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Faces / Rostros de la Escuela de Londres

Exposición / Fundación Museo del Grabado Español Contemporáneo (MGEC) / Hospital Bazán, s/n / Marbella, Málaga, España
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Cuándo:
24 jun de 2011 - 24 sep de 2011

Inauguración:
24 jun de 2011

Organizada por:
Fundación Museo del Grabado Español Contemporáneo (MGEC)

       


Descripción de la Exposición

Artistas: Avigdor Arikha, David Hockney, Francis Bacon, Frank Auerbach, John Davies, Lucian Freud, Paula Rego, R.B. Kitaj y Stephen Conroy.

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No crean que el texto que aquí comienza trata de museos. Trata de pintores, y de grabadores. Y de historias y de hombres, también. Y es un relato que avanza hacia atrás. Desde lo inmediato hacía el pasado. Desde el artista más joven a los mayores, algunos ya ausentes desde hace años.

 

Stephen Conroy es el benjamín de la segunda hornada de la llamada, con las na­turales reservas, 'escuela de Londres'; apenas tenía una docena de años cuando Kitaj habló con la contundencia expresada antes. Sobre la Escuela y sobre Lon­dres hablaremos más tarde, pero quizá quepa considerar que, cuando Kitaj ex­presa su sensación, Londres ha comenzado a recuperar cierto aliento en el con­fuso mapa de la creación contemporánea, frente a la todopoderosa New York, al boom alemán de posguerra, a las propuestas situacionistas francesas y a los ex­perimentos italianos. Pero volvamos a Conroy. Sin duda, el ultimo eslabón de la cadena expresa en su contundente propuesta alguno de los ítem que podemos encontrar en sus compañeros de viaje, el hombre como protagonista exclusivo de su producción, el elemento narrativo como obsesión artística, el afecto por la pintura como medium indiscutible y todas y cada una de las caras de este po­liédrico movimiento. En ocasiones, las obras de Conroy nos evocan otras obras reflexivas y llenas de profunda desazón. Y no nos cabe otra que pensar en la exquisita e intensa producción del malogrado Juan Muñoz, en la soledad, en la incertidumbre, en la duda, en el fondo, reflejo de un contumaz existencialismo que recorre la obra de Conroy y del grupo del que estamos hablando.

 

No han pasado aún dos años de la apertura en Cascais de un hermoso museo dedicado a la pintora británica, o portuguesa, Paula Rego. Recibe este sereno museo, color rosáceo y dotado de dos enormes chimeneas habitables a modo de las de Sintra o Alcobaça, un apelativo muy literario: casa das historias, en portugués.

 

Regresamos una y otra vez al lugar común: a lo narrativo, a la obra capaz de sal­tar de un género a otro. Historias que se apoyan en una realidad física de gran contundencia y retratos que cuentan mucho más de lo visible. Qué cerca está Rego de los grandes, qué cerca sentimos a Goya en sus grabados, qué cerca está Balthus en sus óleos. Qué cerca sentimos a Kentridge a pesar de un lenguaje tan distinto y distante. Qué cerca hemos de sentir también a otro de los artistas pre­sentes en la exposición, si bien no ha sido considerado plenamente miembro de la escuela londinense: John Davis.

 

Escultor, John Davis, ha centrado su producción en la representación de la figura humana. En ese sentido podríamos relacionarlo con posiciones cercanas al Pop Art de del estadounidense Georges Segal e incluso a artistas próximos al arte so­cial: Canogar después de la experiencia del Paso o el primer Genovés. Podríamos considerar al primer Davis un artista hiperrealista o cercano a esos postulados, y nos equivocaríamos. Su producción está más cerca de escultores como Richier y su carga existencial, que de comportamientos estéticos continentales de marca­do carácter social, o la liviana nueva escultura británica. Nos resistimos, una vez más a no señalar los lugares comunes con nuestro malogrado Muñoz.

 

Es difícil suponer que hubiera significado la ausencia del medio británico en la obra de Rego, y en paralelo, la ausencia de la portuguesa en Inglaterra. Ambas situaciones han retroalimentado una trayectoria contundente. ¿Otro elemento característico de la escuela de Londres? ¿Un arte de transterrados?

