Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- JOAQUÍN CANO 'Un paisaje sólo es real si lo hemos soñado'. Esta concisa frase de Joaquín Cano, que formaba parte del material documental proporcionado para escribir el presente texto, contiene mucho más que todo lo que yo pueda añadir, por lo que este escrito deberá entenderse como una modesta apostilla de aquella. El paisaje es ciertamente materia pura de los sueños, y no porque estos requieran de un contexto escenográfico donde situar la acción de los diferentes personajes oníricos, sino porque se trata de una instancia arquetípica inherente a la condición humana. Pensemos que el hombre ha dependido para su supervivencia y evolución del paisaje durante al menos dos millones de años, pues sólo él le ofrecía y en él concurrían todas las claves para la vida o para la muerte. Por ello, recientemente se ha descubierto que la humanidad en su conjunto lleva interiorizada la imagen de un paisaje idealizado, que no sería otro que el propio de la sabana africana, es decir, un compuesto de cielo azul, colinas suaves, un salpicado pseudo ajardinado de árboles, restos de una senda que se adentra, un lago en el centro y unos pocos animales de tamaño medio, por supuesto en ningún caso peligrosos, que aparecen merodeando o abrevando. En definitiva, todo ello no sería otra cosa que una reconstrucción arqueológica, aunque lo sea por vía onírica, imaginativa o artística, lo mismo da, del edén originario. Es precisamente la arqueología el segundo punto al que significativamente nos dirige Joaquín Cano, cuando ha titulado su última serie de trabajos 'Arqueología de un paisaje'. En este caso no se trata de un intento de prospección genérica de la especie, sino de una reflexiva introspección personal. Es decir, como él mismo manifiesta, la de 'un paisaje', su paisaje particular de filiación, el lugar subjetivo de sus recuerdos, ensoñaciones y sensaciones íntimas o emocionalmente más arraigadas. De hecho, todos poseemos la evidencia arqueológica de un paisaje interior y cercano, que bien puede ser el de los juegos de la infancia, el del amor adolescente, el del paseo familiar o con amigos, el de la huída despechada o liberadora, el del regreso al calor del hogar... Por eso la obra de Joaquín nos resulta cercana y familiarmente comprensible, al menos para los que hemos deambulado por similares sendas y cercados naturales, culturales, estéticos, emocionales y generacionales. El don artístico que posee el ser humano 'que es justo el que lo hace humano', hace posible que los sueños y su impronta arqueológica puedan llegar a cobrar sustanciación física. En este caso, la obra de Joaquín Cano se presenta sumamente fiel a este propósito, haciendo visibles los rastros de la imaginación mediante la exhumación de vestigios reales. Pues eso es ineludiblemente lo que queda del pasado, no marchitas ruinas como recurrentemente afirman ciertos romanticismos catastrofistas, sino ecos, pistas, señales, marcas, remedos y evocaciones que cobran intensa vitalidad a través de la memoria. Marcas y pistas impresas sobre el paisaje en la imagen o en la imaginación que, en el caso de estas obras, se destacan por contraste dialéctico: el vivo cromatismo de la inmediata realidad, frente al blanco y negro caligráfico del recuerdo; el depurado enfoque del primer plano, frente al borroso desenfoque de los planos finales; el fiable registro de la convención fotográfica, frente al contingente dibujo amanuense; la rugosa incorporación de objetos tangibles, frente a la yerma planicie de la imagen; las tensiones entre distantes puntos de fuga; etcétera. En definitiva, buena parte de ello si no todo, sorprendente y gratamente, al menos para mi, aparece expresado con un lenguaje de pura vitalidad fílmica. Es más, tomada en su conjunto esta obra semeja los cortes de un montaje cinematográfico, elaborado a partir de un largo plano secuencia correspondiente al peripatético andar del artista paseante. La película resultante (toda película, de hecho), no es sino la más pertinente metáfora de la velocidad vertiginosa a la que circula la imaginación moderna. Pues esa es la forma en que se expresan atropelladamente tanto los sueños como la vida real: un gran bobina que de vez en cuando debe ser detenida, rebobinada, cortada y editada con ayuda de la moviola. Joaquín lo ha hecho. Juan Martínez Moro Santander, 19/2/2013
Joaquín Cano Quintana continúa en esta nueva exposición presentada por la Galería Espiral, adentrándose en la recuperación de los espacios vividos, de los paisajes que pinta la memoria. Paisajes, como él mismo dice pintados a medias entre la cabeza y el corazón . Presenta las obras como si fueran maquetas de grandes espacios o pequeñas escenas paisajísticas encerradas en vitrinas. Utiliza para ello en cada obra diversas técnicas: impresiones digitales, junto con collages de papeles, intervenidos en algunos casos con grafismos y pinceladas, aportando diferentes calidades y texturas. En algunos momentos la incorporación de materiales a la obra llega a estar enriquecida por la integración de objetos que funcionan al modo de restos arqueológicos extraídos de los escenarios naturales. Hay en ellas un largo trabajo de fotografía, tratamiento de la imagen, impresión digital en materiales diferentes, collage y pintura. Dijérase que la recuperación de esas escenas del pasado necesita también de un tiempo pausado y largo. Representa sobre todo la naturaleza, con escasas construcciones del hombre, apenas muros ya rotos, que la naturaleza ha vuelto a conquistar con diminutos líquenes, musgos y helechos; es una forma de investigar la realidad de un entorno, una interacción entre visión, sensación, recuerdos, sentimientos .
Exposición. 09 ene de 2025 - 14 feb de 2025 / Galeria Leandro Navarro / Madrid, España
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España