Descripción de la Exposición
La galería Fernando Pradilla presenta en sus salas la cuarta exposición del artista Alberto Baraya (Bogotá, 1968).
Alberto Baraya es uno de los artistas colombianos con más proyección internacional del momento. Ha representado a su país en algunas de las Bienales de arte contemporáneo más significativas como la de Venecia o la de São Paulo. Su obra se encuentra representada en las colecciones del Banco de la República, Bogotá; Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá, Colombia; Instituto de la Juventud, Madrid, España; Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá; Tamarind Institute, Alburquerque, EEUU; The United States Information Agency, EEUU, Colección del Banco de España, y numerosas colecciones internacionales de ámbito privado como la de Jorge Pérez en Miami.
La obra de Alberto Baraya, nacido en Bogotá y de nacionalidad también española, supone una investigación de carácter irónico sobre las estructuras de poder, físicas y simbólicas, que construyen y difunden conocimiento tales como los museos y las Reales Factorías que sirvieron para producir artesanía ligada a la imagen identitaria
de las naciones.
El alter ego de Alberto Baraya, el Naturalista Artificial, ha hecho de la “Expedición como una de las Bellas Artes” su método de trabajo para recorrer el mundo en busca de “conocimiento” y objetos exóticos. De esta manera, se elabora un relato construido a imagen de aquel de las grandes expediciones científicas que, impulsadas desde Europa partir del siglo XVII, recorren el mundo para conocerlo, abarcarlo y comunicarlo.
En esta ocasión, es la figura del maestro Francisco de Goya la que ha suscitado el interés de nuestro artista. La obra de Goya supone la representación simbólica de lo español, los toros, las danzas y juegos populares y demás elementos que constituyen lo arquetípico del carácter hispano.
A partir de obras emblemáticas del genio aragonés, como La nevada o La condesa de Chinchón, Alberto Baraya construye su particular representación exótica de “lo popular español”, incorporando a las escenas de Goya, automóviles de gran clase como Pegasos y Ferraris, además de aves y otros animales propios de América y África.
De donde parte esta curiosa expedición goyesca que ahora nos ocupa, nos proporciona el relato este Naturalista Artificial: “saliendo de Bogotá, regresaba a Madrid con el objetivo de continuar los estudios expedicionarios en la región que había estado desarrollando durante más de veinte años. Se trataba de realizar una extensión de mi proyecto anterior, Herbario de plantas artificiales, que había surgido en esta ciudad como una herramienta artística de análisis de identidades, clasificaciones decorativas, medición de homenajes votivos, recolección de evidencias sobre ritos funerarios o descripción de complementos arquitectónicos y de moda. El desarrollo de mi Herbario me había llevado a buscar ejemplares de falsa flora por el resto de la península ibérica y otras regiones europeas como Sicilia, Venecia, Gdansk, Londres o París. Recolecté flores plásticas en la región del Atlas marroquí, las selvas tropicales de Brasil, en los Andes y el Mar Caribe Colombia, y también en recorridos urbanos por Quito, Bogotá, Lima, São Paulo, Río de Janeiro. También hallé taxones de seda y alambre en trayectos norteamericanos por México, Los Ángeles, Miami o Nueva York; había logrado llevar mi búsqueda a lugares tan remotos como Shanghái, Adelaide o New Plymouth en Nueva Zelandia.”
A su regreso a Madrid, el Naturalista Artificial se plantea nuevos objetos de estudio en los estereotipos de identidad que sobreviven a orillas del río Manzanares. “En La pradera de San
Isidro, retrató Goya ese espíritu del pueblo madrileño con sus procesiones y fiestas populares, con sus bailes, los vestidos de las majas y los majos, el juego de la gallinita ciega, el jamón de bellota o la tauromaquia”. A.B.
De esta manera, Goya y su obra adquieren en el relato de Alberto Baraya la etiqueta identitaria de “lo español”, con un lenguaje popularizado como el estereotipo de la identidad nacional hasta derivar en el adjetivo goyesco referido, entre otras cosas, a las corridas de toros con atuendos de época.
Esta expedición madrileña sería, además, la oportunidad que nuestro expedicionario buscaba para contrastar sus hipótesis sobre un fenómeno observado en repetidas ocasiones a lo largo de sus recolecciones, un fenómeno que bautizó como “exotismo móvil”, un peculiar gesto de exhibición social que se caracteriza por el alarde de animales exóticos y otras bestias artificiales como los autos.
El propio Goya, una vez que fue nombrado Académico de San Fernando y justo antes de acometer el retrato de Carlos III cazador, cayó en la tentación de comprarse su primer coche como símbolo identitario de poder, una carrocita de tipo inglés con la que salió a dar su primer paseo por Madrid; la aventura acabó regular ya que el auto volcó en una zanja y Goya se rompió una pierna.
En esta curiosa Expedición goyesca nos vamos a encontrar con la marquesa de Santa Cruz personificando a Safo seducida por un Pegaso, a la Condesa de Chinchón acompañada por una cebra y un flamante auto marca BMW, incluso al propio Manuel Godoy a guisa de exótico terrateniente de plantaciones caribeñas. Todo ello bajo la atenta mirada de la pintura Volaverunt en la que la mariposa en la cabeza de la dama parece indicarnos la fugacidad de todo, “vanidad de vanidades, todo es vanidad”. (Eclesiastés 1-6).
Elena Fernández Manrique, Madrid, abril, 2024
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