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Generación 2008

Exposición / Sala Municipal de Exposiciones del Teatro Calderón / Leopoldo Cano, s/n / Valladolid, España
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Cuándo:
18 jul de 2008 - 31 ago de 2008

Comisariada por:
Oliva Maria Rubio

Organizada por:
Sala Municipal de Exposiciones del Teatro Calderón

       


Descripción de la Exposición

Premios y Becas de Arte Caja Madrid. La exposición, de carácter multidisciplinar, presenta una panorámica de la creación joven española. Sus obras confrontan al público con las preocupaciones que mueven a los artistas y que son el reflejo de la sociedad en que vivimos. Fotografía, pintura, escultura, video e instalaciones son algunos de los soportes utilizados por los creadores de esta generación, creadores que cuestionan al espectador sobre las problemáticas del mundo en que vivimos y que, con sus planteamientos y reflexiones, nos ayudan a entenderlo mejor. En esta exposición se pueden contemplar los trabajos de los veinticuatro artistas seleccionados en la modalidad de Premios y Adquisición de Obra. Comisaria: Oliva María Rubio.

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Toda la historia del siglo XX y esta parte del XXI ha sido una pugna, desde el dorado clamor de las vanguardias, contra la embobada sacralización del arte.

Baudelaire llamaba al arte “los domingos de la vida” y el plan consistía en transformar la futura y completa semana laboral en una festividad sin tregua. Todo sería arte y todos, a su vez, artistas. O nada de todo sería de ese modo, puesto que, identificando el arte con la mayoría del quehacer humano y al artista, con el resto de los operarios, se desarmaba el hechizo de la creación y se conjuraba su privilegiado estatus. La Encyclopédie que regía D’Alambert se ocupó de definir al artista como un obrero más, pero no pasó esta caracterización de alienarse con los magnificados sueños de las Luces. Lo real era entonces y siguió siéndolo mucho después la mitificación del arte y hasta D’Alambert pensaba sus amadas obras literarias como fulgores de una ‘creación’ diferente y superior.

Todavía en ese tiempo del XVIII y hasta casi siglo y medio después el artista continuó recibiendo la consideración de un dios, de modo que mientras los demás iban a trabajar él se disponía a ‘crear’ y cuando los otros buscaban ideas el artista se alimentaba sólo de ‘inspiración’. Esta actitud reverencial, tanto respecto al autor como respecto a la cultura, ha ido desvaneciéndose desde la aparición de la cultura de masas y la propagación del pop, sin evitar, no obstante, la persistencia de polvos de estrellas en la visión de diferentes consumidores.

En paralelo a la amplia secularización de lo social ha cundido el desencantamiento del arte y a la antigua demiurgia atribuida al artista ha seguido su estimación como un productor más. Se puede ser hoy un extraordinario ‘creativo’ pero cuesta presentarse socialmente como un ‘creador’. Los galeristas hablan de las obras expuestas como ‘interesantes’ pero callan respecto a su presunta misión redentora.

En medio de la estetización general del mundo, el artista es un creativo y su obra una aportación, más o menos valiosa, al costado del diseño, la decoración, el acondicionamiento o la habilitación de espacios donde se desarrolla la vida. La continuidad de la arrobada visión de la obra, la atónita exaltación del original y la mística reverencia al autor constituyen una secuela de tiempos vetustos, acordes con la instrucción religiosa que tratará al cuadro como lienzo sagrado, manchado por la bendita huella del artista y a la manera inasible de la Síndone turinesa.

“Arte”, como decía Gombrich, “es aquello que dicen que es arte los artistas”. Y los marchantes, los críticos, las casas de subastas, las galerías, el aparataje del marketing encuadrado en el sistema general de intercambio. En tanto queden restos activos de la tradición divina seguirá cotizándose el lienzo como de valor incalculable, pero ¿no parece sintomático y paradójico que el precio de una obra se relacione ya con su tamaño, la calidad del soporte y hasta el peso del material empleado en su composición?

La confusión entre cualidad y cantidad delata una impostura que tiene los días contados. De ningún modo significará esto que un Tiziano o un Picasso se conviertan en nudos materiales de decoración pero sí que el vigente mundo de la plástica se encuentra ingresando en una nueva y muy profana época.

El primer paso hacia ese desarme divino hace tiempo que se dio a través del ataque mortal contra el aura de la obra única. La fotografía y el cine fueron los primeros en producir un original inseparable de sus copias —una obra originalmente multiplicada sin fin—, pero ahora casi cualquier imagen puede seguir este mismo camino y el Net-Art, el arte en la red, es su rotunda expresión.