 

Apuntábamos antes, que fue Kitaj, nacido en Cleveland, Estados Unidos, quien se atrevió a señalar la existencia de un grupo de gran calidad en la capital britá­nica. Grupo, que pese a algunos modos cercanos al Pop Art, sobre todo en este artista, que fue abanderando posiciones muy concretas, al margen de la obvie­dad abstracta de otros artistas británicos y del peso de creadores del nivel de Hamilton. Es quizá la obra de Kitaj la más narrativa, junto con la de Rego, de este grupo de artistas. Todas las obras de Kitaj, incluso las más tempranas, como las que se muestran en esta exposición, participan de cierto desenfado pop. Y ahí se acerca al Hockney del que no hablaremos más tarde. Pero ese desenfado pop no es frivolidad, en los abigarrados collages llenos de santos, en la historia del bailarín rojo de Moscú o en las tórridas escenas realizadas en sus últimos años hay un punto de encuentro: la insinuación, el inicio inquietante de una historia. Tratamiento, al fin, de los temas universales inherentes a la existencia humana. Algunos críticos han pretendido observar una activa militancia en el expresionis­mo. Nada más lejos de la realidad. Sí hay, como hemos señalado antes, una vin­culación con la nueva objetividad tan cercana al Pop Art.

 

También una posición cercana al surrealismo y al existencialismo, sin ir más lejos cabe señalar la proximidad de Avigdor Arikha al existencialismo de Beckett a tra­vés de su esposa, biógrafa del irlandés. Arikha no ha sido considerado miembro del grupo ya que no residió en Londres, pero, sin embargo, ha participado clara­mente de sus postulados. Retratista notable no es casual que una de su más afor­tunadas obras como crítico, que también lo fue, y de éxito, se titule Peinture et regard, 'Pintura y mirada' (1991). El título es elocuente. El hecho de pintar como experiencia humana deviene del hecho físico del mirar. La representación con­creta, y no genérica, de las cosas y las personas es la piedra angular sobre la que se asienta la producción artística del ejemplo más notable de transterrado: judío nacido en Rumanía, adolescente en Palestina y artista y crítico en París.

 

Judío, y nacido en Berlín, Frank Auerbach es con Freud y Bacon uno de los pila­res del grupo. En su obra no hay separación entre materia y color. En los prime­ros sesenta su obra entró de lleno en los postulados informalistas continentales: Dubufett, Fautrier o Tapies. La evolución posterior de su producción lo sitúa más cerca de postulados expresionistas debido al uso de la materia pictórica como elemento clave en la configuración de la representación plástica. Ello lo llevará a trazar dibujos y a realizar grabados en los que el trazo tembloroso de la línea configura obras de enorme potencia. Traslación fiel de las series de retratos rea­lizados al óleo y que se encuentran entre lo mejor de su producción. Memorable resulta el retrato de Lucian Freud por Auerbach y el de Frank Auerbach por Freud. También el de R. B. Kitaj por Arikha que se presenta en esta exposición. Juego cuanto menos curioso en un país de sitúa el retrato como paragdimático genero nacional, y que nos recuerda aquellas series grabadas por Van Dyck de los artis­tas de su país.

 

La producción artística de Lucian Freud es sinónimo de retrato. Ya en los primero cuarenta, refugiado en la campiña lejos de un Londres en ruina y con más velei­dades de poeta que de pintor, los dibujos enlazan temas vinculados con la vida campestre con incipientes retratos. Ya, tan joven, Freud sabe que su vida será contar la vida de las personas, sean estas poderosas -la mismísima Isabel II-, sean estrellas de consumo rápido -Kate Moss-, seres marginales -Leigh Bowery-, su entorno familiar inmediato, o un simple animal de compañía. En esa fecunda trayectoria que habría de hacer a Freud el pintor vivo más importante en la ac­tualidad, y que se dilata por sesenta años, el artista fue abandonando la línea en beneficio de la materia. Ello necesariamente se trasladaría a sus grabados, donde las sombras han ido ocupando terrenos antes vacíos. Polémico siempre, la reali­zación de un retrato del Brigadier Parker-Bowles fue sagazmente analizada por el crítico Waldemar Janukzacs, concluyendo que dicho retrato representaba la vida de un hombre corriente; eso si, ataviado con el uniforme militar de gala, repan­chingado en un histórico sillón con la casaca abierta y armado con una copa de licor.

 

En múltiples ocasiones a los miembros de la Escuela de Londres se les ha acu­sado de una filia acendrada por lo poluto, de una inclinación desmedida hacia lo vulgar, lo sucio, lo sórdido... lo que implica una actitud fundamental hacia la experiencia de la realidad. En ello no poca importancia ha tenido el mayor de los miembros de la organización: Francis Bacon.

