Descripción de la Exposición La obra de Isabel de la O nos proporciona unas cuantas lecciones sobre el mundo, pero siempre a la manera de los clásicos del Oriente: no nos da moralejas, nos muestra el mundo como quien le quita un velo, y tras él encontramos una verdad pequeña, temblorosa, que nos asusta un poco de tan parecida como es a nosotros, como si algún órgano vital nuestro imprescindible pero cuya existencia desconocíamos se nos hubiera escapado de dentro y de pronto estuviera ante nosotros como un pequeño animal asustadizo. Pero, a la vez, lo que su obra nos transmite es una energía enormemente positiva, la que nos hace recuperar ese órgano que escapaba, acomodarlo de nuevo en nuestro interior y vivir desde entonces mejor, a sabiendas de portar una luz nueva. Lo primero que nos enseña la obra de Isabel de la O es que las apariencias engañan. Ella busca la sencillez en la complejidad: aclarar el mundo para vivirlo límpido. La apariencia de la mayoría de sus obras no puede ser más sencilla. Sin embargo, la complejidad de su elaboración, la artesanía, el estudio previo que requieren, transforma su labor en el alambique que destila esas figuras esenciales, esas verdades desnudas. Su técnica es fruto de un estudio profundo, tanto que prefiere mantener en sigilo algunos de sus secretos, alguno de los cuales ha sido patentado, como un logrado soporte rígido-inerte que proporciona una estabilidad estructural inédita hasta ahora. Las ?Partículas? de Isabel de la O son como la verdad primera del universo: células primigenias que se buscan, se deslizan, se expanden, armonizan, se encuentran. Su color es el rojo porque su elemento es el fuego: vivimos las cosas, como quería el poeta portugués Eugénio de Andrade, mientras arden. Esta serie, en la que la artista trabaja con fibra de vidrio, resina pigmentada y cobre, es en cierto modo continuadora de aquella de hace unos años a la que llamó ?Cosmos?: entonces el tamaño de las obras era menor, pero representaban universos; ahora son mayores, pero buscan entender la célula inicial. Lo grande es lo pequeño y lo pequeño lo grande; una célula y una constelación comparten el mismo principio. Con todo, ese camino no es fácil. Y en ese camino encuentra las ?Interferencias? que constituyen otra de las fases de su obra. Tiras en las que juega con el collage, la fibra de vidrio y las pátinas y que hablan precisamente de eso, de las interferencias que se interponen entre nosotros y nosotros mismos, que al mismo tiempo que nos ocultan el camino de lo que somos nos hacen cuestionarnos qué queremos ser, cómo queremos ser nosotros. Estas interferencias son espejos de aquello que nos ocultamos, y nos dicen: antes de seguir, debes plantearte cuanto has aprendido; antes de crecer, debes menguar, desprenderte de que lo que llevas contigo sin ser tú. Enlaza en cierto modo con la serie ?Urbanos?, la parte más oscura de Isabel de la O, la que contiene más elementos citadinos; la más opuesta, por ende, a la naturaleza. En esta serie, la ausencia de la resina subraya esa oposición a la naturaleza; su componente principal es el pan de plata patinado con una preparación a base de cardenillo, una preparación muy usada en la antigüedad (es un pigmento de cobre tratado con vapores de vinagre y estiércol) que Isabel de la O recupera con tino. Ese tono plano gris plata contrasta con los grafismos realizados con pintura acrílica y pastel, generando ese tono de confusión tan característico de esta serie. También los ?Negros? de Isabel de la O tienen que ver con esta idea de crítica de lo aprendido, de cuestionamiento de las creencias. En relación con este serie, pero cambiando el punto de vista, encontramos las ?Lunas?, en las que la artista imagina la ciudad vista desde lo alto, el movimiento urbano nocturno visto en la distancia como un río confuso, luminoso y oscuro a un tiempo. El pan de plata y la resina coloreada le sirven para crear singulares paisajes lunares, espejos de la noche terrícola; lunas divididas y a la vez unidas por el agua, lunas repletas de contrarios que no lo son