Descripción de la Exposición
Glutinum mundi es una propuesta expositiva coordinada por el artista José Ramón Amondarain en Sala Rekalde con el propósito de crear un universo de imágenes que inviten al espectador a elaborar sus propias lecturas, ecos y conexiones. El recorrido propone al visitante la posibilidad de expandir la constelación y la multiplicación de relaciones iconográficas, estéticas, formales y conceptuales que surgen entre las obras.
La expresión glutinum mundi, según los alquimistas de la Edad Media, trataría de ese pegamento del mundo que provoca, en cualquier estado, una fuerza impersonal, un flujo vital, en el cual todos y cada uno participan en una misteriosa correspondencia atractiva. El sociólogo francés Michel Maffesoli se refiere a esta expresión como una co-presencia más o menos teatral; un aura misteriosa que hace compartir, de una manera no consciente, los sueños, los fantasmas y las miradas diversas. La sensibilidad de la época promueve que cada cual en sus acciones, en sus hábitos, se “adhiera” al otro.
Por su parte, el biólogo británico Rupert Sheldrake nos dice que existe un campo morfogenético que nos permitiría entender cómo los organismos vivos, los cristales y hasta las moléculas, adoptan su forma y su comportamiento. “Cada especie animal, vegetal o mineral posee una memoria colectiva a la que contribuyen todos los miembros de la especie y a la cual conforman”. La resonancia mórfica, el principio de memoria colectiva, se puede aplicar de manera que cada colectivo dispone de su propia historia, a la que todos sus miembros están conectados y tienen acceso.
Este pegamento del mundo entendido como un valor englobante, activó en mí una especie de Macguffin, de motor para realizar esta exposición. La muestra recoge una selección de obras que pertenecen a la colección modus vivendi de Fernando Garate. Y pensé en las obras de su colección como elementos que en el transcurso de la muestra cuestionaran ese pegamento del mundo que hacía que, en cualquier estado, garantizara la armonía de lo total y de lo particular.
El trabajo del artista también transcurre a través de una viscosidad, de un flujo cultural que comprende un ecosistema tremendamente complejo con un claro objetivo de transmisión. No me refiero a la comunicación de un contenido, sino a percutir, afectar en el espectador implicándole en un vínculo con la realidad a la que la obra remite. En este sentido, la exposición pretende provocar vínculos entre las obras a costa de forzar las distancias que habitualmente reclaman. De tal manera que cada trabajo desvela una parte latente que se aporta al conjunto de la exposición: algo que cada obra por sí sola no tiene, capas que van aflorando y computando con el resto de obras atravesando sus distintos estratos.
El resultado es heterogéneo e inevitablemente colectivo pero al mismo tiempo son las obras, la manera de vincularse, de relacionarse y el contexto lo que configura una exposición. La colección y sus interrelaciones también se ven alteradas por la contaminación que provoca el espacio expositivo, la puesta en escena y el hecho de mostrarse al público. Cada exposición es una ocasión, y el trabajo del comisario es un compromiso determinante; recoge un acopio de sensibilidades, disciplinas, conceptos y demás complejidades contenidas en las obra. Todo ello se dispone a las incisiones, saltos y alteraciones que el comisario efectúa sobre sistemas organizados, afinados y sujetos a una biografía.
El teólogo alemán Bert Hellinger, creador de las Constelaciones Familiares, dice que un campo morfogenético solo puede modificarse cuando un impulso externo lo pone en movimiento. Ese impulso proviene de un observador que entra en consciencia acerca de la repetición inconsciente del pasado. Así se adquieren nuevas comprensiones, y se hace posible la orientación hacia algo nuevo y diferente. He intentado que la exposición recoja al mayor número de autores respetando “eso” que los unió y que conforma una colección.
Ya no veneramos las obras de arte sino a los artistas, dice Régis Debray. Este filósofo francés nos advierte de que el mundo simbólico también tiene horror al vacío. Cuando la obra se atranca en sí misma, el artista se convierte en un jeroglífico ambulante, esotérico: oculto a los sentidos, al entendimiento y apenas perceptible por personas iniciadas. Cuanto menos simboliza la obra de arte, cuanto menos transmite, más exige la personalización del artista y más se requiere de su vida, respondiendo a una construcción de nuestra cultura. Por la cual aún sostiene la idea romántica del artista ensimismado y autista, que subraya la falta de necesidad para generar vínculos con el espectador, y que encierra en su nombre una supuesta magia intransferible. Así podemos entender una razón por la que los mismos nombres tienden a repetirse en las distintas colecciones, tanto públicas como privadas.
¿Por qué se tiende a manejar listas cerradas con nombres supuestamente imprescindibles que encarnan una traslación desde la obra a sí mismos, en unas listas que delatan la imposibilidad de completar toda colección?
Desde estos parámetros, la exposición propone una resistencia al desgaste que se produce cuando el espectador identifica al autor, pronuncia su nombre y su resonancia genera una propensión que altera la distancia del espectador apartándole de la obra; endureciendo el vínculo y en esa medida abortando la invitación de la obra.
José Ramón Amondarain, comisario
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