Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- Joaquim FALCÓ comenzó a exponer a principios de la década de los años ochenta. Aquella década trajo consigo una vuelta a la pintura que corrió pareja a una exaltación de la individualidad del artista. Liberado de las ilusiones ideológicas y la creencia en un sentido progresivo de la historia y del arte, el artista podía ya dedicarse a crear sin preocupaciones trascendentales ni otra justificación ni meta que no fuera la del propio placer de la pintura. El arte recuperó su identidad como objeto preocupándose por los valores formales y afirmando su singularidad expresiva. En ese ambiente de rescate de la pintura, muchos se volvieron hacia la búsqueda de un lenguaje específico para la expresión subjetiva y descubrieron el expresionismo de principios de siglo desde una visión totalmente nueva. El neoimpresionismo opuso la significación simbólica de la obra al deleite de su contemplación y el de su propia ejecución. La pintura se convierte en una práctica hedonista de contenidos íntimos, un espacio para la expansión privada, sin implicaciones morales, estéticas o sociales. El énfasis se pone en la búsqueda de universos individuales y en la afirmación del acto artístico en sí. Los grandes formatos coadyuvan a una puesta en escena brillante, espectacular. La imagen plástica se autopresenta apoyada en la exaltación de los valores que le son inmanentes- el color, la textura, la formulación de un mundo propio- abandonando el compromiso social que había caracterizado a otros movimientos. Estos artistas encontrarán en la historia del arte un nuevo recurso que se convierte un una estrategia de la nueva pintura, dando curso a un eclecticismo que constituye uno de los signos de su identidad. El recurso a la cita histórica permite la coexistencia de lenguajes estilística y cronológicamente distantes dando una nueva identidad a lo viejo. Este presupuesto enlaza con el lanzamiento internacional de la Transavanguardia, término acuñado por el crítico Bonito Oliva para definir una nueva tendencia que se caracteriza por la vuelta a la representación figurativa concebida como una operación sincrética entre la expresión del individualismo y la continuidad con la tradición, de la que se apropia temática y estilísticamente de forma totalmente desprejuiciada. Bonito defiende la utilización de las imágenes proporcionadas por la historia del arte y la apropiación por parte del nuevo artista y defiende también la permanencia del genius loci esto es, la vinculación de los artistas a las raíces culturales de donde proceden, única manera de preservar la identidad cultural frente a la tendencia de homologación normativa del lenguaje artístico moderno. El eclecticismo defendido por Bonito Oliva se basa, por tanto, en la convivencia de pasado y presente, de clasicismo y vanguardia. La obra de Joaquím Falcó encaja en los parámetros definidos por Bonito Oliva, es decir, la simbiosis entre las formas de expresión individual y las de la tradición. La utilización de un lenguaje plástico neoexpresionista y de una iconografía heterogénea que se nutre de la relectura subjetiva de la historia del arte, de los objetos de consumo, de los medios de comunicación, del paisaje, de la fauna, de la flora. Tradición y vanguardia forman parte de su patrimonio cultural, un territorio conocido que puede recorrer tomando las vistas más sugestivas con las que construir su propio mundo plástico. En definitiva, lo local y lo internacional, pasado y presente, clásico y moderno, real e imaginario, la alta y la baja cultura, constituyen por igual sus referentes. Observando con atención sus cuadros lo primero que nos transmite es que le gusta pintar, ama el color, tiene la necesidad de manejar la pintura. En sus telas, el brochazo espeso, untuoso convive con obras de colores planos y limpias superficies. De otra parte, la recuperación de los valores materiales de la pintura provoca una nueva apreciación del oficio y las técnicas tradicionales, ejerciendo una suerte de revancha de la materia sobre la mente, no para negar o anular ésta, sino para ofrecernos la pintura como sustancia sensible antes que ninguna otra cosa. Falcó se sirve en algunas de sus obras de las lecciones del expresionismo abstracto, con su secuela de chorreones, empastes y superficies invadidas por un vendaval de pinceladas, para construir unos escenarios bidimensionales en los que introduce elementos figurativos aislados; con ellos rompe la abstracción, así las imágenes aparecen como figuras flotantes, abandonadas sobre fondos hechos de masas de color. La espontaneidad del trazo, la agilidad del gesto o la concentración de la mancha son valores que el pintor conquista a través de sus realizaciones. La satisfacción ante la materia y textura cromática es aún más interesante y la superficie plástica adquiere toda la expresividad de la tensión creadora. Centrado en la potencia de los colores el artista personaliza sus obras mediante un lenguaje intuitivo y sensible, construye visiones que se aproximan a la realidad que recupera la figuración apropiándose de las imágenes que conforman la iconosfera en la que se desenvuelve nuestra sociedad y son consumidas a diario por millones de personas. La referencia pop restaura el sentido de modernidad, la recuperación para el arte de una mirada en sintonía con las condiciones de la sociedad del momento. La utilización de imágenes de consumo, de productos del ámbito doméstico y comercial, le sirven a Falcó para prestigiar estos productos con un valor añadido que le proporciona la condición artística, provocando un acercamiento entre el arte y la vida que no haya parangón. Lo que le distancia del Pop es la asimilación artística, la factura manual del lenguaje y las técnicas que utiliza frente a la producción mecánica y seriada que aquellos utilizaron desdeñando la expresión individual. Cuando sus pinturas evocan los grandes maestros (Van Gogh, Picasso, Zurbarán,... entre otros) demuestra una inusual agudeza mental, una capacidad de penetrar en la imaginación de otros para desarrollar la propia, una habilidad sutil de adaptarse en una época de inadaptación. El artista usa la ficción de otro, como realidad ya implantada, para volverla a una nueva ficción que puede ir mucho más allá que la primera, que se nos antoja entonces una especie de hiperrealidad. Consigue así lienzos de un gran efecto decorativo, en los que las figuras se superponen a fondos coloristas dominados por una pincelada nerviosa que transmite a toda la composición su dinamismo. Junto a un eclecticismo que se alimenta de modelos y referencias heterogéneas, el humor es otro rasgo permanente en sus obras; un humor irreverente que le permite desmitificar los materiales y objetos que hace suyos y apela a la complicidad del espectador para que participe en el juego de desacralizar los mitos culturales. El artista mantiene una actitud abierta y se mueve con soltura entre todos ellos realizando una interesante adaptación a sus propuestas. Cada obra de Falcó funciona como un flash de la memoria, como una parte de un recuerdo. Cada obra es como un fragmento de la realidad en primera lectura, pero alegórica en su significado final.
La obra de Joaquím Falcó encaja en los parámetros definidos por Bonito Oliva, es decir, la simbiosis entre las formas de expresión individual y las de la tradición. La utilización de un lenguaje plástico neoexpresionista y de una iconografía heterogénea que se nutre de la relectura subjetiva de la historia del arte, de los objetos de consumo, de los medios de comunicación, del paisaje, de la fauna, de la flora.