Recuerdo que cuando, hace ya más de diez años, comenté una de sus exposiciones madrileñas, me llamó la atención el uso que de la arena, el té o el café hacía la artista: "todo, en este infinito paisaje, es arena (...). Materia que parece no poder contener más que a esas formas y seres que pueblan el desierto, que forma parte de ellos, que se arremolina produciendo túnicas, animales o dunas, que enrarece el aire y borra los horizontes. Arena petrificada que apenas necesita matices porque contiene ya toda la memoria de aquellas tierras".
Los cuadros de Gabardino dedicados al desierto, desde su perturbadora monocromía, subvierten nuestro modo de comprender el entorno, reivindicando el valor de lo intransitable y lo inagotable, pero también de lo real y tangible. Javier Rubio Nomblot