Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- Abandonarse a la contemplación de la obra de arte nos obliga a hacer un alto en el camino, a enfrentar la mirada terrible de la esfinge, custodia de secretos arcanos, de memorias y saberes que se arraigan en lo más profundo de la historia del mundo, y explorar entre balbuceos nuestro propio silencio hasta encontrar, tal vez, una respuesta. La solución al enigma que el artista ocultó entre formas y trazos sin saber que interpelaba así a nuestro propio espíritu. Fue hace ya algunos años, en Santander, en una exposición de la Fundación ARTSUR, cuando por primera vez mis ojos se cruzaron con el trabajo de Ander Azpiri e inauguraron el tiempo de un diálogo que se ha venido renovando desde entonces. La exploración del enigma latente que me clavó durante algunos instantes en el suelo y me impulsó a descifrar qué parte de las formas que se retorcían, se aferraban al espacio, arraigaban sobre paredes y suelos en un recorrido callado desde la materia hasta la naturaleza formaba parte también de mi universo; en cuál de los bosques de troncos y postes, de hojas y cables, de trazos de tinta habría habitado mi memoria; cuál de los cielos rotundos de sus fotografías, heridos en su solemnidad azul por líneas infinitas, se me habría fijado en la retina. Se convierte la mirada entonces en una pregunta larga como los tendidos eléctricos o como las raíces que penetran la tierra para robar su savia, importa poco ya analizar la técnica, las técnicas, que han permitido a Ander Azpiri abrir su propia ventana sobre el abismo del mundo. Porque en el hiperrealismo sencillo y esquemático de sus dibujos alienta también un universo de símbolos en construcción que no nos dicen sólo cable, poste, espacio, longitud, horizonte, sino que nos remiten también a una nueva naturaleza intervenida por la acción del hombre, a esa naturaleza plagada de vestigios humanos que se confunden con su formulación primaria, que la reinterpretan y dan forma al paisaje real sobre el que hemos habitado; que nos hablan de la confusión y del tiempo que se aleja, y de la vida que podría estar esperándonos allí donde otros palos brotados o plantados eleven su figura, donde un cable termine y en una nueva metamorfosis sea mano, cuerpo y palabra. Porque en las placas y resoluciones fotográficas no sólo detectamos la fijación de colores rotundos plagados de matices, de siluetas afirmándose sobre el fondo, de un talento compositivo con un cierto aliento clásico y equilibrado, sino que nos cautiva además la fusión de las formas, la vitalidad de una línea que se reinventa como sombra de sí misma, la elevación de un árbol fragmentario en el que cada pieza ensambla sobre el espacio roto aportando de nuevo las hojas y las ramas que quiso la propia naturaleza pero también los nudos, las tensiones, las maderas muertas con las que el desarrollo ideó su propio simulacro arbóreo. Porque en los materiales que le sirven a Azpiri para dar forma a una idea, a la elaboración conceptual de un espacio, a la transformación perecedera de una habitación en manglar, ramaje, animal, selva de lianas, raíz infinita clavándose en el parqué, habita una vez más el convencimiento de que nuestros objetos, las iconos del llamado progreso que siempre nos han acompañado, no se pueden desprender ya del ser del mundo. ¿A dónde se dirigen, pues, las formas y espacios que Ander Azpiri nos propone en esta doble convocatoria, a caballo entre el Centro Municipal de las Artes de Alcorcón y la sede de la Fundación ARTSUR en Madrid? Me gusta en esta muestra la sensación de choque, de caricia o de beso, de invasión, de poderosa crecida. Dos cuerpos que se tocan, dos imágenes que se aproximan, dos ideas que se penetran, dos sueños que entrelazados y convertidos en un solo futuro podrían generarse o contraerse, acomodarse al hábitat o a la morada, florecer extendiendo sus tentáculos multiformes o sufrir la herida de la poda y la domesticación de su aliento. Y así sentimos la respuesta de Azpiri cuando entre la rigidez de la madera descubre la flexibilidad etérea de la liana, cuando irónico y certero nos invita a cerrar los ojos para escuchar el canto de esos grillos y cigarras construidos con los mismos auriculares y mínimos artefactos tecnológicos con los que nuestros oídos descubren cada día la música de nuestro paisaje natural, la ciudad, entre la soledad y la masa, entre el bullicio y la ensimismación. Así cuando desdeña ese falso realismo que pretende pintar del natural los paisajes de siempre a la manera de siempre porque se autotitula fiel reproductor, pero que elimina de sus lienzos cuanto el hombre aportara en su conquista del tiempo, tal vez porque considera sucias o feas las formas del poste telegráfico, de las torres de hierro o de cemento, de los bosques que dibujan su verticalidad artificial confundiéndose con sus espejos vivos de madera y savia. Sin entender acaso que es así como habitamos el espacio, como lo transformamos en hogar apacible o en vertedero inmundo, como renovamos cada día el paisaje y luchamos por adaptarnos a una nueva y singular belleza. También el choque cuando el contacto de las imágenes se articula como un leve contacto, sutil apenas, impedida su fusión total por una línea de horizonte que se hace suelo, corte entre la arcilla y el viento, entre la luz vital que calienta la vida, la colorea y la multiplica, y la tierra mojada y mineral que alimentará los tallos después de ser invadida y violada por las raíces que hacia la negrura del fondo se multiplican también y se hacen también vida. ¿Está en la raíz la canción y el espejo es la luz, o es el aire nutritivo el que se hace sombra en el reino de las sombras? Tal vez sea lo mismo, una simple asociación binaria en la que el árbol acostumbrado a conquistar el cielo con sus ramas podría volverse de pronto boca abajo y arraigar, mientras los pies nacidos para estabilizar los cuerpos sobre la tierra de pronto se alzan entre cuerdas y giros en algarabía de niños que devoran la ingravidez en la misma ceremonia del vuelo les encadena a la tradición, a la morada, otra vez a la tierra. Así es el enigma de Ander Azpiri, así la plástica pregunta de la esfinge: Un dibujo de formas duales que se enredan en tramas capaces de crecer y geminar en nuevas florescencias, como una metáfora viva y en perpetua mutación de nuestra propia partición en naturaleza y artificio, acción y contemplación, espíritu y carne, pasión y raciocinio. Y que como nosotros definen la medida del espacio que nos envuelve y de nuestra necesidad de conquistarlo. Demasiadas palabras para dar forma a la respuesta que con más sabiduría y concisión el propio artista ha sabido contener en un concepto solo: Biomímesis. Un concepto certero que nos recuerda que la vida no es sino confusión, camuflaje, invasión, crecimiento. Sino el descubrimiento ingenuo y asombrado del entorno, la comprensión de las leyes y fuerzas que definen el hábitat. La respuesta final y necesaria del hogar, de la belleza en tensión que se remansa en el silencio frutal y generador de las obras de Azpiri, del mundo que es al fin morada porque lo poseemos y porque nos posee.
Ander Azpiri centra su interés en las estructuras y comportamientos de diversos organismos, utilizándolos como modelo y pretexto para reflexionar sobre las distintas maneras en que nos comportamos los seres humanos. Destaca la forma en que las obras conviven y se relacionan entre sí, formando sistemas transitorios donde unas dependen de las otras, aunque al mismo tiempo insistan en propagarse.
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España