Constancio Murillo caligrafió y dibujó con atención, paciencia y esmero un cuaderno para que sirviera de auxilio en los estudios escolares de Adelaida Murillo, su hija. En sus páginas a cuadros se explican teoremas matemáticos y se dibujan figuras geométricas desde las más sencillas hasta las más complicadas. El padre hace años que murió, y quedó pendiente una conversación que cosiera entre padre e hija el tiempo de la infancia y el tiempo de la madurez.

Ese cuaderno de tapas azules ha entrado ahora con fuerza arrolladora en el presente de Adelaida Murillo. Y ha abierto un espacio de gran y sensible vigor pictórico. Las lecciones de geometría paterna, que son también lecciones de afecto, aparecen en estas pinturas de la hija. Nos encontramos así frente a una pintura de fusión entre las formas desnudas, abstractas, espiritualizadas de la geometría, ... y lo corpóreo y sensual del tratamiento plástico empleado en esos lienzos.

Estas obras se sostienen, por un lado, en la continuidad de un estilo consolidado por Adelaida Murillo y, por otro, en el enorme encanto de la innovación, con su gran capacidad para armonizar atmósferas de fondo y detalles contrastados.

En esta abertura –melancólica y gozosa al mismo tiempo- han empezado a fluir, como si de palabras se tratara, las viejas y eternas figuras geométricas, almas que se dibujan sutiles bajo las formas de la naturaleza. Irrumpe un diálogo nuevo entre padre e hija, que es también un diálogo entre geometría y pintura. Un diálogo primaveral que en la distancia trae el impulso y el color de los vientos que un día soplaron en las serenas y luminosas pinturas de Botticelli, luz y color que luego se detuvieron como mariposas en las más abstractas de Klee o como pétalos musicales en las de Kandinsky…

Así, mientras las figuras geométricas que participan de esa belleza de orden espiritual danzan en los lienzos de Adelaida Murillo –aquí con pinceladas valientes sobre fondos que recuerdan las texturas de los frescos romanos, allá emergiendo entre velos, collages, raspaduras- imagino que afloran de algún lugar recóndito notas musicales d’Erik Satie.

Hay que decir que de estos trabajos que ahora se abren paso como ramas jóvenes en los árboles, surge también un diálogo indeleble entre artistas vivos y artistas muertos, entre música y pintura, entre vida y poesía.

En esta colección de obras de diferente formato, la pintora parte de hechos vitales para convertirlos en esa otra clase de vida que es la belleza, que es el arte. La conversación pendiente se va formalizando así en cada cuadro: aquí una conversación tangencial, dibujando una espiral, allá paseándose por una parabólica, más allá buscando un centro, imagen del corazón. Cuadro a cuadro, la conversación episódica se convierte en un recorrido artístico que es un homenaje de hija a padre para saltar hacia el conocimiento de una geometría que se humaniza cuando se traslada al lenguaje de la pintura, y de una pintura que se trasciende a sí misma cuando utiliza símbolos matemáticos universales.

Sin duda alguna estamos ante un trabajo artístico de gran voltaje imaginativo que evocará al espectador atento temas tan transcendentales como la comunicación entre personas y universos, entre formas de ciencia y arte y entre técnica y poesía. La geometría es el orden oculto del mundo, decía Pitágoras. En estas pinturas de Adelaida Murillo vemos algo más: el movimiento anímico del universo expresado a través del color –la luz- que nos comunica con trazos enérgicos la vibración de su espíritu. Se trata de una pintura en alma viva y de formas geométricas en carne pura.