Descripción de la Exposición
La marca era una pequeña mancha redonda, negra contra la pared blanca, de seis o siete pulgadas sobre la chimenea.
Ya desde el inicio del relato del cuento de Virginia Wolf, titulado La marca en la pared, publicado en 1917, esta definición descriptiva de una simple marca en la pared, en voz de la protagonista femenina, nos atrapa y nos lleva por un recorrido sinuoso y en espiral del flujo de pensamiento.
La mancha en la pared, ese característico elemento de cualquier espacio privado, es para Virginia Wolf el punto de partida para adentrarse en acontecimientos históricos y políticos, en la fugacidad de la metafísica, las limitaciones del conocimiento, las simplicidades y detalles de lo cotidiano, y las inquietudes de su subjetividad -todo a partir de esa marca imprecisa, enigmática y abstracta de la que desconocemos su origen hasta la última línea del relato.
Surge así una conexión latente entre las proposiciones de la renombrada autora británica y la obra de la artista visual brasileña, Marlene Stamm: ambas parten de lo insignificante, de lo nimio, de aquello que está y no está, en la pared, en el rodapié, en el rincón de la pared de la casa, en el borde de la ventana, para revelar el poder del silencio cotidiano.
Y silencio, aquí, no es un mero término ornamental que califique las acuarelas de la artista (porque nada en el trabajo de Marlene es ornamental) sino un concepto clave evidente: hay un silencio en todo, pero un silencio lleno de ruidos, de reverberaciones de pensamiento, de narrativas de lo interior, de deseos ocultos.
Tanto en 24 horas de luz y sus derivados rizomáticos, como en invisibles, silencio, mnemis, gato y maría ya no vive más aquí, sobresale el tratamiento poético de Stamm, un juego de espejismos, de fantasmas, como sutiles inserciones de luz sobre la futilidad de los días: las cerillas adquieren el estatus metafísico del tiempo; hilos, interruptores, agujeros de clavos, manchas de suciedad y de humedad, se transforman en vestigios arqueológicos de subjetividad, y ciertos objetos cotidianos se reubican como sustrato de los días.
La capacidad del espectador a la hora de captar la esencia de estos trabajos, reside justamente en su camuflaje. Se tarda en percibir lo que allí ocurre, en medio de los mil matices que conforman el blanco de las acuarelas, la selección de objetos tan comunes, los desvíos de ruta hacia una poética común. Es necesario un tiempo para conectar con esas narrativas de ilusión y soledad, porque hay que parar el ritmo contemporáneo, interrumpir las ansiedades, para introducir otras percepciones del espacio privado de la casa/estudio -el más considerado para la artista.
En la obra de Stamm destaca también un determinado modo de hacer: un trabajo manual repetitivo, casi obsesivo, solitario y silencioso, cercano al de las hilanderas y costureras. El aura de una introspección doméstica conecta con las problemáticas de Virginia Woolf, porque es de ese espacio privado, circunscrito, del que ambas nutren su obra para el mundo y para afirmar su propia existencia.
Y es en esa delicadeza terrenal, de silencios, desviaciones y trivialidades en la que cristaliza el poder de la obra de Marlene Stamm: una purga suave, pero no por ello, menos poderosa que aquello que se llama vida.
Marcas en la pared por Talita Trizoli São Paulo. 23 de septiembre de 2015
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