Descripción de la Exposición
En la línea de fondo
Afirma David Foster Wallace, el mejor y más intenso “narrador” del tenis, que “probablemente es necesario cierto nivel de abstracción y formalidad (es decir, de “juego”) para que un deporte posea cierta belleza metafísica”. Y es a partir de dicha opinión, que se permite calificar el tenis como el deporte más bello que hay. Una afirmación que con total seguridad comparte Miki Leal, acostumbrado a convertir en eje de su trabajo sus mitologías personales, convertidas en universos referenciales o espacios de connotación desde los que abordar lo que constituye el núcleo central de su trayectoria: la pintura. Así ocurre con el tenis, convertido, en este grupo de obras, en terreno de juego para dialogar sobre el acto mismo de pintar, sobre géneros y formas, sobre la cultura, sus signos y símbolos, y la manera de representarlos.
Tomar como referencia este deporte, desde un plano tan físico y concreto como metafórico, supone adentrarse en un territorio con importantes y destacados antecedentes, en el que aparecen nombres como el ya mencionado y conocido Foster Wallace o el también norteamericano John McPhee quien en su novela-crónica Los niveles del juego desarrolla una verdadera dialéctica racial y social en torno a la competición. O el crítico de cine Serge Daney que en su recopilación de crónicas titulada El tenista amateur. Del cine al tenis y viceversa, ve cada partido como un film, como un pequeño relato, pues como él afirma: “Quien dice peloteo, dice diálogo, incluso si el objeto que pasa en silencio es una pelota.” Aparece en esa tradición también Gilles Deleuze, aprovechando el tenis para reflexionar sobre los “creadores de estilo”, aquellos que inventan jugadas e introducen nuevas tácticas, y sobre su proletarización con la aparición del tenis popular. También para Daney hay una evolución de lo aristocrático a lo popular, una aceleración acompañando al proceso de mediatización y espectacularización de este deporte. Hay, por supuesto, referencias icónicas, como Blow Up de Antonioni, y por supuesto, siempre, David Hockney. Por último, y de modo destacado, Jean Luc Godard, gran aficionado al tenis, utilizándolo como territorio metafórico de confrontación dialéctica y como espacio de reflexión sobre el tiempo y el espacio.
Todo ello forma parte del proceso de trabajo de Miki Leal, un conjunto de lecturas, visionados, y referencias iconográficas que por una vía no directamente perceptible o reconocible procede a incorporar en sus obras, precisamente, como si su manera de devolver la pelota fuera exactamente el modo en que representa todo ello, en que lo traslada a la superficie de la pintura. De eso se trata, de una conversación, como diría Serge Daney. El diálogo del artista con el tema y con sus propios referentes, con la práctica de la pintura, con las formas, con la cultura.
Si hay un elemento central en este conjunto es la cancha de tenis como tal. Ese rectángulo con líneas blancas que delimita el terreno de juego, sus límites, y cuya superficie puede ser de diversos materiales: hierba, tierra batida, sintética. El hecho de convertir la pista en tema construye referencias interesantes que remiten a algunos de los aspectos que cruzan con frecuencia en la obra de Miki Leal: el diálogo con la tradición, y más específicamente en este caso, con la crítica de la tradición, los límites del cuadro, las implicaciones de la imagen y su trasfondo, etc. Si en la realidad las superficies sobre las que se desarrolla el juego ofrecen un color homogéneo, sus obras transforman esa superficie que claramente remitiría en su transposición literal al monocromo en un motivo para un gesto iconoclasta, para un “comentario” sobre dicho signo pictórico donde lo importante, al fin, es el modo en que se representa. Las líneas que dibujan el territorio de juego y marcan sus límites nos dirigen a su vez tanto hacia el asunto de los propios límites del cuadro, como hacia la articulación del espacio pictórico y al cuadro dentro del cuadro. Líneas divisorias que ofrecen un fértil territorio para, una vez más, el diálogo, la conversación, entre abstracción y figuración. Como ya hiciera anteriormente tomando como punto de partida los elementos del tangram, utiliza para ello las posibilidades tanto de la forma geométrica como especialmente en este caso de la representación planimétrica, incidiendo así sobre el punto de vista.
Pero la cancha de tenis es también, como señalaba Serge Daney el lugar del relato. Revisitando una vez más el universo de ficción de John Cheever y completando el recorrido de “El nadador”, acomete como una puesta en escena surcada de rastros El Duelo (Pensando en John Cheever). El motivo geométrico de la malla metálica que sirve de cerramiento a la pista delimita la escena construyendo un punto de vista ficcional que involucra la mirada del espectador. Y no historias, sino Historia contenida en el cuadro Foro Itálico (Estadio Nicola Pietrangeli), donde se entabla una dialéctica entre el pasado glorioso al que en origen quería remitir esa arquitectura mussoliniana y el plano general que se nos ofrece, tan ligado ya al punto de vista del deporte espectacularizado por los medios.
Los signos de la cultura han constituido siempre un tema recurrente en la obra de Miki Leal, sobre los que vuelve aquí en la serie dedicada a las camisetas de los jugadores. La ropa deportiva con sus diseños decorativos, sus simetrías y asimetrías, es el territorio para una indagación en torno al color y la línea, la textura y la trasparencia. No dejan de resonar también aquí, como ocurre siempre en su acercamiento a los signos culturales, elementos de trabajo en torno a la estilización de la imagen, la moda y el diseño.
La cerámica, en una línea creativa recurrente en los últimos años, es el territorio natural hacia el que se extiende su pintura en este proyecto. Salir del marco y materializarse es solo uno de los objetivos. El diálogo con los géneros, y concretamente con el bodegón, es el vehículo para conversar con la historia de la pintura, de sus formas y motivos. Un paisaje tenístico de “cosas quietas”, como corresponde a la esencia de una naturaleza muerta, en el que aún resuenan los ecos de un partido, y con ello la inestabilidad de la iconografía y de sus significados. Y como en todo partido, una conversación entre los diferentes elementos representados en cuadros y cerámicas. Dialéctica y flujo temporal que se instaura en el diálogo entre lo fluido y lo estático, entre lo fijo y lo móvil, entre lo que se mueve (los jugadores, la pelota) y lo que no se mueve (la cancha, las líneas, el espacio). Y completando el escenario, un centro de gravedad, la red, y un punto de fuga, la línea de fondo.
Así, el espacio entre la red y la línea de fondo aparece sobrevolado por pelotas con múltiples trayectorias y diferentes velocidades e intensidades, en un intercambio que recuerda y reformula, parafraseando aquí de nuevo a Serge Daney, los viejos diálogos con la pintura y las posibilidades de una lengua nueva. Una vez más en su trayectoria, la pintura y sus riesgos como línea de fondo.
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