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El papel de Miguel Dávila. 1950-2006

Exposición / Centro Cultural Borges / Viamonte esq. San Martín C1053ABK Sala 27 / Buenos Aires, Argentina
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Cuándo:
28 mar de 2012 - 01 may de 2012

Inauguración:
28 mar de 2012

Comisariada por:
Eduardo Stupía

Organizada por:
Centro Cultural Borges

Artistas participantes:
Miguel Dávila
Etiquetas
Artes gráficas  Artes gráficas en Buenos Aires 

       


Descripción de la Exposición

Todo artista, lo advierta o no, construye su propia arqueología. Si por un momento pudiéramos cambiar el punto de vista a partir del cual se lee y se ubica históricamente a Miguel Dávila, y considerar entonces a su cuantiosa obra pictórica apenas como la punta del iceberg, quizás podríamos ponderar más eficazmente su no menos caudalosa producción sobre papel, extendida ininterrumpidamente a lo largo de los años más fértiles del pintor y, como corresponde a los artistas formados en el rigor académico, en pleno abordaje de todas las disciplinas a su alcance ( dibujo, monocopia, aguafuerte, xilografía, etc.).

 

Recorrer concienzudamente la escenográfica casona - taller que Miguel Dávila conservó y utilizó en el barrio del Once hasta el final de sus días es efectivamente una experiencia de pesquisa arqueológica, aunque hay que quitarle aquí al término toda connotación de vida extinguida, de pasado fosilizado, porque los muy diversos ejemplares de esa indómita fauna gráfica, que saltan de las manos a la vista apenas se abren las empolvadas cajoneras, se resisten furiosamente al paso del tiempo y a la oscuridad del olvido, y rugen sanguíneos, imponiéndose con el celo y la convicción de una práctica infatigable ante el más inquisidor y suspicaz de los testigos.

 

No fue la inercia ni la comodidad estilística sino el empuje de su propio sentido de reelaboración de la figura, y consecuentemente de todo el sistema semántico del cuadro, lo que hizo que Miguel Dávila tuviera la suerte y la desgracia, de haberse visto inmerso en el magnético campo de fuerzas del movimiento de ruptura pictórica más importante en la historia del arte argentino, es decir la Otra Figuración, o Nueva Figuración, como dio en llamársele mas tarde. Una suerte porque esa adscripción diríase natural e inevitable, por coyunturas y circunstancias epocales y generacionales, de algún modo jerarquizó los alcances de su búsqueda inscribiéndola en una perspectiva mas amplia, como si los hechos estéticos que marcaban el momento y que aún ahora le dan a esos años, con toda justicia, una notoria altura épica, excedieran los límites y las capacidades de uno u otro pintor. Y una desgracia porque también ese fenómeno significó para Dávila, como para algunos otros, verse confinado inexorablemente a una nomenclatura, a una catalogación, que en su caso fue mas bien brumosa, y que eventualmente empaña la nitidez necesaria para dilucidar, si cabe, cual es la importancia de su legado.

 

Se abren y se abren carpetas, cajas, y otras cajoneras. Los papeles, en diversos grosores y medidas, salen a la luz y exhiben un blanco de fondo que ya ha dejado de serlo para adquirir las inciertas tonalidades que el polvo, el sol y el tiempo han impregnado en la fibra. La mirada que se presume entrenada inventa series, ordena por tamaños, por asunto, por técnicas. Sin embargo, todo ese archivo de ideas, bosquejos, escenas, ensayos y relatos en tinta, acrílico y pastel, sobre el que se intenta organizar al menos un recorrido, se evade de toda otra lógica que no sea la de la constante transformación, la de los temperamentos y modos de la acción de dibujar encabalgados en una circulación energética que desborda los confines de los formatos y hasta la noción misma de dibujo terminado.

 

En las sucesivas capas geológicas que van emergiendo a medida que prosigue la exploración, se detectan diferentes densidades, insistencias temáticas, preocupaciones. Entre ellas, quizás el síntoma más recurrente, y que vincula a Dávila con el dilema ideológico-conceptual que tanto lo marcó a él como a muchos otros artistas - y a uno de sus maestros, Spilimbergo - es la pugna irresuelta entre la fidelidad sustancial, constitutiva, a los principios formativos tradicionales, escolásticos, y el incontrolable influjo de las vanguardias. La obra gráfica de Dávila, que es como el hueso a la intemperie de su proteica carnadura pictórica, puede leerse como un electrocardiograma extenso e inconcluso de la ruidosa colisión entre el saber, el estilo, la decisión contenidista y la fuerte atracción de los nuevos lenguajes y paradigmas. A la vez, más tarde o más temprano el eje del problema iba a desplazarse de la tranquilizante polaridad abstracción-figuración para adquirir los atributos de un conflicto mayor: la batalla dialéctica entre representación y lenguaje.

 

En todo Dávila se percibe lo turbulento de su tránsito entre las formulaciones expresivas que no atinan, o no se animan, a descoyuntar del todo los cimientos de las armonías figurales que han sido decisivas en su formación, y la apelación a una gramática de quiebre, de áridos contrapuntos y agudas tensiones irresueltas entre las obsesiones personales - que en Dávila no excluyen la vocación de mensaje doctrinario - las previsibles afinidades, y el ímpetu libertario para conciliar, si cabe el término, el imprescindible equilibrio y las proporciones en la configuración de la obra con la urgencia experimental. Hay en Dávila una suerte de contradicción programática, como si el pintor todo el tiempo quisiera desembarazarse de ese corsé en el que quiere sofocarlo su propia naturaleza; los papeles son el testimonio dramático y a la vez regocijante de esa lucha. También en ellos se refleja particularmente la cambiante fisonomía del destello creativo, original, en permanente trafico impuro con un arco de adhesiones, resonancias e influencias tan amplio como para abarcar la poderosa irradiación magnética de los planetas Picasso y Matisse, la crispación física y anímica de los expresionistas alemanes mas radicalizados ( Kirchner, Schmidt Rottluff ), la quirúrgica distorsión baconiana y, por supuesto, el emparentamiento con insoslayables referentes locales ( Policastro, Spilimbergo, Gambartes, Juan Grela, Alberto Greco), en compartida fricción con los modelos dibujisticos de sus contemporáneos, ostensiblemente Rómulo Maccio y menos visiblemente Carlos Alonso.

 

No obstante, detenerse ahora en la obra gráfica de Miguel Davila supone algo mucho mas provechoso y cierto que las meras hipótesis documentales. Lo que importa aquí es la sugestión de una arquitectura de líneas, manchas, texturas y trazos con la que Dávila, así como busca la mejor economía para la plasmación del motivo, parece no querer alcanzarlo del todo sino insuflarle el compulsivo extravío de una impronta gestual y manual que sobre la marcha resignifica aquello que persigue. La corporeidad del pastel, el temblor de la pluma, la fluidez o la causticidad del pincel se dejan conducir por un Dávila tan ornamental y constructivo como pantanoso y críptico, tan satírico y teatral como arbitrario y funambulesco, un artista de revisión imprescindible para todo aquel que quiera interrogar un cierto prototipo de artista argentino frente al fenómeno de la modernidad.

 


Imágenes de la Exposición
Miguel Dávila

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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