Descripción de la Exposición
Durante los cincuenta años que Michael Kenna se ha dedicado a la fotografía, nunca se ha preocupado por las modas, dedicado incansablemente a la realización de imágenes de paisajes, la mayoría plácidos, propuestos mediante triángulos de sales de plata (de unos 20 x 20 cm) que siempre positiva el mismo fotógrafo.
Kenna no navega a contracorriente, sino siguiendo su propia lógica, su instinto, sin preocuparse ni de las tendencias ni de los dictámenes del mercado del arte.
Este hecho no le ha impedido —más bien al contrario— ser internacionalmente reconocido, apreciado, expuesto, publicado y coleccionado. Aunque él mismo se presente como una “aberración”, la suya no es, en absoluto, una obra incomprendida ni menospreciada.
Kenna ha recorrido el mundo, a lo largo de los años y en todas direcciones —deteniéndose solo, brevemente, para volver a su cámara oscura—, más que para descubrirlo, para fotografiarlo, para incorporar un lugar u otro a su universo particular.
No busca describirlo como pueden o han podido hacer los fotógrafos documentalistas, sino captar y transcribir en imágenes aquello que siendo delante del lugar donde ha decidido plantar su cámara.
No nos muestra aquello que ha visto o que nosotros podríamos ver in situ. Cuando prioriza momentos de entrada poco propicios a la fotografía —el alba, el crepúsculo, la noche inminente— y recurre a largas exposiciones —desde algunos segundos a varias horas— Michael Kenna se asegura de que la película registre todo tipo de fenómenos imperceptibles a simple vista. Así, las nubes se estiran hasta el infinito, la trayectoria de las estrellas se inscribe en el cielo, la superficie del agua adquiere una opacidad lechosa…
Sus imágenes son, por lo tanto, más que paisajes, impresiones: un sentimiento del paisaje. Mientras, al mismo tiempo, nos invita a compartir el paisaje de sus sentimientos.
En este sentido, la visión es decididamente la de un romántico.
Esta voluntad de trascender la realidad, Kenna la retoma cuando trabaja en el laboratorio: ahora busca magnificar su sentimiento destacando el más mínimo detalle; ahora, por el contrario, aumenta los efectos de la niebla para que aparezca solamente lo esencial o, aún más, tendiendo al minimalismo de una depuración radical que mantiene nada más los valores más extremos, el blanco puro y el negro profundo.
La naturaleza fotografiada por Kenna es raramente virgen. Más bien domesticada, siempre poseída por el hombre. Aunque excluido físicamente de la imagen, el ser humano es omnipresente en el corpus del fotógrafo: desde el diseño sinuoso de las cercas dentro de la nieve de Hokkaido hasta los jardines “a la francesa”; desde los templos indios hasta las pirámides mayas; sin olvidarnos, por descontado, de los palacios, los canales y los puertos de Venecia: los signos de su paso y de su existencia son innumerables. No hay duda de que el hombre habita el mundo que nos es mostrado.
Y es justamente la ausencia de cualquier figura humana lo que le permite, al espectador, apropiarse del paisaje que contempla, poseerlo plenamente. Esta proyección es facilitada, aún, por el formato reducido de los tirajes: nada se impone a quien mira cuando todo lo convoca a una relación más íntima.
Las fotografías de Michael Kenna no pueden apreciarse ni de pasada ni con prisas. Para descubrirlas se requiere de esfuerzo y disponibilidad. Es solo en estas condiciones que se revelan, que su magia puede operar y el encuentro no puede ser más gratificante.
Alain D’Hooghe
Exposición. 13 dic de 2024 - 04 may de 2025 / CAAC - Centro Andaluz de Arte Contemporáneo / Sevilla, España
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España