La característica más envidiable de la fotografía es esa libérrima opción de elegir su punto de vista, de determinar la escena, de aislarla del medio que la absorbe, sacrificar los fondos y los límites, hacerlos conjeturar en lugar de mostrarlos. La fotografía cuida explicar lo que debe ser explicado y sobreentender lo accesorio, indica por elipsis y hace imaginar lo que el espectador no ve. No estereotipa la realidad pero tampoco la descuida. En su difícil equilibrio de verosimilitudes, la fotografía puede ser sincera sin ser exacta, no tiene necesidad de describir y ni siquiera ha de reflejar la vida sino la ilusión de la vida. Esa ambigüedad la hace verdadera, porque con sólo un jirón de verdad dice la verdad entera. Por eso puede fotografiarse lo imposible, concretarse lo fugaz y volatilizarse lo permanente.