Descripción de la Exposición
El sábado 16 de octubre la galería Herrero de Tejada inaugura Glitchland, la tercera exposición individual de Julio Sarramián. El proyecto, ha sido realizado con el apoyo del programa de las Ayudas al desarrollo de proyectos culturales y artísticos del Ayuntamiento de Logroño.
La exposición se compone de una serie de pinturas en los que Sarramián retoma su investigación en torno a la idea de paisaje y a cómo lo percibimos, definimos y representamos. En los últimos años, el artista ha generado distintos discursos que ponen de manifiesto la relación entre el hombre y el entorno que le rodea. Analiza las transformaciones conceptuales del paisaje y su construcción cultural para indagar en sus nuevas representaciones.
Con Glitchland Julio Sarramián plantea una lectura poliédrica de fogonazos cromáticos y reflejos impregnados en óleo donde nos presenta territorios inhóspitos que ya conoce, que ha explorado en sus viajes, intentando acercar al espectador la montaña más enriscada, el valle más escondido y la cumbre más inaccesible.
Una pintura situada en el intersticio de la figuración y la abstracción donde lo aparentemente sólido se evapora y los colores se transforman a voluntad del tiempo, al indeciso apetito de la luz. El resultado de estas exploraciones visuales encarnadas en lienzos permite que los turquesas se conviertan en cerúleos y los verdes en violetas, pero también los naranjas en rosas y los cetrinos en rojos. Sarramián despliega un jeroglífico pictórico con el que discernir sobre el infinito lenguaje de la pintura -con una sintaxis en constante mutación- que resiste a base de lírica, tradición y catástrofe.
Aunque los procesos llevados a cabo por Sarramián puedan parecer mecanizados –desde el boceto a la ejecución- por esa relación tan fuerte con la fotografía y la tecnología (y con sus impolutos acabados), la obra germina en ese carácter polisémico de la pintura con la que formula una relectura del paisaje partiendo de su esencia misma, del origen. Ese virtuosismo técnico de Sarramián, de un supuesto talante académico, se entrecruza con una ruptura de ese canon paisajístico realista que inunda los libros de historia.
Definitivamente, Sarramián nos atrapa con sus paisajes tornasolados donde se conjugan con maestría la emisión del color y la recepción del mismo por parte del espectador, que se multiplica no solo por cada individuo sino que la interpretación varía según el tipo y grado de luz que reciba la pintura. Su trabajo va más allá de arrojar colores sobre una superficie bidimensional y acotada, sino que se escapa de unos centímetros determinados marcados por los bastidores. No es la misma pintura si se observa un paso a la derecha o dos atrás, las tonalidades cambian y aparece una nueva pieza. Ese efecto metalizado –propiciado sin duda por ese perfecto y casi obsesivo degradado cromático- concibe una obra totalmente viva e independiente de su artífice, quien una vez acabado su trabajo permanece relegado a un segundo plano.
La exposición, que se acompaña de un catálogo que incluye un texto del comisario Adonay Bermudez, se podrá visitar hasta el 20 de Noviembre
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La pintura –al igual que cualquier otra manifestación artística– no deja de ser un fragmento de una posible realidad que nace de la catástrofe. No deja de ser una mirilla –ínfima en ocasiones– por la cual nosotrxs, como voyeures incorregibles, miramos una y otra vez intentando completar la escena que ante nosotrxs acontece. Se hace necesario, por tanto, asimilar e incidir en el concepto de pintura como ficción, no como documental. A esa mirada parcializada añadamos su engaño, su capacidad de desconcertar, deformar, mostrar y ocultar, de manejarnos a su antojadiza voluntad, de sorprendernos o acongojarnos.
En esta misma línea que escruta todas las posibilidades expresivas que puede aportar la pintura se encuentra Julio Sarramián, quien en constante investigación y siendo fiel a su particular estilo, propone una y otra vez nuevas vías comunicativas a través del empleo del pincel. Aunque los procesos llevados a cabo por Sarramián puedan parecer mecanizados – desde el boceto a la ejecución - por esa relación tan fuerte con la fotografía y con sus impolutos acabados, la obra de nuestro artista germina en ese carácter polisémico de la pintura con la que formula una relectura del paisaje partiendo de su esencia misma, del origen. Ese virtuosismo técnico de Sarramián, de un supuesto talante académico, se entrecruza con una ruptura de ese canon paisajístico realista –diríamos que hasta paternalista - que inunda los libros de historia.
Las referencias orográficas son claras, tampoco trata de ocultarlas –o por lo menos no en su totalidad - pero lo cierto es que sus propuestas no corresponden a paisajes concretos, sino que descubre escenarios comunes, habituales en diversos frentes geográficos a escala mundial. El artista nos presenta territorios inhóspitos que ya conoce, que ha explorado en sus viajes, intentando acercar al espectador la montaña más enriscada, el valle más escondido y la cumbre más inaccesible. Definitivamente, Sarramián nos atrapa con sus paisajes tornasolados donde se conjugan con maestría la emisión del color y la recepción del mismo por parte del espectador, que se multiplica no solo por cada individuo sino que la interpretación varía según el tipo y grado de luz que reciba la pintura. Su trabajo va más allá de arrojar colores sobre una superficie bidimensional y acotada, sino que se escapa de unos centímetros determinados marcados por los bastidores. No es la misma pintura si se observa un paso a la derecha o dos atrás, las tonalidades cambian y aparece una nueva pieza. Ese efecto metalizado – propiciado sin duda por ese perfecto y casi obsesivo degradado cromático - concibe una obra totalmente viva e independiente de su artífice, quien una vez acabado su trabajo permanece relegado a un segundo plano.
Con Glitchland Julio Sarramián plantea una lectura poliédrica de fogonazos cromáticos y reflejos impregnados en óleo. Una pintura situada en el intersticio de la figuración y la abstracción donde lo aparentemente sólido se evapora y los colores se transforman a voluntad del tiempo, al indeciso apetito de la luz. El resultado de estas exploraciones visuales encarnadas en lienzos permite que los turquesas se conviertan en cerúleos y los verdes en violetas, pero también los naranjas en rosas y los cetrinos en rojos. Sarramián despliega un jeroglífico pictórico con el que discernir sobre el infinito lenguaje de la pintura - con una sintaxis en constante mutación - que resiste a base de lírica, tradición y catástrofe.
Adonay Bermúdez
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España