Sebastián Acosta, crítico y doctor en Historia del Arte, analiza esta exposición de Juan Acosta titulada 'Fragmentos' como una "atractiva colección que trata de la existencia y del hombre, desde lo más profundo del ser. Lo que no quiere decir que lo proponga en términos individualistas sino, por el contrario, nos lleva a una visión genérica de la condición humana, de la legitimidad de su presencia".

De ahí que no sea por casualidad que Juan Cabrera presente en sus retratos, a guisa de bocetos esculturales, la importancia que tiene el espacio no trabajado como la pincelada dura pero ágil de su propuesta. "Ya el retrato romano, que surgió de la evolución de los retratos representados en los frescos de las tumbas funerarias etruscas y en las efigies labradas sobre los sarcófagos expresaba la síntesis de rostros fidedignos mezclado con una ... necesidad de trascendencia histórica. No estamos ante objetos pensados como mero recuerdo inmaterial, sino que se nos presentan de un modo tangible y real; pues el romano siente, en todo momento, que está haciendo Historia, llevando a los artistas a buscar en sus obras tanto la representación física como la psicológica del personaje retratado".

Los personajes que en algunos momentos se acercan a la caricatura, no hacen otra cosa que ennoblecer su función literaria e histórica como portadores de valores y señas de identidad que están más allá de la simple apreciación visual. Pues la mirada o la sonrisa, la ironía o lo inescrutable van acompañados por un Don Quijote cuyo tamaño no se mide en densidad sino en profundidad histórica. Viene a recordarnos que por encima de las vicisitudes diarias, está la existencia y la reivindicación del ser. Los valores éticos o morales se reafirman por su propia necesidad a la que no podemos renunciar. O cuando las montañas de Sísifo encuentran relevo en los mares de Ulises.

La ocasión de esta exposición es una magnífica excusa para recalar en la obra de estos tres gigantes de la pintura. Así, por ejemplo, Velázquez y sus "Meninas", con la presencia de los reyes, el pintor, la atmósfera y los efectos ópticos del espejo, crean ese reflejo de vida y de correlación entre lo pintado y lo existente, en donde la trivialidad de un tema doméstico nos transforma, con esa metáfora de lo existente en el mundo del arte y en el mundo real, en testigos únicos de la confluencia entre el arte y la vida.

Juan Cabrera, conociendo esta gran máxima de la materialidad del ser, trata de trascender de la misma e interpelarnos acerca de su eterno presente. "Ese devenir que no consiste simplemente en estar entre las cosas y los hombres sino en dirigirse a ellos, pues estar en el mundo es un deambular plenamente activo, que procrea las relaciones y el propio hábitat". De esta forma, la realidad viene interpretada por la razón, pero también por los sentimientos más íntimos, como la angustia, que nacen no como objeto definido sino como resultado de las posibilidades sin garantía que nos ofrece la existencia.

Tras la obra de Juan Cabrera no sólo se esconde su infinita admiración y reconocimiento por el ser, sino que se convierte en una contribución sobre aquéllos que han marcado el mundo del arte y, por ende, el reconocimiento de lo contingente en la historia del arte.

Su relación con la historia del arte nos empuja también a considerar la propia lección que el artista saca de este "choque de trenes de los estilos clásico y moderno: enseña que el diálogo con la tradición (es decir, su interpretación) no sólo significa volver al pasado, sino que puede servir para sentar las bases de toda supervivencia posible del arte al superar los límites del tiempo". De ahí que a veces en su obra haya restos de la propia presencia del artista, sus huellas, sus olores, sus sabores...