Descripción de la Exposición Aunque hay quien relata la historia resaltando otros matices, Gilbert Garcin nació en La Ciotat, localidad francesa cercana a Marsella, en 1929, y dicen que se dedicó a vender lámparas hasta que se jubiló, con 65 años. Gana entonces un certamen de fotografía, y es invitado a seguir un curso en Arles con Pascal Dolémieux, con quien aprende los trucos de su nuevo 'oficio'. Nace entonces otro Gilbert Garcin: un fotógrafo sorprendente por la claridad con la que decide crear un personaje y desarrollar en torno a él una de las obras más ágiles y emocionantes de la fotografía de la últimas décadas. Tal vez sea superfluo saber hoy cómo sucedieron las cosas; tal vez tenga sentido dentro de unos años, cuando alguien se empeñe en rastrear su biografía; de lo que no cabe duda es de que décadas más tarde, sus fotografías permanecerán plenas de sentido, intemporales. Porque las imágenes de Gilbert Garcin tienen la difícil concisión e intensidad del poema breve, del relato corto, del aforismo feliz, pero son y se saben parte de una ficción: dar vida a un personaje que se pregunta por lo próximo, por lo cotidiano, por el sentido de las cosas, por su estructura. Con aire entre ingenuo y escéptico, irónico y mordaz, divertido y despistado. La galería Astarté muestra en Madrid una selección de sus inquietantes fotografías, convertidas en objetos de culto y deseo. Gilbert Garcin lo cuenta una y mil veces, mas siempre parece la primera: 'Realizo apuntes y dibujos de lo que quiero hacer, pero como soy mal dibujante termino preparando una fotografía. Una vez que tengo la idea, creo el escenario, los elementos mínimos. Después, en la terraza de nuestra casa en Marsella, una zona tranquila donde nadie nos ve, nos fotografiamos [Garcin y su mujer, convertida en espejo de su personaje, siguiendo una regla no escrita de sintetizar, economizar al máximo los medios] en la postura que debemos tener. Recorto las siluetas de esas fotografías, sustituyo mi cabeza por la del personaje, y la pego sobre la foto del decorado'. El recorte de las siluetas no es, voluntariamente, perfecto: deja siempre la huella del pulso manual. En sus imágenes, busca quedarse en zonas de confusión, de múltiple sentido, nunca inducir a las lecturas unidireccionales, razón por la que asegura que le sigue dando pudor titular las obras, una práctica a la que accedió por la insistencia (afortunada, a tenor de los resultados) de un marchante. Al referirse a sus obras no le gusta hablar de autorretratos aunque el rostro de su protagonista es el suyo a los 66 años, cuando se fotografió en distintas posturas y expresiones, desde diferentes posiciones, creando una base de datos de la que se sirve desde entonces. Gracias a ese recurso 'tan sencillo como consciente, lúcido, previsor' su personaje mantiene el rostro intemporal pese al paso de los años. '¿Se imagina a Charlot, no a Chaplin, viejo? ¿A Tintín?', tercia Garcin. El punto de partida es, por tanto, sencillo, limpio, delator. Garcin reivindica cierta manualidad y un proyecto estético de fácil entrada, capaz de sorprender tanto al que mira casi de soslayo cuanto al que investiga. Sus obras ofrecen en respuesta a la intensidad de quien mira: no son efectistas sino eficaces, no son símbolos cerrados sino fragmentos de un relato abierto, evocaciones de la emoción ante una sorpresa. Pero esa sorpresa no es producto de un encuentro inusual sino de mirar con curiosidad, casi con zozobra, lo cotidiano, lo próximo. Uno de los grandes aciertos de Garcin es su ausencia de retórica, su manera de jugar con los recursos casi primarios de las imágenes. Sus fotografías parecen preguntas al tiempo ingenuas y en extremo sagaces. Que haya elegido la austeridad del blanco y negro juega a su favor: le permite dominar con destreza el medio y sitúa a sus imágenes en la herencia de un cine que relata historias y se basa en un gesto, en una fuga, en un silencio, en un efecto de luz, en una escena que se detiene. Sus imágenes tienen conexión con los mundos de Charlot, de Buster Keaton, de Jacques Tati, de Alfred Hitchcock, pero también con la herencia de los collages surrealistas, o de las enigmáticas fotografías de Magritte. Garcin es un puzzle en el que las piezas encajan perfectamente: se esforzó por dar autonomía a su personaje, por hacerlo realmente intemporal, y su figura paternal y aparentemente despistada refuerza el sentido de su propuesta. Cuando comenta la vida en pareja se percibe el humor, la ternura, la sagacidad; cuando se evoca como artista, salen al tiempo el ego y la insatisfacción de estar siempre frente a una imagen más potente y enigmática: la realidad. Cuando visita el museo, encuentra los motivos en su reflejo, en los rincones, en las fugas, animándonos a mirar, a traspasar la imagen primera; sus comentarios al arte moderno son sagaces como los textos más incrédulos de Ernst Gombrich. Garcin nos lleva a su terreno, y en él se muestra divertido y preciso, silencioso y locuaz. Son sus imágenes las que parecen siempre dispuestas a tomar vida, como si estuvieran más cerca del relato concentrado que de la instantánea. Como si se detuvieran al ser sorprendidas, como si no necesitasen de nosotros para existir.
Exposición. 31 oct de 2024 - 09 feb de 2025 / Artium - Centro Museo Vasco de Arte Contemporáneo / Vitoria-Gasteiz, Álava, España