 

Manifestaba David Sylvester en 1954 que Bacon primaba en su obra e iconogra­fía la condición humana. Alternando en su producción rostros (faces) de prela­dos, hombres de negocios y políticos (encorbatados) con representaciones de la Crucifixión y anónimas caras de narices rotas vistas de costado. El horror habita­ ría en la obra del irlandés, donde no hay una situación extrema. Nos encontraría­mos ante la premonición del desastre. Y así durante cuarenta años.

 

Añadía Sylvester entonces, autor por cierto del más interesante libro de entre­vistas realizado a Bacon, y posiblemente a un artista, que había necesariamente que relacionar la producción baconiana con la del fotógrafo Muybridge en la mágica transformación de la figura humana en movimiento en un elemento abs­tracto. El irlandés habría de descubrir en la fotografía como las formas pueden ser distorsionadas sin perder un aire de realidad. En el fondo la quintaesencia de la obra de Bacon. Realidad en la que el pintor quería ver atrapado al espectador cuando ante sus aterciopelados oleos colocaba un cristal, en ocasiones cruel e intencionado espejo.

 

No me quedaría tranquilo concluyendo este breve análisis de una parte esencial del arte británico si no citara, a mi juicio, a una figura capital: Stanley Spencer. Sería injusto no citar su figura y su producción como antecedente directo de los artistas representados en esta muestra. Spencer (1891-1959) es el artista más ge­nuino del periodo de entreguerras. Su obra, de enorme singularidad va a centrar­se en episodios narrativos de enorme profundidad en los que el existencialismo está a flor de piel y el peso de la guerra aplasta cualquier atisbo de hedonismo o placer. La Escuela de Londres será, también, heredera de las frustraciones que nacen con la guerra.

 

David Barro, hace una decena de años, afirmaba con firmeza: 'La inexactitud y falsedad del término 'escuela' a la hora de etiquetar la generación de artistas que desde las postrimerías de los cincuenta compartieron fascinaciones, pasio­nes y apetencias, además de un lugar expositivo -galería del West End-, queda absuelta gracias a su ductilidad conceptual.(...) Despegados de las ondulaciones típicas de la moda, se dedicaron a la figura en la época culmen del arte abs­tracto. Siempre interrelacionados a la vez que siempre personales e individua­les, discutieron y se retrataron, aunque sin proclamas ni manifiestos comunes. Con Londres como entorno circundante desarrollaron sus creencias y actitudes existenciales...'

 

Una visita a la Tate Britain de Londres muestra de forma harto elocuente algunas de las especificidades más claras del arte británico. Ya Salvador Dalí comentaba en una de sus maravillosas entrevistas que el arte inglés estaba desprovisto de artistas geniales, lo que proporcionaba dos cosas interesantes: la configuración de una autentica escuela nacional, tan difícil de encontrar en otros países, y la amabilidad y corrección cualitativa de dicha escuela.

 

Y es que Gran Bretaña es peculiar, lo es tanto que si hay un género podero­samente desarrollado en la verde Albión, es el retrato. Pocos países poseen un museo dedicado a la representación del ser humano como es la National Portrait Gallery, la galería nacional de retratos aúna el placer por el arte con el placer por conocer la persona representada y sus circunstancias, esto es, su condición publi­ca y por ende trascendente.

 

Pero regresemos atrás. A la galería nacional por excelencia, aquella que tras la creación de la nueva Tate, en la abandonada central eléctrica de Blackfriars, se ha centrado en la exposición de obras de artistas británicos y en Gran Bretaña como trasunto. Es un museo del que uno sale contento, y feliz. El cuadro que ini­cia tan agradable itinerario es la anónima tabla de principios del seiscientos que retrata a toda una familia, no podría ser de otra forma. Tras este inicio, el camino que se prosigue con Van Dyck, Reynolds, Gainsborough, Hogarth -y sus maravi­llosos sirvientes-, Sickert y tantos otros, no podía tener otro epilogo que lo que se ha dado en llamar 'Escuela de Londres'. No es el momento de hablar sobre lo que ha venido a partir de 1990, pero no pocos lugares comunes de los com­ponentes de la generación YBA (Young British Artists) arrancan en los postulados de los artistas de los que hemos hablado: el trabajo de Tracy Emin o Sam Taylor-Wood es deudor de esta estética del pesimismo.

 

Y en medio de todo esto, a caballo entre Los Ángeles y Londres, entre un Pop Art reflexivo y festivo y un desconcertante retorno a los clásicos, tenemos a David Hockney, pero eso ya es otra historia.

 


Imágenes de la Exposición
Frank Auerbach, David, 1990

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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