Descripción de la Exposición
Elena Losón trabaja sobre dos territorios: el plano de tela o de papel y su propio taller, territorios de límites precisos y cercanos. El universo material con el que avanza sobre ellos también es acotado: se resuelve entre grafito, lápices y tinta. Elena se priva también del color, para manejarse con la paleta sutil de los valores que ofrece el negro y una colección finita de lápices que oscilan entre los grises, el celeste y el piel. Ha ido renunciando incluso a la imagen referencial que habitaba sus dibujos y pinturas; en estos últimos trabajos no hay escritura ni signo reconocible, no hay figuración de nada cuya idea exista previa a su trazado sobre la superficie de trabajo. Profundizando aún más en este panorama de restricciones, se ha dispuesto a trabajar a partir de ejercicios básicos y casi residuales: el del dibujo elemental -una raya que viene y que va- y todo aquello que usualmente se ejecuta en los bordes de los trabajos de los artistas o sobre superficies que se descartan como resto. A contrapelo de las acciones más "intencionales" de la creación en el arte, donde el acto físico e instrumental se propone como mediador de imágenes o de símbolos, las de Elena son los hechos más concretos y elementales de su oficio: para ella, pintar o dibujar pasó a ser lo mismo que limpiar sus rodillos, probar y gastar sus lápices o estirar una tinta. Su imagen es su método.
Proponiéndose andar en este aparente desierto, Elena ha logrado, sin embargo, acariciar el infinito. A tientas, como olfateando la sabiduría de que sólo la repetición permite variación, sólo el desapego proporciona liberación, su catálogo básico de herramientas desató una serie de acciones que parece no acabar nunca en su capacidad creadora. Guiada por esta especie de arqueología de taller que se impuso algo intuitivamente como proyecto -el estudio del espacio que habita a partir de sus propios restos-, comenzó a dar forma a un ensayo interminable sobre la aparición y la desaparición de las imágenes, sobre la transformación de la materia en imagen, sobre la anulación del principio según el cual entre la superficie de trabajo, la acción y la imagen lograda existe una relación jerárquica. La pregunta sobre quién activa a quién tiene en su trabajo múltiples respuestas.
Si la preocupación inicial de Elena era cómo ocupar la tela o el papel, "cómo lo material traspasa su naturaleza, atraviesa su dimensión hacia el campo simbólico de la imagen", según sus palabras, el resultado es una serie de obras donde el ejercicio de trabajar sobre lo dado -calcar con un rodillo entintado los restos de material que quedaron bajo un papel, o repetir un simple gesto hasta acabar con sus lápices o romper una bola de grafito- descubre geografías, representa el espacio habitado según las fuerzas naturales y humanas que le dan forma. Desde la más estricta simplicidad, su trabajo evoca voz y silencio, fuerza y cansancio, transparencia y opacidad, el carácter difuso entre lo presente y lo que vemos, el espacio de infinitas sutilezas que existe entre lo vacío y lo lleno, entre el antes y el después del acto de marcar y de manchar, en todas sus intensidades. Elena levanta y deja huellas, sus dibujos se vuelven brumas, atmósferas que difuminan el horizonte y la gravedad que nos ordena, yuxtaposición de imagen y de acto que vuelve a todo no sólo figura, sino también puro y profundo fondo.
Alejandra Aguado
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