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El año que viene Cornión cumple 25 años de vida y Amador Fernández pretende celebrarlo por todo lo alto, con un repaso a la trayectoria de su sala y, muy especialmente, con un homenaje a la importante nómina de artista que le han acompañado en esta larga lucha iniciada en mayo de 1981. Pero antes, el director de esta emblemática galería gijonesa quiere seguir lanzando propuestas de futuro, desde la profesionalidad y el compromiso, como lo ha hecho siempre, ganándose diariamente el respeto del circuito asturiano y nacional. Así, en su última colectiva navideña previa a las bodas de plata presenta una exposición con trabajos representativos de cinco autores que no exponían asiduamente aquí, en el número 45 de la calle de La Merced. Son Paco Fernández, Miguel Galano, José de ... León, Damián Flores y Santiago Mayo, pintores de distintas generaciones y en plena actividad que, desde empeños dispares pero igualmente válidos para reivindicar las calidades, defienden casi religiosamente la esencialidad plástica.

Paco Fernández (San Juan de La Arena, 1950) continúa mostrándose sutil y delicado, con nuevas composiciones que alternan frialdades y alegrías cromáticas. Sobriedad matérica y síntesis bien entendida dominan su discurso compositivo, cuyas piezas también hablan de dimensiones poéticas, luces nacientes y colores templados. Símbolos vivos, que palpitan inspirados por la intuición, la musicalidad y la construcción, compañeras de un conciso viaje al corazón del espacio habitado. La geometría y la combinación de maderas marcan los elementos modulares de Paco Fernández, salvando cualquier enfrentamiento pintura-escultura, huyendo de aspavientos y acotando soledades para proponer un nuevo repertorio de sueños que se debate en un minimalismo sólo aparente, lleno de de matices ocultos.

Desde una singular figuración, la obra de Miguel Galano (Tapia de Casariego, 1956) responde a la misma ética que la de Paco Fernández. Sus conocidas pautas armonizan cielos, mares o casas sugiriendo paisajes en los que el espectador toma parte activa, buscando las formas que, en pequeñas manchas a modo de figuras, flotan sobre las texturas. Piezas donde la hipotética abstracción desaparece y las presencias se hacen evidentes, en substancias, relieves y leves alusiones. Galano es, en este sentido, un "pintor de silencios", como lo ha definido Juan Manuel Bonet. Cada estigma, cada trazo o cada gota de pintura, frutos de una armonía entre el azar y la intención, son relieves soñados. Obras, en fin, que se caracterizan por el intimismo y la búsqueda de calidades, recorriendo la pintura desde muy dentro. Pintura-pintura, series que se desarrollan con insistencias y se detienen en ínfimos rincones de la tela para extraer un gesto, una luz o un contraste teñido en sugerencias. No es Galano amigo de los sobresaltos y los cambios de tercio, sino fiel a quienes miran los cuadros sin perseguir anécdotas.

Apostando por los grandes formatos, el color, la figura miniaturizada y los utópicos mundos que componen su desbordante imaginación, José de León (León, 1958) se suele recrear en el uso de finos pinceles para dibujar sobre cargadas texturas y superficies oníricas donde abundan, además, los efectos matéricos, haciendo las veces de relieve. En sus cuadros hay los fondos plenos de sugerencias cromáticas que configuran atmósferas irreales mediante enormes trazos; la representación de animales, casas, árboles y personas se hace siempre a tamaños ínfimos, tratando de producir una sensación abrumadora para sumergirnos de lleno dentro del campo simbólico del pintor. No parte de bocetos, al menos en lo referido a la pura composición de personajes; éstos surgen poco a poco debatiéndose entre las ganas de sorprender y la búsqueda de equilibrios. A veces, hace homenajes a los clásicos o alude a mitologías capaces de albergar un cúmulo de sentimientos. Con la misma intención que aquellos maestros de la historia se enfrentaban a los lienzos para plasmar momentos épicos, escenas religiosas o amplias panorámicas, José de León se zambulle en sus particulares episodios narrativos para desarrollar historias de ese Universo que él mismo reclama.

De la obra de Damián Flores (Acebuche, Cáceres, 1963) ya habíamos visto algo en las colectivas de Cornión de la segunda mitad de década de los noventa. Pintor del grupo neometafísico del mediterráneo español, hoy continúa defendiendo una muy particular manera de pintar arquitecturas, casas, faros, mansiones y caminos desde una obra que se preocupa, entre otras cuestiones, por el color y la sensación de luminosidad y tonos blancos que concentran. Austeridad en los fondos y los primeros planos, formatos arriesgados, soledades hopperianas y efectivos contrastes formales se alternan en sus composiciones. Una obra serena que reclama la contemplación pausada para descubrir matices ocultos entre las texturas. Dibujo conciso y sintéticas acotaciones cromáticas, ideales para habitar la pintura, sin remilgos, amaneramientos ni engorros conceptuales.

El más joven de este nuevo grupo de Cornión es Santiago Mayo (Grado, 1965) que en los los últimos años ha brillado en el ámbito nacional, tras su éxito en ferias y el apoyo de numerosos críticos de prestigio. Su obra es un elogio a la pobreza y la austeridad de los materiales empleados. Su trayectoria ha ido ganando enteros progresivamente, partiendo de la intuición y la construcción. Así, siempre le ha interesado rebatir el debate figuración-abstracción y el enfrentamiento pintura-escultura, partiendo de un lenguaje sin aspavientos, de pequeños formatos y hábiles fragilidades. Suele usar maderas policromadas, trocitos de cartón, estructuras diseñadas con leves toques de pintura, papeles, corchos o diminutas bombillas.

Temáticamente, los recursos paisajísticos, el bodegón, las arquitecturas, las ciudades y los homenajes son sus compañeros de viaje para recoge el legado constructivista y neometafísico, acotando en soledades sus sugerentes piezas.