Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- -------------------------------------------------------
Siempre se dice de los artistas que están en las nubes... y también es cierto que nos hacen tocar el cielo. Obras de: Jorge Fin Juan José Gómez Molina Catálogo: http://www.galeriartesonado.es/cat_en_las_nubes_%2024.VII.2010.pdf Exposición: http://www.galeriartesonado.es/visitas/expo_en_las_nubes_24.7.2010.pdf Inauguración: http://www.galeriartesonado.es/inauguraciones/inaug_en_las_nubes.24.07.2010.pdf
imágenes que éste nos arrebata indiferente. Y de cuanto transcurre llevado por el tiempo -por el viento- nada más leve y a la vez más solemne que las nubes.
La nube más insidiosa nunca pintada es aquella en que
se convirtió Júpiter para poseer a Ío, en el estupendo cuadro de Correggio (1531). Pero dejando la mitología, las primeras nubes como elemento significativo del paisaje aparecen en cuadros como Vista de Toledo (1596) que El Greco dedicara a la ciudad, cuyos tejados cubre un estremecedor cielo pavonado. Y son el tema de composiciones como los Estudios de nubes que Henri-
Pierre Valenciennes y John Constable les dedicaron en 1780 y 1821, respectivamente. Pero, como indica su título, no dejaban de ser ejercicios, apuntes para captar con rapidez el cambiante cielo y no cuadros por derecho propio. Incluso pintores tan sensibles a los fenómenos naturales extremos como David Caspar Friedrich o William Turner, cuando pintaron nubes no las pintaron solas, aunque sean indispensables para aderezar los paisajes sublimes de El caminante sobre la niebla (1817) y de Tempestad de nieve (1842).
Estarán también como recurso de lo maravilloso en innumerables cuadros modernos, particularmente entre los surrealistas, y especialmente en Magritte y Dalí. Y cómo no citar aquí las severas nubes vertiginosas que con el título Equivalents fotografió en 1931 Alfred Stieglitz en suelo -perdón: cielo- americano.
Cuando estoy desesperado, lo que no es infrecuente, pocas cosas me consuelan más que mirar las nubes. Ya formen cielos opacos, en los que busco matices del gris, rendijas, como hago con mi ánimo. O formen majestuosas montañas de espuma, talladas por la luz como si fueran mármol, tan contradictorias pues como soy yo. O sean, en el cielo azul inmisericorde, apenas una brizna de vapor, apenas un salivazo de Dios, que lanzó pensando en otra cosa. O, mis favoritas, lleguen en una armada de veleros, imponentes y al rato deshechos, de resultas de influencias invisibles. No tengo que decir que su dramatismo que se esfuma en nada, su trivialidad y su inconsistencia, pero también su invencible existir -iba a escribir ?contra viento y marea?, pero en realidad es a instancias de ambosme proporcionan algo así como un ejemplo de la serenidad de la que carezco. Porque ellas, mis queridas nubes, ?descansan en el cambio?, como dijo el viejo Heráclito.
Dicho lo cual, puede entenderse lo que me importan los
cuadros de Juan José Gómez Molina y Jorge Fin. Dos pintores muy distintos, pero que han mirado mucho el cielo en busca de esas formas infinitamente iguales y distintas. Mientras que las de Fin suelen incluir una huella humana, aunque sea la mera perspectiva y por lo tanto la mirada, las de Gómez Molina siempre la excluyen.
Las del primero son paisaje y las del segundo, meteoro. Siendo nubes las de ambos, las del primero son figurativas, forman parte de una narración y pertenecen a la Historia. Las de Gómez Molina son abstractas -como lo es toda la naturaleza desde cierto ángulo-.
Parecen tener existencia por sí mismas, sin necesidad de ser miradas, y son como si dijéramos, objeto de la Física de Fluidos. Jorge Fin es un entusiasta observador de nubes (orgulloso miembro de esa cofradía denominada Cloud Appreciation Society). Como él mismo cuenta, empezó pintando nubes para distraerse, entre cuadro y cuadro, hasta que desde hace algunos años se han convertido en el principal tema de su obra. Ahora pinta nubes, dibuja nubes, hace murales de nubes (algunos tan efímeros como ellas mismas). En definitiva, de nadie como él se puede decir con tanta propiedad que ?está en las nubes?. Una expresión que significa estar soñando en pleno día. Y es que las nubes son el reino por excelencia
de lo onírico, toda la poética de la ensoñación de un Gaston Bachelard parece haberse gestado ?en las nubes?. Esa es la fábrica a la que acude todos los días el artista, sea cual sea su disciplina. Aunque no es disciplina, sino desorden (de los valores utilitarios de su
correspondiente lenguaje). Y aunque no va allí a trabajar sino, en último caso, como dice Evru refiriéndose a la labor del artista, a ?trasubir?. Las nubes de Fin no pretenden ser bellas, pero inevitablemente lo son. No hay que olvidar que nuestros conceptos de belleza se acuñaron originalmente ante la naturaleza, y en la
naturaleza es bello todo cuanto cumple su destino. Sus nubes crean el escenario en el que acontece una acción humana y, de algún modo, son su proyección, lo que se le pasa por la cabeza al personaje pintado (?A veces me pasa una nube, como al cielo? leo en poeta Eduardo Fraile).
Mientras que Fin se ha dejado seducir por la Nefelocoquigia, que es la interpretación de las formas de las nubes (así se tituló una de sus últimas exposiciones), Gómez Molina mira de otro modo, en busca de nubes informes (por cierto ¿cuál es la forma de una nube?). Sus obras aquí presentes pertenecen a dos series: Paisaje de la mirada y Rituales de paso. En ambos casos tenemos
la impresión de asistir a un proceso, un proceso complejo que el pintor detiene un instante ¿Es el proceso cosmológico del origen del universo o el artístico de la creación del cuadro? En cualquier caso, con esas exuberantes y ardientes paletas se puede pintar un cuadro o un mundo. Y un mundo en que lo informe es también una forma. Las suyas son nubes miradas casi siempre desde el cielo, como por un ojo aéreo e incorpóreo, que nos las entrega en la sazón de su dramatismo. Son las nubes del Génesis, bajo las que el mundo sigue deshabitado. Y qué inmensa paz produce ese ?mundo sin nosotros?. Qué alivio debió procurarle a su autor poder así escapar de sí mismo. Ellas estaban antes de que llegáramos y seguirán aquí cuando nos hayamos ido. Cuando nos hayamos ido todos. Cuando
no quede nadie para calificarlas de sublimes.
Por último, quiero señalar que no me parece gratuita la
elección que han hecho estos dos pintores. Creo que no es inocente elegir como protagonista de los cuadros aquello que siempre hemos valorado como mácula, defecto, inconveniente, como ?nube en el horizonte? en un sentido peyorativo. Qué tiempo este en que estamos dispuestos a admitir que lo que no queríamos pudiera ser
lo imprescindible. Que los inconvenientes son la solución. Las nubes son una excelente metáfora de nuestro tiempo, de esta modernidad que autores como Zygmunt Bauman llaman líquida, pero que acaso sea ya gaseosa. Nubes, qué mejor emblema de este siglo nublado, cuya riqueza de matices debemos apreciar sin exclusiones, en lugar
de esperar a que salga el consabido sol.
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España