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Nada evidencia mejor la esencia obsesiva que encierra todo arte genuino que la dedicación de un artista a un tema concreto. El arte es siempre alerta, vigilancia, paciencia, insistencia. Es frecuentemente acoso y cerco. Pero sus métodos no siempre se dejan ver en la obra que a menudo se ofrece o se interpreta más como un producto de la gracia que de la tenacidad. Covadonga Valdés Moré deja bien a la vista en los cuadros de esta exposición cuál es la condición y la estrategia del artista que se toma a pecho su trabajo y sus objetivos, pero sin convertir este proceso -como suele suceder en el extremo opuesto- en el tema de su pintura.

Es el manzano lo que está en el centro del cerco. La elección de este motivo viene a ser una concreción añadida a un tema más general, al que la pintora ha permanecido fiel a lo largo de la trayectoria que yo le conozco. Los bosques y jardines, las plantas familiares de esta tierra o las especies exóticas de la frondosa Madeira, las flores y los frutos en su tranquilo esplendor son el tema predilecto de Covadonga, que ya en la lealtad a ese asunto manifiesta el condimento de obsesión que sazona casi siempre el producto de un artista. Pero para esta exposición el campo se ha cerrado más aún, y ella ha elegido plantar un pomar pintado, acercarse desde todos los ángulos, en todos los climas y las horas, con técnicas diferentes al manzano, uno de los árboles que, en su doméstica modestia, emblematizan a todo un país, y repetirlo, como para aislar su esencia a través de todos esos cambios.

Como en su obra anterior, el planteamiento es tan sencillo como ambicioso. Se busca algo tan elemental -y tan complicado- como destilar 'poesía y emoción' a partir de la captación 'de un momento efímero'. En ese camino, Covadonga evidencia una evolución en el concepto y en la técnica que la acerca más en muchos de los cuadros a los planteamientos depurados, esencialistas, de cierto aire oriental, aunque su planteamiento sigue poniendo una rotunda sensualidad plástica en el centro de su obra. Con todas las armas posibles dentro de ese marco, repite una y otra vez el acercamiento a un tema que dice 'llevar en el alma': en pintura, en dibujo, en grabado; captándolos en su detalle más mínimo o diluyéndolos en su contexto; haciéndoles invernar o florecer en todos los climas, desde la luz cruda del invierno, que afila los contornos, hasta la pesadez de la atmósfera veraniega que los difumina, buscando un dramatismo que a veces bordea lo expresionista o remansándolos en serenidad, abstrayendo la trama del ramaje o dando el protagonismo a la luz o al celaje que se recorta a su través mostrándose detallista, primorosa, o dejándose llevar por las masas de colores o la fuerza del gesto. (...)