Descripción de la Exposición
A sus treinta años, en 1981, recién separada y en una vieja casona de San Telmo a la que se acababa de mudar, Liliana Maresca empezó a hacer sus primeros objetos. Hasta entonces había sido muchas cosas, como si emergiera de otras vidas: una estudiante, una hija, una ama de casa, una empleada de oficios varios, una madre reciente y, sobre todo, una artista en formación que aún no sabía que era una artista pero que se estaba buscando, como si intentara atrapar un destino aún incierto pero que estaba ahí, esperándola.
Como una turista alucinada en su propia ciudad, empezó a deambular por las calles del barrio recogiendo restos diurnos, todos esos desechos que la gente suelta en las veredas y a los que ella les inyectaría, luego, en un estudio improvisado en un rincón del living de su casa, una especie de dosis aurática: los iría convirtiendo en otra cosa.
Con el paso de los años haría otro tipo de intervenciones, algunas multitudinarias (La conquista), otras deudoras de los happening de los años sesenta o incluso del surrealismo de los años 20 (Una bufanda para la ciudad de Buenos Aires), algunas precursoras del biodrama o el giro autobiográfico en el arte (Maresca se entrega. Todo destino), algunas de intensidad más política (Carro de cartonero), pero siempre se mantuvo fiel a ese gesto fundacional y nunca dejó de producir objetos raros, como pequeños golems salidos al mismo tiempo de la vida real y de una imaginación alocada.
Muchos de los objetos que se presentan en Florecerán pájaros pertenecen a su etapa final y están fechados en los albores de la década del 90, en los años inmediatamente anteriores a su muerte, el 13 de noviembre de 1994. La técnica ya estaba más depurada, los artefactos son más limpios en sus terminaciones, y sin embargo hay un hilo transparente que enhebra aquellos primeros objetos bocetados por una artista cachorra (“Torso” o “Mono y esencia”) y los que se pueden ver en esta exposición, ya hechos por una creadora en el pico de su madurez. El principio y el final de un recorrido artístico muchas veces se parecen.
Un autito de plástico sobre una plataforma de madera pintada o cuatro cubitos de colores sobre una base de madera enchapada en plomo: las obras de la etapa tardía de Maresca parecen confirmar, por si hiciera falta, que el hecho artístico no depende necesariamente de los elementos en juego y es más bien una predisposición. Maresca rescata materiales impuros, descartes de la vida cotidiana, incluso chatarra, y sobre ellos imprime una lectura del mundo, una interpretación. ¿No es eso lo que hacen los artistas? Recorrer esta exhibición nos hace entender, con la claridad un poco cegadora de una revelación, que todos vivimos rodeados de belleza y que solo es cuestión de cambiar el ritmo y el tono con el que miramos nuestra ciudad. No es fácil hacerlo, y finalmente son pocos los que se meten profundo por ese camino.
Esa mirada pura de Liliana Maresca tiene también un arraigo infantil, algo que parece no poder o no querer corromperse. “El perrito”, de 1992, o “Pinocho”, de 1994, podrían fascinar a cualquier niño, porque son justamente los niños los que entienden mejor que nadie, de una manera completamente instintiva, lo que ella siempre entendió: que la vida puede ser un juego y que todo es cuestión de permitirse vivir en un estado de asombro, como si viéramos las cosas por primera vez.
Mauro Libertella
Exposición. 13 dic de 2024 - 04 may de 2025 / CAAC - Centro Andaluz de Arte Contemporáneo / Sevilla, España
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España