Descripción de la Exposición
Los lugares de San Úrbez
Los territorios oscenses son claves en mi trayectoria profesional y vital.
En l'Ainsa tuvo lugar mi primera individual con mi hermano en 1972, con motivo de la presentación de Andalán.
En la S'Art de Huesca -aquella memorable galería de Ángel Sanagustín- montamos en 1973 nuestra tercera instalación. Y volvimos periódicamente cuatro veces más.
En las Salas de la Diputación de Huesca tuvo lugar la última exposición de nuestra Hermandad Pictórica.
Un año más tarde -tras mi monográfica en solitario de ARCO'89- quise que fuera también en S'Art mi primera exposición por separado en una galería.
Y quién sabe si ésta será una de mis últimas propuestas, tras 48 años de actividad artística, 118 individuales, innumerables colectivas y proyectos de todo tipo a la espalda.
Durante los seis años que viví en Montmesa (1976-1982) se produjo el paso más perdurable en mi pintura. Allí -donde se encuentran los Monegros con el Pirineo y junto a ese embalse de la Sotonera en que aprendí a pintar mares- me sumergí en la actitud contemplativa bajo las luces vitales de la Naturaleza. Allí comencé a ejercer la extinción personal y una práctica rigurosa de la pintura, buscando reflejar con máxima nitidez y objetividad el transcurrir de los ciclos naturales, sus momentos y sus matices. Allí se gestaron algunos de mis "leit motiv" pictóricos -como la atalaya o el barquero- y allí quedaron marcadas en mi retina algunas imágenes que he repetido muchas veces, como si buscara la eternidad de los momentos allí vividos.
Al pensar en volver a exponer en Huesca en este momento de mi vida, transcurridos 26 años desde la última vez que mostré en esta ciudad mis pinturas, he querido mostrar una pequeña selección ilustrativa de mi evolución pictórica durante ese tiempo y, al mismo tiempo, sugerir reflexiones a partir de ciertas constantes temáticas que perduran en la memoria de mi pintura.
La temática aquí propuesta me remonta a mi vínculo inicial con el Pirineo, a las acampadas y ascensiones adolescentes, a los encuentros sagrados con la montaña en los valles de Broto, Ordesa, Pineta y Gistaín que sellaron en mí el mito indeleble del Monte Perdido, engrandecido y cristalizado como simbología en las posteriores visitas al Cañón de Añisclo.
Un árbol me cautivó desde mi primera visita a Añisclo en el verano de 1979. Se convirtió en un tema referente de mi obra por los múltiples significados que su estructura y emplazamiento sugieren. En 1980 lo pinté en un óleo sobre tela de 120 x 77 cm que, tras ser expuesto en Barcelona y Madrid, fue adquirido por una apasionada coleccionista aragonesa. Al mismo tiempo realicé una pintura de lápices Stabylo sobre papel en pequeño formato que adquirió un coleccionista catalán en Barcelona.
27 años después retomé el tema para realizar estas tres pinturas y la visualización del proceso cíclico con la pixelación de sus piezas en digitografías y en vídeo.
En esta exposición laten evocaciones a los amantes de la montaña:
A Peter Talbot Willcox, a quien acompañé con sus dos amigos desde Montmesa hasta Añisclo para recorrer el cañón y fraguar una entrañable amistad.
Y a Marco Pallis, el maestro de la simbología del alpinismo, a quien tuve el privilegio de conocer. El gran templo natural del Cañón de Añisclo nos dio pie a mantener una memorable correspondencia y a dedicarnos recíprocamente algunas de nuestras obras. Le conté la leyenda de los sollozos de San Úrbez en la cueva inicial del recorrido, cómo lloraba porque no lograba ablandar su endurecido corazón y al caer una lágrima al suelo manó una fuente. Y le conté cómo me hacía pensar en ello la cascada que mana de aquella gran roca al llegar al final del Cañón.
Ángel Pascual Rodrigo