Descripción de la Exposición El pintor madrileño Francisco Cruz de Castro vuelve a exponer en la Sala Ateneo de Madrid cuarenta años después de su muestra en el mes de febrero de 1966, presentado por Manolo Millares, pintor afamado ya en aquellos años y reconocido internacionalmente. Francisco Cruz explica así su evolución: Mi obra de entonces, estaba inmersa en los parámetros del arte Pop, pero muy distanciada del Pop americano de la publicidad y de los escaparates. Se trata más bien de una pintura de corte neorrealista, con connotaciones elocuentes de la miseria, la pobreza, la vida de necesidad. Todo ello a través de una materia rica en su elaboración, pero enormemente castigada, agredida, erosionada, con la incorporación de objetos encontrados, producto del deshecho. Pues bien, cuarenta y un años después, y también en el mes de febrero, vuelvo a esta casa a la que me siento enormemente vinculado, ya que en ella ha transcurrido gran parte de mi juventud y de mi vida de estudiante. Son muchas horas las vividas en el viejo caserón de la calle del Prado enriqueciéndome humana e intelectualmente en mi condición de ateneísta. Pero vuelvo, cumpliendo un viejo anhelo, para exponer mis trabajos en la mítica Sala Santa Catalina, que sigue viva y con impulsos renovados, tratando de dar continuidad a su rica historia. Mi obra actual, como no podría ser de otra manera, tiene diferencias sustanciales con la de entonces. Ha transcurrido un tiempo bastante dilatado de historia personal y colectiva, y en mi trayectoria artística se han sucedido diferentes etapas respondiendo a las propias exigencias, tanto artísticas como personales, y a los condicionamientos inexorables del entorno socio-cultural. Pero hay una constante que prevalece en mi pintura: una preocupación muy marcada por centrar la expresividad de la obra en la propia expresión del material pictórico, y la utilización de una gama de color asordada, rica en matices, pero dentro de una tendencia monocroma, donde las tierras, los sienas y los ocres predominan con el contrapunto de los verdes y los rojos y, naturalmente, siempre cerca los blancos y los negros. Algunas características cabría señalar de la actual etapa. Se trata de una obra de referencias, no de presencias. De esquemas más que de argumentos. Es el proceso acaecido en el tiempo lo que interesa, la huella dejada, no la historia. Es el tiempo, en definitiva, como protagonista. Un tiempo que, posiblemente, en su transcurrir haya ido dejando jirones de radicalismo, abandonando dogmatismos huecos, y adoptando, cada vez más, criterios de relatividad, para dar respuesta, siquiera sea por aproximación, a las interrogantes que continuamente nos planteamos.