con ligera frustración, darme cuenta de que justo, me lo acabo de perder. Y que me hablan de amor. ¿Como sino pueden dos formas tan distintas quererse tanto. Estar juntas en el mismo espacio y compartir el mismo objetivo? Por la mano del artista. Por eso me lo creo.

Marc Sancho

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Los arcanos imperativos de Diego Pujal

La obra de Diego seduce por su carácter enigmático.

Como espectador, tengo la impresión de estar observando un momento neoténico, congelado en un instante del proceso.

Sus formas invitan a pensar en otras que han sido y en otras que serán, que permanecen latentes. Parecen querer comunicar algo que ha nacido de una pulsión subjetiva para convertirse en su contrario, en ob-jectus. A través de un finísimo hilo de Ariadna, con la verdad escondida tras el velo del no-lenguaje.

Es en esta distancia, en este 'entre', en el que Diego construye su ilusionada semiótica. La ilusión que tan de la mano va de la espontaneidad de la vida como de su reverso, la sobrevalorada razón, es algo que comparten atmosféricamente sus pinturas; entre sí, en sí, y para con el espectador que las completa.

Y viendo sus obras nos preguntamos, ¿Realmente el autor quiere llevarnos a otro sitio que no sea el del límite de la ilusión mediante el doble imperativo que suponen sus formas? Juego espontáneo y razonamiento consecuente nos dicen que la representación de cada uno de sus lienzos no es una suma entre fondo y figura o entre forma y contenido, sino mas bien una doble negación, un 'ni una cosa ni la otra'. Siempre sin caer en un escéptico relativismo ni en un solipsista subjetivismo.

No nos encontramos ante narraciones con un principio y un final, sino ante la sensación de que estas formas son humanas, demasiado humanas y artificiales, demasiado artificiales. Con lo que su proyección bien pudiera ser la marca pseudolingüística de pequeñas y bellas verdades.

Viéndolo así es cuando esa doble negación y el imperativo que ello supone muestran su transparencia. Ni objetualidad relativa a la apertura de la obra y el escepticismo consecuente, ni constataciones subjetivas como alegorías de verdad.

La obra que tenemos ante nosotros es bella y provoca placer estético, pero el autor parece estar por encima de ello centrándose, con humildad, en la importancia de un proceso que por medio de la sombra deformada de su naturaleza sintética realiza una rotunda afirmación.

Aunque está claro que en la sensualidad de sus formas hay algo que se nos escapa, estamos ante una realidad arcana como objectum de otra semióticamente imposible, que erotiza el rastro de la tangibilidad del instante y su fuerza poética.

Son gramas, de Diego Pujal.

Alberto Gracia