Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- En un principio es el magma, el engrudo, la acumulación materia en bruto. No hay discernimiento. Todo es pasta que lucha por deshilacharse, por deshacerse de sí misma para ser hilo, cuerda, cinta: camino. Hilo conductor que se libera y busca, más bien anhela un punto de contacto, una ligadura, un alivio. Madeja apelmazada que, a pesar de su aparente quietud, no descansa. Hierve la materia. Promete estallar en diminutos puntos de luz o en líneas quebradas. La cinta, la cuerda, el hilo pueden enredarse y sujetar, atar y someter. Volver sobre sí mismos. Las cuerdas se cruzan, forman nódulos transitorios, tumores que más tarde son metástasis u orgía de puntos aparentemente irrecuperables, pero que luego se distribuyen de forma estratégica en un espacio que sólo un incauto denominaría esquizofrénico. Fuga constante que anuncia lo infinito. Las líneas nos sirven para someter y para liberar. Para enlazar, pero también para huir. El chicle se transforma en la boca en una lenta, poderosa e inacabable acción de masticación. Goma de múltiples formas y siempre la misma. El chicle no muere. Al escupirlo, el chicle se queda pegado a una superficie, normalmente en el suelo. Lo pisamos, otras suelas vendrán para certificar y subrayar nuestra pisada. El pavimento se convierte en una especie de alfombra hecha de puntos de goma aplastada. También es un camino, un mapa en la acera. Hay que mirar al suelo y seguir la ruta de los chicles, sus huellas caprichosas. La basura, que va formando la acumulación de objetos dispares, es un cuerpo abyecto que crece y se extiende, metástasis de podredumbre y de objetos todavía recuperables. Queda el fluido, el chorro incontenible. Kilómetros de intestino enredado, replegado sobre sí. El pensamiento también sigue líneas, se detiene y coagula en puntos para luego extenderse y multiplicarse, fragmentarse en ideas claras y distintas para luego embarullarse de nuevo. Es el momento en que se cuece el pensar y el arte. Allí donde todo es sopa y engrudo palpitante. Actividad frenética que propulsa. Y el arte es distribución de la locura, guía del arrebato. Repetición del trazo, paciencia de la artista que subraya y repasa, que hace de esta obsesión el punto culminante de su arte. Las líneas cobran espesor. De la abstracción al estatuto de víscera, de la geometría a la irracionalidad de la tripa. Cuando el arte se hace entraña y viceversa. Concentración de los puntos en un punto más grande: mora, mórula, feto. Dispersión de los puntos en un estallido que, contra todo pronóstico, crea un orden, una sabia disposición de los puntos en el espacio. Paisaje de topos. Topo-logía de lo minúsculo crecido. Vaivén entre lo compacto y lo disgregado. De la catástrofe surge un orden, un caos perfectamente elaborado. Enloquecer desde la cordura. De lo contrario, no estaríamos hablando de arte, sino de simple locura. El arte, entre otras cosas, es caos dirigido. Démosle la vuelta: también es orden caótico: caosmos. El hormigón: zona de concentración en donde se apelmaza el vello, que puede ser púbico y que se hace más púbico y público que nunca para el ojo que no parpadea, que insiste en su apertura casi loca. El detalle y la minucia: la obsesión legítima del artista. Zona fronteriza, límite establecido por una línea hecha de puntos de sangre. Maridaje entre el punto y la línea. La aceleración hace del punto una línea que siempre es de fuga o de atadura, de opresión y de singladura. Esa misma línea, cuerda o ruta nos puede matar o dar la libertad. Entre el reposo recogido del punto y la velocidad (in)constante de la línea. Entre el nido y la madeja, entre el acogimiento que nos proporciona el hogar y el lío de una madeja inhospitalaria. La artista tensa esta paradoja, la hace fértil en lugar de paralizante. Una vez dentro del laberinto, sólo nos queda seguir la línea para perdernos y morir o bien para alcanzar el claro del bosque y la salida: ver la luz. Riesgo del arte, de la vida. Höderlin lo escribió: lo que nos pone en peligro es lo que nos salva. Muelle: Aceleración máxima que convierte el muelle en tornado, batidora ascendente que deja atrás y abajo los efectos arrasadores de su acción. Espiral que centrifuga. Aros que se superponen y que pueden convertirse en prisión, pero también tomar un impulso colectivo -espiral de aros- y hacernos saltar, como una pértiga, por encima de nuestras posibilidades. El muelle, en la obra de Olimpia Velasco, es algo más que un instrumento, es un concepto dinámico que se transforma, que se supera a sí mismo. Para ello necesita la velocidad, la aceleración que asciende, un torbellino que sólo puede cumplirse en una vertical, que busca el aire, pura actividad aérea que es mucho más que un salto o que el propio efecto-acordeón del muelle clásico. Centrémonos en el artilugio: en el muelle. Sus posibilidades son escasas: o permanecer en estado de reposo o bien estirarse. Sin embargo, aquí el muelle tiene otros proyectos, otras ambiciones: ser aire, viento reconcentrado que incide en una zona muy determinada, dejando el resto en paz, intacto. Como el tornado que, con su efecto diabólicamente tubular y acelerado, causa el desastre en un punto y respeta milagrosamente sus alrededores. El muelle -ya tornado- como idea fija, como obsesión que perfora la superficie y que dispara hacia otras dimensiones, ya que no se conforma con la mera horizontalidad, sino que su propia turbulencia no puede hacer otra cosa que elevarse sin término.
Sus obras parten de un mismo punto, el juego de líneas y colores. Cada obra va desarrollando un entramado propio de rayas que se unen y enredan, dando como resultado coloridos bosques de trama. Su obra ha sido presentada en un gran número de galerías en España, Francia, Alemania, Grecia, Italia y Corea del Sur.
Exposición. 18 feb de 2025 - 15 jun de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España