y que nos remiten a menudo a los clásicos del zen. Esencial en la obra de Isabel de la O es el uso de las pátinas, en el que es maestra. Sabe que al trabajar las pátinas hay un momento en el que el resultado no se controla, y eso es abrirle una puerta a la naturaleza, a que decidan un golpe de aire, la inclinación de una mesa. Es dejar que la obra de arte sienta también a la vez que es sentida por la artista. Toda obra de arte es un acuerdo sutil, un acto de amor entre el artista y sus materiales, entre el pensamiento y la naturaleza. Isabel de la O recupera recetas antiguas, pátinas de la antigua Grecia, de la Edad Media, del Renacimiento; y les da una lectura nueva, al incorporarlas a su discurso armonioso y contemporáneo. Profesora titular de Dibujo y Color en la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Madrid, Isabel de la O afirma, en una entrevista con Pedro Corral, que ?mi clase es como una botica. Buscamos reproducir las mezclas de los pintores flamencos, italianos? En Flandes utilizaban aceite de nueces para mezclar los pigmentos, mientras que en Italia usaban aceite de amapolas?. Esa cocina es muy importante para ella: ?A mí?, continúa, ?me resulta espectacular pensar que con la sencilla yema de huevo, unas gotas de aceite y esencias, Botticellli consiga dar esa carnación a sus personajes. Esta es la auténtica alquimia de la que hablaban los sabios antiguos: transformar un material tan sencillo y humilde en algo vivo, capaz de comunicarse con el espectador en una dimensión espiritual?. En esa misma entrevista, afirmaba Isabel de la O que ?La obra de arte es como una aguja de acupuntura, si está bien colocada tiene efectos positivos para el paciente. En este sentido, me gusta el arte que tiene un cierto sentido terapéutico para el espíritu?. Y ese sentido curativo, incluso totémico, del arte, está muy presente en su obra, en series como las de sus guerreros y sus danzantes. Es imposible no pensar que esos guerreros han surgido para defendernos ?a ella que los ha creado, pero también a nosotros que los observamos- de las asechanzas de lo cotidiano; que sus danzantes no están ahí como las ménades en las fiestas de Baco, para recordarnos que el único instante que importa es el instante presente, y de nosotros depende hacer que ese instante sea música. Una de las obras más singulares de Isabel de la O es precisamente una rueda ?reconstruida a partir de un viejo tondo- de música y danza, en la que se alternan flautistas y danzantes: una nueva versión de la rueda de la vida, de la rueda de la fortuna, una visión límpida del mundo, esa esfera que es nuestra jaula y nuestra rueda. Junto a estas figuras encontramos también las tribus, que nos transmiten la importancia del grupo, de la necesidad de reunirse para hilar estrategias y redes que defiendan a la familia de seres. Los cuerpos de las figuras de estas tribus siguen incluyendo el trabajo de pátinas tan habitual en Isabel de la O pero juegan también con otros elementos, con objets trouvés como trozos de azulejos arrojados al mar, que los moldea suavemente antes de devolverlos a la orilla, o piedras de playas sicilianas. Y, entre todas estas figuras, la que resulta más emblemática en la obra de Isabel de la O: un guerrero ?musa?, cuya labor es defender la cueva del meditador de cuantas visitas puedan importunarlo. No es por azar que está situada a la entrada de su estudio? La obra de Isabel de la O niega la existencia de contrarios, es un manifiesto a favor de la armonía. Su apariencia lúdica esconde un fondo hondamente espiritual; su aspecto espiritual es profundamente vital. Todo cuanto sale de sus manos habla de esos momentos de atención absoluta en los que la intensidad se acompasa con la comprensión profunda; en los que alcanzamos la duración de la que habló Bergson y la trabajamos como en los ejercicios de Gurdjieff. La intensidad lúcida que es la duración no se alcanza por casualidad: debe ser trabajada. Y en ese camino de la duración está la obra de Isabel de la O.
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España