En el Net-Art no cabe preguntarse si lo que vemos es la obra o su reproducción: la obra ‘está’ exactamente en el lugar de su distribución, en nuestra pantalla de ordenador y en el momento mismo en que la vemos. El Net-Art, como dice José Luis Brea, es literalmente ‘utópico’, no acontece en lugar alguno y al mismo tiempo puede ser, siguiendo el ejemplo de Linux y las demás open sources, una creación libre y abierta, expuesta a la modificación de cualquier participante.

Varios grupos como Mongrel, Critical Art Ensemble, IOD y La Société Anonyme investigan y desarrollan experimentalmente las relaciones entre las nuevas prácticas artísticas y el pensamiento crítico. De este fenómeno con base en Internet puede saberse más a través de la dirección http://aleph-arts.org/lsa/, donde cabe visitar algunas de las composiciones artísticas de la ya famosa ‘sociedad anónima’, sociedad sin autor. O sociedad con autores múltiples que, desvestidos de sus trascendentes ropajes, se comportan como productores de belleza o como arquitectos generadores de espacios para la felicidad, la aventura o la calma. También para el desarrollo del pensamiento, la risa o la cromoterapia.

Cualquier pretensión radicalmente salvífica del arte suena tan grotesca como los enfáticos discursos de los novelistas a la violeta, que se refieren a la novela como procuradora de libertad, solidaridad, revolución y formidables tontadas por el estilo.

Si el arte ha ganado mayor atención y consideración no ha sido por hacer milagros, sino por ofrecer sensaciones notables. Desde el cine a la pintura, desde la literatura a la arquitectura, la acción del artista ha ido abandonando su pretensión de elaborar conocimientos nuevos para ocuparse en gestar, sobre todo, comunicaciones estimulantes.

Casi toda la información, casi toda la arquitectura, casi toda la pintura y casi todo el cine son hoy ‘sensacionalistas’. Se dirigen al mundo de las sensaciones y no de la intelección, tratan de crear inesperados accidentes y no pesados legados. De la misma manera que ha desaparecido la importancia de la metafísica, se ha extraviado también el peso de la posteridad. La fe en la religión ha sido sustituida por la creencia en la terapéutica y, paralelamente, a la trascendencia de la obra la ha reemplazado el efecto de su inmanencia. En el lugar de la Historia se halla hoy el Accidente, y en el lugar de la santidad de la Obra Maestra luce el valor del impacto.

La gran dificultad del arte moderno tras los escándalos de Sensation, el grupo de jóvenes artistas británicos, radica en que se ha hecho casi imposible asombrar al público curtido en mil percances mediáticos, y el mismo premio Turner, que hizo cuanto cabe imaginar por crear escándalo, ha pensado en una reconsideración del arte como un fenómeno sin bocas abiertas. Un fenómeno, en fin, destinado, como tantas otras figuraciones contemporáneas, desde la equipación de los futbolistas hasta el diseño de los hospitales, a ofrecer experiencias estéticas y sin necesidad de exagerar por exagerar, de pintar para deslumbrar.

No existirán pues, en lo sucesivo, las ‘obras de arte’ a la manera de porciones celestiales otorgadas desde el más allá, sino un trabajo y unas prácticas que se llamarán ‘artísticas’. Y con una prospectiva, ya visible en nuestros días: el arte no se expondrá, se difundirá. Como correlato, el artista no percibirá sus ingresos de la plusvalía asociable a la mercantilización de sus objetos, sino que obtendrá unos derechos asociados a la circulación pública de las cantidades de experiencia vital que su quehacer inmaterial genere. En consecuencia, el artista será un genuino generador de riqueza intangible y la nueva economía del arte no lo tratará ya más como productor de mercancías específicas destinadas a los circuitos del lujo en las economías de la opulencia, sino como un generador de contenidos específicos destinados a su difusión social.

¿Podrán entonces seguir denominándole ‘autor’ en su acepción de mago o, por el contrario, será un currante más? La pérdida de la magia de la obra, la exhaustiva pérdida del original, la ausencia de la mitología creadora, es el destino al que conducen las nuevas tecnologías, el mercado absoluto, la omnipresencia del capitalismo de ficción que, sobre todas las cosas, concede relevancia a la realidad producida y al consumo de experiencias cambiantes y no tanto a la permanencia y custodia del valor.


Imágenes de la Exposición

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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