Las fotografías están hechas para ser miradas, para ser observadas, para ser sentidas. Esto, que parece una obviedad, muchas veces es pasado por alto por algunos autores, los cuales creen necesario acompañar sus obras con farragosos y enmarañados textos como si así quisieran traspasar ciertas barreras del lenguaje que las verdaderas protagonistas, las imágenes, se ven incapaces de superar. No tengo intención, por tanto, de intervenir en modo alguno en el diálogo sordo e íntimo que cada una de estas fotografías, de estos paisajes cercanos, ajenos, oscuros o limpios, deben establecer por sí solas con el espectador. Lo que haya querido decir su autor, es decir, yo mismo, más allá de lo que las propias imágenes muestran, es ya irrelevante.

Y seguro que la mirada atenta de cada espectador enriquecerá aún más el contenido visual de las fotografías, dotándoles de ... un sentido y una intención que, aunque estuviera fuera del ánimo del autor en el momento de tomar la instantánea, pueden haber quedado plasmados en los juegos de luces y sombras, de líneas y volúmenes (que no otra cosa es el paisaje) que constituyen cada obra. Limitar el sentido de esta muestra tratándole de otorgar un propósito claro y unívoco sería traicionar las posibilidades expresivas de la fotografía. Y una intromisión injustificable en el ánimo individual y soberano del espectador.