Autodidacta en sus comienzos, la pintura de Catalina Díez-Hochleintner, se ha visto fortalecida bajo la dirección de Guillermo Muñoz-Vera, uno de los máximos exponentes del Nuevo Realismo Español.

El realismo que impera en sus obras, se matiza con su particular sentimiento de la luz, que la artista madrileña no descuida en ninguno de sus cuadros y que se convierte en protagonista de los mismos.

Cada vez más selectiva en la elección de los temas, pareciera como si cada elemento presente en su lienzo fuera un imán que atrapa e irradia la luz. Así, sus bodegones -que repasan todas las calidades, desde el papel y el metal, hasta las telas, frutas, cerámica o materiales de construcción-, logran atrapar y reflejar la luz de manera diferente, al tiempo que la complicada composición de los mismos realza la ... imaginación y la maestría del artista.

Sus objetos evocan variedad de formas, olores, sabores, texturas e invitan al espectador a repasar el cuadro con los cinco sentidos. En sus composiciones interiores destaca la integración total de las formas realistas en un fondo imaginativo: una pared o un desconchón. En sus salidas al exterior la nieve con sus matices, un paseo con árboles, la pared de una casa, o un camino… sirven de escenario donde se sitúa el objeto, escenarios donde luz y forma danzan en sincronía representando una obra pictórica.

Esta riqueza y uniformidad lumínica de los fondos en perfecta armonía con el objeto representan un dominio de fondo y forma que, sin duda, le ha aportado su trato con el maestro Muñoz-Vera.

Catalina Díez integra cada parte del cuadro de manera que se pueden hacer de sus obras dos lecturas: una más rápida en la que se aprecia la armonía y belleza del conjunto y otra más detenida en la que podemos subrayar la inteligencia en cada pincelada, de forma que cada elemento, unas veces tratado con trazo más suelto y otras más minucioso, está pensado y en comunicación con el entorno y con el espectador.