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Muchos han soñado con colarse en casa de las estrellas, ya fuera por compartir un rato en sus dominios o simplemente para saber qué hacen los iconos en su intimidad.

La obsesión con los famosos no es cosa del presente: Hollywood fue -seguramente- el precursor de todo ello. Sin embargo, a medida que el cerco se estrechaba en torno a actores, actrices y demás gente del cine, la posibilidad del acceso real a sus vidas, a sus sueños, se cerraba en banda.

Por eso, cuando uno mira las fotografías de Sid Avery no puede evitar sonreír: Avery se coló -literalmente- hasta la cocina de los famosos, de las auténticas celebridades. No las de ahora, manipuladas por los medios de comunicación como si fueran un plato recalentado, sino de ... las de verdad, las que convirtieron el séptimo arte en un fortín, a base de talento y glamour: Steve McQueen, Yul Brynner, Paul Newman y su inseparable Joanne Woodward, Anthony Perkins, James Coburn, James Dean, Frank Sinatra... la lista es inacabable. Si eras alguien en Hollywood el objetivo de Avery te inmortalizaría tarde o temprano.

Simpático, cercano, tranquilo y -ante todo- un fotógrafo excepcional, nadie ha sido mejor testigo de la era dorada del séptimo arte como la cámara de Avery.

Un genio incontestable que convirtió el retrato en el género por excelencia, cuyo legado La Térmica ofrece por primera vez en Europa y que rezuma estilo y nostalgia a partes iguales.