Descripción de la Exposición
Gonzalo exhibe en el CAB cuatro espacios de luz tibia en los que parece latir el rastro de una presencia reciente, el cabo de un enigma.
Desde su incorporación a los circuitos profesionales, el quehacer del pintor Gonzalo Sicre (Cádiz, 1967), situado en la figuración neometafísica surgida de finales de los años noventa, va y viene entre la pintura y la fotografía, relacionando ambas disciplinas en espacios tan protagonistas como los sujetos que los viven. Constituyen ámbitos de los que emana una impresión de tristeza, con un punto de añoranza y mucho de serenidad, de ambiente ordenado y calmo que recuerda a pintores homenajeados por él a lo largo de su carrera, como el estadounidense Edward Hopper o el belga Leon Spilliaert.
Sicre, cuya obra se encuentra en museos como el Reina Sofía (Madrid), ARTIUM (Vitoria) o IVAM (Valencia), muestra en esta exposición cuatro espacios interiores, en cada uno de los cuales hay un pequeño cuadro en la penumbra dedicado a alguno de los géneros de la pintura (los más tradicionales: paisaje, marina, naturaleza muerta y tema bíblico). Tales cuadros quedan descontextualizados al salirse de la luz ambiental y estar fuera de escala en otra obra.
En el trabajo de Sicre son un asunto recurrente esos interiores sin presencia humana, que trascienden el acontecimiento plasmado para concentrarse en los aspectos que crean el sentido del mismo, las luces y las sombras. "Todo esto forma parte de nuestra rutina visual cuando estamos en una sala de espera, o visitamos alguna casa y nos encontramos con algún cuadro decorando la estancia, es la luz o mejor la ausencia de esta la que da juego a la imagen", explica el propio artista.
El trabajo que expone Sicre en el CAB aparece transido de una luz suave, tibia, melancólica, de tonalidades barrocas. Son atmósferas habitadas por la soledad y el silencio, materializadas en un poético inventario de muebles y objetos abandonados que parecen sugerir un rastro enigmático, el calor de un fogonazo reciente o una expectativa apenas intuida que invitan al espectador a completar una historia inquietante que parece haber quedado atrapada en la aparente quietud del recinto retratado. Se trata de piezas que activan el resorte de la curiosidad, que envuelven al espectador en un escenario de misterio incitándole a mirar más allá; el enigma que se oculta bajo la lámina de agua, según la teoría literaria del iceberg que trazó Hemingway. Los tormentosos secretos disfrazados con la apariencia del orden y la calma. Gonzalo exhibe en el CAB cuatro espacios de luz tibia en los que parece latir el rastro de una presencia reciente, el cabo de un enigma.
Desde su incorporación a los circuitos profesionales, el quehacer del pintor Gonzalo Sicre (Cádiz, 1967), situado en la figuración neometafísica surgida de finales de los años noventa, va y viene entre la pintura y la fotografía, relacionando ambas disciplinas en espacios tan protagonistas como los sujetos que los viven. Constituyen ámbitos de los que emana una impresión de tristeza, con un punto de añoranza y mucho de serenidad, de ambiente ordenado y calmo que recuerda a pintores homenajeados por él a lo largo de su carrera, como el estadounidense Edward Hopper o el belga Leon Spilliaert.
Sicre, cuya obra se encuentra en museos como el Reina Sofía (Madrid), ARTIUM (Vitoria) o IVAM (Valencia), muestra en esta exposición cuatro espacios interiores, en cada uno de los cuales hay un pequeño cuadro en la penumbra dedicado a alguno de los géneros de la pintura (los más tradicionales: paisaje, marina, naturaleza muerta y tema bíblico). Tales cuadros quedan descontextualizados al salirse de la luz ambiental y estar fuera de escala en otra obra.
En el trabajo de Sicre son un asunto recurrente esos interiores sin presencia humana, que trascienden el acontecimiento plasmado para concentrarse en los aspectos que crean el sentido del mismo, las luces y las sombras. "Todo esto forma parte de nuestra rutina visual cuando estamos en una sala de espera, o visitamos alguna casa y nos encontramos con algún cuadro decorando la estancia, es la luz o mejor la ausencia de esta la que da juego a la imagen", explica el propio artista.
El trabajo que expone Sicre en el CAB aparece transido de una luz suave, tibia, melancólica, de tonalidades barrocas. Son atmósferas habitadas por la soledad y el silencio, materializadas en un poético inventario de muebles y objetos abandonados que parecen sugerir un rastro enigmático, el calor de un fogonazo reciente o una expectativa apenas intuida que invitan al espectador a completar una historia inquietante que parece haber quedado atrapada en la aparente quietud del recinto retratado. Se trata de piezas que activan el resorte de la curiosidad, que envuelven al espectador en un escenario de misterio incitándole a mirar más allá; el enigma que se oculta bajo la lámina de agua, según la teoría literaria del iceberg que trazó Hemingway. Los tormentosos secretos disfrazados con la apariencia del orden y la calma.
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