Descripción de la Exposición
Fueron posiblemente los Night Thougts del poeta inglés Edward Young los primeros que introdujeron en la cultura europea la fascinación por la noche como motivo estético. En contra de lo que pueda parecer, la contemplación de lo nocturno no era algo seductor o atractivo, sino más bien algo vinculado con las tinieblas, con la oscuridad y con la idea del mal. El libro de Young, publicado en nueve partes, entre 1742 y 1745, se remitía más bien a la tradición elegíaca, como un largo lamento por la muerte de su esposa, tal y como sugería explícitamente su título, The Complaint: or, Night-Thoughts on Life, Death, & Immortality, pero sin embargo hizo verdaderamente de la noche el objeto de su musa. En la cuarta noche por ejemplo, el poeta contempla el cielo estrellado en su inmensidad nocturna, y se pregunta por la trayectoria estelar de los cometas: “Hast thou ne’er seen the comet’s flaming flight?” [¿No viste nunca el vuelo llameante del cometa?], y se pregunta también por su retorno, como imagen cósmica de la resurrección. El libro de Young alcanzó una resonancia y una popularidad sorprendentes a lo largo del s. XVIII. Al final de la Crítica de la razón práctica, publicada en 1788, Kant introdujo una conclusión —que había de servir como epitafio para su propia sepultura— en la que se hablaba de esta fascinación nocturna: dos cosas, decía Kant, llenan mi ánimo con una nueva y creciente admiración y respeto: “Der bestirnte Himmel über mir, und das moralische Gesetz in mir” [“El cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí”]. William Blake hizo, al final del siglo, una edición ilustrada del libro de Young, para la que preparó más de quinien tos dibujos y acuarelas diferentes. Y todavía Novalis publicó el último año del siglo, en 1800, sus Himnos a la noche, para conmemorar a su llorada Sophie, en recuerdo de los Pensamientos nocturnos de Young. ¿Qué ser vivo no ama la luz por encima de todo? —se preguntaba el poeta al comenzar sus Himnos—. “Pero yo me vuelvo hacia el valle, a la sacra, indecible, misteriosa Noche”. También Alvar Haro parece querer entonar con sus últimos lienzos, una especie de Himnos a la noche. Sus paisajes nocturnos, en los que se combinan misteriosamente los azules oscuros con los negros sombríos, son por un lado paisajes terrestres. Se trata, en efecto, de recónditos bosques en cuya penumbra se ocultan cuerpos esparcidos, a veces retozando tumbados, a veces haciendo el amor, y que a veces también nos aparecen como despojos humanos, como cadáveres arrojados en las sombras.
Es cierto que la idea inicial del artista no es en absoluto tétrica. Para él, en principio se trata del tema bucólico y pictórico de los almuerzos campestres. Alvar cita como referentes el pequeño lienzo de Watteau, en el Museo del Prado, titulado Fiesta en un parque, 1712-1713; y obviamente también el famosísimo Almuerzo campestre de Manet (Museo d’Orsay, París, 1863). Ninguno de ellos sin embargo es un paisaje nocturno. Tienen en común con los cuadros de Alvar Haro los cuerpos dispersos por el bosque, y algo de su enigma y de su erotismo inquietante. Sin embargo, sus paisajes nocturnos se abren, cada vez con más frecuencia, a la contemplación del cielo estrellado, en medio de la oscuridad del bosque. De hecho, en ellos lo más notable es la presencia del cielo en la tierra. Adoptan, en un fuerte contrapicado, el punto de vista del espectador, de modo que los árboles crecen hacia lo alto y las estrellas se ven en el infinito, allá lejos.
A pesar de que el artista nos cuenta que lee mucho de astrofísica, sus cielos estrellados no son sin embargo cielos reales. Las estrellas y los cometas aparecen aquí dispersos y confusos, en una especie de astronomía imaginada. Se trata en realidad de un canto laico —dice el artista— a los misterios de los que provenimos. Por eso cada vez más aparecen en sus cuadros agujeros negros, vías lácteas…
Se trata en realidad de una visión romántica. Como en el paisaje sublime del XIX, a medida que la naturaleza se va haciendo en sus cuadros cada vez más grande, el hombre se vuelve cada vez más diminuto e insignificante. Sus bosques nocturnos son visiones cósmicas y astrales. En ellos aparecen la tierra y el cielo, el día y la noche. En ellos el artista señala una coincidencia sorprendente. La perspectiva que se adopta es infinita. El punto de fuga se escapa hacia lo alto. En lo alto brillan también unas estrellas fugaces. Como los cometas de Young, esperamos tal vez su retorno dentro de mil años. Punto de fuga y fugacidad apuntan en el fondo a lo mismo. Se trata en realidad de nuestra propia fugacidad. “Los días de la luz están contados —escribía Novalis—, pero fuera del tiempo y del espacio está el imperio de la Noche”.
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España