De este modo, y a través de los penitentes que protagonizan sus pinturas, Manuel León recurre al anonimato, a la cara tapada que permite al espectador identificarse con lo que se está representando, sirviéndose de los miedos -los propios del artista y los de los demás- para abordar realidades que se daban en el siglo XVII, pero que permanecen vigentes hoy en día.

Problemas que, por su universalidad, no resultan caducos ya que vienen acompañando a la existencia del ser humano desde siempre: la crisis de la ética y la moral, la especulación, los conflictos bélicos, las desigualdades sociales y económicas, el siempre corrupto ejercicio del poder...

Fuertemente cargadas de simbología, las piezas de Manuel León llevan a cabo un ejercicio de honestidad muy cercano a la crítica social y económica a través de unos títulos que gozan de una potente fuerza textual. Así ocurre por ejemplo en 'Ya no hace falta', donde el artista plantea la inutilidad de la monarquía; en 'Amo de un mundo' critica que la rentabilidad económica se sitúe por encima de las personas o 'Bukkake a Europa', cuadro de género en el que La Celestina vende a una mujer.