Descripción de la Exposición
Exposición EPHEMERA de Beatriz Castela.
Texto Miguel F. Campón.
Alguien mira un pentágono proyectado sobre la pared. Todo acontece con normalidad. Podríamos decir que la figura y el ojo que la contempla se deslizan, tranquilos, en los raíles correctos de la visibilidad. Tal vez alguien piense que está ante una de las caras de un dodecaedro invisible y recuerde a Platón, y considere, igual que se lee en el Timeo, que ve el fragmento de un sólido geométrico con estructura similar al universo. Hay un pentágono. Alguien mira, continúa mirando. Pero algo parpadea. Y en un instante sucede el desmoronamiento, el desencantamiento. Una interferencia modifica la figura. El discurso se ve interrumpido por un leve seísmo. El ojo sufre una picnolesia en sus códigos y tiempos de representación. Tal vez el sujeto que asista al temblor de las coordenadas visuales ya no pueda ver nada, pero quizá, en este acontecer de la catástrofe, alguien tome la zona cero de la imagen como oportunidad inaugural para articular nuevas sintaxis a partir de las incoherencias gramaticales desveladas.
Es lo que Beatriz Castela (Cáceres, 1985) nos muestra en su proyecto Ephemera (2017). Haciendo uso del videoarte, la escultura o la estampación gráfica y reinterpretando referentes históricos como el arte óptico, el neoconcretismo y el post-minimalismo, construye cuidadas instalaciones donde los elementos básicos de la percepción - la luz, el color y la forma – vertebran reflexiones acerca de la formación de lo visible. Desplazándose en los márgenes de las eucronías representativas, Beatriz Castela profundiza en las imprecisiones que emergen, como errores, del flujo de nuestra cotidiana iconosfera virtual. Y elige, para ello, formas geométricas simples como bajo continuo a disolver en todas las piezas de la serie. En Desintegration, ruptures & cracks, el parpadeo del ojo y de la forma produce sutiles ambigüedades ópticas, donde los contratiempos acontecidos en lo inmaterial terminan por generar una posibilidad poética tangible. ¿Qué lenguaje sería necesario para describir esta protogeometría del devenir? El mundo comienza a carecer de certezas cuando se contempla a través de las líneas y vacíos donde Beatriz Castela deshilacha lo virtual. Todo manifiesta, con enorme cuidado, la transición de las formas o su hundimiento en la singularidad matérica. Ni siquiera la secuencia temporal de ohex transition, donde encontramos como fotogramas la interacción del círculo y el pentágono, puede terminar en una síntesis que reúna formas coincidentes, sino en un tercer elemento desplazado, un infra-leve de color y sombra surgido de la escultura de vidrio que completa la instalación. Alguien experimenta un tercer-espacio donde no es posible ver con exactitud.
Y es que nunca es posible ver con exactitud, parece decirnos Beatriz Castela, pues los ojos están conectados con las raíces inexactas y efímeras de una materialidad (des)ocultada. Ni siquiera es posible cuando nos encontramos ante la primera piedra que sostiene el edificio de la percepción. Allí sólo encontramos un espejo negro, materializado en la pieza Black mirror, un pequeño círculo de obsidiana pulimentada que originariamente fue usado como instrumento de adivinación. Tampoco este espejo, este reloj oscuro que no puede medir sino las interferencias vitales del envés de la luz, puede mostrar con claridad las imágenes. Sólo una masa de sombra donde el espacio cesa, donde las propiedades mágicas terminan para desplomar el presente, las fugas virtuales y sus derivados sincrónicos. Sólo nos resta un roce de corporeidad en el espacio otro. Tal vez un gesto mínimo que termine por derretir y licuar la representación.
Queda, entonces, transformarse, cambiar. Queda alguien que mira un pentágono con algunos desdoblamientos cromáticos. Alguien que mira el vídeo Drift RGB de Trans-mutation. Queda un ojo que no sabe que Beatriz Castela ha modificado los códigos informáticos que sirven como sustrato genético de la imagen, pero que observa cómo la perfección geométrica y la planitud del plasma terminan por debilitarse, diluyéndose, poco a poco, como un reloj de arena. Los píxeles son mirados como motas de polvo, arrastrados por una fuerza gravitatoria que los hace caer en ritmos desacelerados, hasta depositarse, como sedimentos de la presencia, en el margen inferior de la pantalla. Alguien es retrotraído a un bello paisaje post-estructural, hacia la prehistoria visual de las imágenes informáticas, donde para Beatriz Castela no hay unidad de información ajena a la poetización de lo mundano. Cada raíz y fundamento plástico es desvanecido por la artista como un cuerpo físico, pues no hay estructura, soporte, técnica de impresión o material que permanezca inalterado dentro del mundo. Queda, por tanto, alguien que encuentra otros modos de ver y esperar el riesgo de la mirada en un presente que ya no sirve para amortiguar nuestra confortable continuidad de ser. Alguien que prefiere hacerse luz y espacio, y que, con la insistencia de una piedra ligera lanzada sobre el agua, avanza. Mira de nuevo. Y dejar descansar la geometría.
Exposición. 14 nov de 2024 - 08 dic de 2024 / Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A) / Córdoba, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España