Descripción de la Exposición
ESPACIOS POÉTICOS PARA LOS HUÉRFANOS DE LA HISTORIA
Creo profundamente que la labor del crítico y del comisario no está en interpretar la obra de un artista si no en analizarla subjetivamente de una forma poética. Siempre me molestó mucho aquello que, en mi infancia, decían ciertos profesores de literatura: “Aquí el poeta quiso decir…” ¡Y usted que sabrá lo que quiso decir el poeta! Interpretar es anular la libertad que tiene el observador neutral de desarrollar sus propios sentimientos. Y de llevarlo siempre por los mismos caminos trillados de pensamientos manidos.
En estos tiempos en lo que todo es interpretado. Hablemos pues, de la obra de Borja Martínez Cebrián, de una forma poética, es decir libre.
Cuando en los años setenta del siglo pasado, Federico Fellini, decidió encerrarse en Cinecittà y crear allí los escenarios de sus películas, Europa iba ya hacia un deriva que acabaría por aplastarnos a todos. Dentro de aquellos gigantes platós recreaba el cineasta un mundo que su corazón anhelaba y su imaginación desbordante hacía surgir, ayudado por maderas, cartón piedra, máquinas de humo, luces y artefactos varios, los escenarios vitales soñados y perdidos. Fellini creaba así espacios utópicos, paraísos artificiales o infiernos personales, donde nos llevaba de la mano para asustarnos, para hacernos reír y llorar. Espacios que nos transportaban a pasados inventados, creando así una Historia nueva. Una Historia para los desheredados de la Historia. Los que por las guerras, las crisis económicas, por el simple hecho de perder, de alguna forma se les había expulsado de la realidad y desesperadamente buscaban otra realidad paralela a la que aferrarse.
Dice Eric Wolf, autor en el que Borja se inspira para recrear este hermoso título de su exposición, que, al convertir los nombres en cosas, creamos falsos modelos de realidad. Pero, ¿que es falso y que es verdadero en este mundo tecnificado y digital en el que vivimos? ¿No estamos acaso relacionados en todo momento por una maquinita, que se llama móvil, con sus mil aplicaciones quedando cada vez más anuladas las relaciones reales? ¿No se nos incita a meternos en grandes centros comerciales, en parques de atracciones, festivales en lugares vallados, oficinas sin luz natural, etc, etc…?
Así, ¿porqué no es más real que todo eso, nuestra idea de vivir en una realidad paralela? Tal como proponía Fellini en sus decorados de Cinecittà.
Borja Martínez Cebrián en su pintura nos invita a una realidad paralela. La suya, la de sus sueños y su poética. Con sus pinceles nos arrastra hacia un mundo nuevo, un mundo pletórico y colorido. Apetece dejarse llevar por esos pequeños espacios, acercarse y, como Dorothy en El Mago de Oz, pasar del blanco y negro de nuestras vidas sin historia, a un technicolor de azules puros, amarillos y verdes otoñales. Leves lazos rojos que quizá sean los que guardábamos en aquellas cajas de cigarros llenas de cosas absurdas de la infancia. Esa infancia perdida, otro espacio que, estos cuadros llenos de nostalgia soterrada, llevan en su interior.
Borja es un gran coleccionista de pequeños objetos cotidianos que, llevados por su magistral pincel, se convierten en protagonistas de estos espacios a través del espejo. El ser humano se confunde de tal manera entre ellos que casi es una parte más, un objeto más, dentro del cuadro.
Así como un Borremans alegre, un Neo Rauch auténtico, un Bosco sin monstruos, un Mathias Weischer de lugares inventados, un Hammershoi incluso, pero de ácido, Borja es él mismo con su buen oficio y su buen hacer. Un poeta mágico que nos lleva de after por jardines de los que no querremos escapar.
Y cuando llegue la noche, falsamente iluminada por los reflectores, por los neones cegadores de las grandes corporaciones, acerquémonos a los cuadros de Borja y bebamos de sus planos y contra planos, de sus ilusiones espejeantes y fundámonos con nuestros objetos queridos o añorados y no volvamos. No volvamos.
Pero siempre se vuelve, no nos queda otra. Como también Fellini en el final de E la nave va, nos devuelve bruscamente a la realidad. De pronto vemos como la cámara abandona ese barco hundiéndose y nos aleja de la ilusión y vemos los entresijos que nos han bamboleado y nos han creado esa realidad paralela. Así nuestro sueño se convierte en decorado, en espacio sin historia. Somos los huérfanos de la niebla creada por una máquina de humo. Huérfanos, que Borja en su pintura, parece acoger con los pinceles abiertos como Juan Ramón Jiménez en su poema:
“Si te descubren los iguales,
huye a mí,
ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto”
Guillermo Martín Bermejo
Málaga, 28 de octubre, 2016
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