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Es esta una exposición sencilla en que todo se dice a la vez, en que las imágenes y poemas fundan un sentido que desafía continuamente la realidad visible. Cada uno de sus poemas y fotografías intentan aprehender el sentido del lugar procurando derribar toda idea previa que no sea pura emanación de su realidad.

Es el mundo el que llama a las palabras. El sentido literal de un paisaje pasa por convertirnos en parte del mismo, intentando, según la vieja enseñanza taoísta, reflejar las cosas, no retenerlas. Así, esta exposición pretende devolver el mundo al mundo, como el mar devuelve el color de las nubes o el color del cielo o el de la noche, sin ser exactamente un espejo, simplemente participando, procurando en todo momento no dar una visión totalizadora. No se trata de fragmentos dentro de una continuidad deshecha, sino brotes de una conciencia ... eufórica de haber estado ahí, que se siente afortunada en cada instante y, más que prolongar el tiempo, pretende ahondarlo, ser habitada por sus múltiples formas, desde el alba hasta las últimas horas.

En esta estrecha relación con el paisaje, los autores se atreven a reconocer que su propia formación debe bastante al contacto con estos lugares. De alguna manera su mirada está marcada por esta parte del mundo.

Se ha buscado aquí el misterio del paisaje, el lugar mismo desde la propia experiencia; desde esta exposición se proponen afirmarlo una vez más y defenderlo: afirmarlo con todos aquellos que puedan compartirlo; defenderlo contra todos aquellos que, habiéndole echado el ojo, pueden hacerlo desaparecer o fragmentarlo, en una última intervención que lo convertiría, definitivamente, en una mascarada llena de sauces llorones.