Descripción de la Exposición
La repercusión de Giorgio de Chirico (Volos, Grecia, 1888 - Roma, 1978) va mucho más allá del mundo del arte. Sus paisajes solitarios y sus naturalezas muertas metafísicas se han convertido en referentes visuales de nuestro tiempo. Con su preocupación por el subconsciente, fue uno de los precursores del surrealismo y, posteriormente, fue uno de los puntales del retorno al clasicismo de los años veinte del siglo XX. Tras su paso por Barcelona, Madrid y Zaragoza, llega a CaixaForum Palma El mundo de Giorgio de Chirico. Sueño o realidad, organizada por la Obra Social ”la Caixa” en colaboración con la Fondazione Giorgio e Isa de Chirico. La muestra descubrirá a una nueva generación el que posiblemente sea el artista italiano más destacado del siglo pasado, a partir de 60 obras entre óleos, dibujos, litografías y esculturas, datadas entre 1934 y 1976, que repasan todas sus fases creativas desde las plazas italianas y maniquíes que le dieron el reconocimiento inicial a su retorno posterior al mundo clásico y su etapa neometafísica de madurez.
Dentro de su programación cultural, la Obra Social ”la Caixa” presta especial atención al arte de los siglos XIX y XX con el objetivo de promover la divulgación en torno a una época clave para entender la sensibilidad contemporánea. Siguiendo esta línea de programación, la institución presenta en CaixaForum Palma una amplia exposición retrospectiva de uno de los nombres esenciales de la historia del arte del siglo pasado: Giorgio de Chirico.
Organizada con la colaboración de la Fondazione Giorgio e Isa de Chirico de Roma, la muestra descubre las fases creativas del artista, que con su invención de la pintura metafísica protagonizó una de las revoluciones más importantes del arte y el pensamiento del siglo xx.
Su enigmática visión de la realidad, con referencias al sueño y a la memoria con un regusto de tiempo eterno, influyó en diversos movimientos artísticos, desde el surrealismo, del cual su arte constituyó una de las primeras y más importantes fuentes de inspiración, hasta el realismo mágico, pasando por el pop art o el arte conceptual. La reflexión sobre el inconsciente y sobre las manifestaciones del sueño que ha ocupado una parte significativa del arte del siglo xx tiene sus raíces en el mundo visionario de Giorgio de Chirico.
Así, El mundo de Giorgio de Chirico. Sueño o realidad quiere dar a conocer al gran público la figura y las motivaciones artísticas de De Chirico, abriendo una ventana con vistas a su mundo metafísico e imaginario para descubrir y conocer a un gran maestro del arte visual, de la escritura y de la reflexión crítica y teórica, un innovador que ha cambiado el destino del arte moderno, con resonancias e inspiraciones significativas en el arte contemporáneo.
Su obra se caracteriza por una incesante investigación a diferentes niveles: el técnico, el estético y el de la idea artística y su constante búsqueda de descubrimientos iconográficos y simbólicos. Para De Chirico, la técnica pictórica tenía que demostrar el conocimiento del oficio; el resultado estético — la suma de técnica y estilo— tiene que ser siempre un objetivo. No obstante, es la idea iconográfica y de composición lo que verdaderamente actúa como puente entre el arte clásico y el contemporáneo.
Mediante sus meditaciones sobre la realidad, profundizadas con lecturas de Nietzsche y de Schopenhauer, interpretó la ambigüedad y la inquietud del tiempo en el que le tocó vivir. En un segundo momento de madurez, orientó su búsqueda en torno a la técnica de la pintura hacia el descubrimiento de la «bella materia pictórica», estrategia técnica imprescindible y generadora del arte y la belleza.
La muestra presenta obras poco vistas: esculturas, dibujos y litografías
El mundo de Giorgio de Chirico. Sueño o realidad reúne un total de 60 obras, procedentes de la Fondazione Giorgio e Isa de Chirico. La muestra reúne las pocas esculturas de De Chirico realizadas a partir de 1940 en terracota y durante los años 1968-1970 en bronce, con unas tiradas limitadas. Esas piezas, junto con una serie de acuarelas, dibujos y litografías que comprenden desde el período metafísico hasta las últimas creaciones gráficas de la neometafísica, amplían y completan esta retrospectiva del mundo de De Chirico, que revive también gracias a unos cuantos dibujos hechos en 1972.
La exposición —estructurada en seis ámbitos— se inicia con tres retratos y autorretratos que introducen un interrogante en torno a la identidad: el yo y los otros. A continuación, los interiores metafísicos, ligados a su estancia en Ferrara, cuando De Chirico hacía el servicio militar, y el descubrimiento de la arquitectura del Renacimiento, junto a la ciudad industrial con sus fábricas. El tercer apartado se centra en la plaza de Italia de Roma y en la presencia del maniquí que culmina el enigma metafísico. Las tres últimas secciones —Baños misteriosos, Historia y naturaleza, Mundo clásico y gladiadores— describen un viaje a las raíces de la cultura europea: la búsqueda de la intimidad, el tiempo, la tensión entre realidad, ficción y teatro.
Acompañando la muestra, la Obra Social ”la Caixa” ha preparado un completo programa de actividades para todos los públicos. Asimismo, se ha editado un catálogo, a cargo de la Obra Social ”la Caixa” y Ediciones Invisibles, coordinado por Katherine Robinson y con textos de Mariastella Margozzi, Katherine Robinson, María Dolores Jiménez-Blanco y Eugenio Carmona.
ÁMBITOS DE LA EXPOSICIÓN
Retratos y autorretratos
Para De Chirico el retrato es el género clásico por excelencia, al cual se dedicó a lo largo de toda su vida artística, desde el primer período metafísico hasta las últimas obras. Cada época de su creatividad quedó claramente reflejada en ellos. La psicología, al igual que la ironía, son características intrínsecas de sus retratos, que nunca son simples representaciones de un personaje en concreto, sino que acostumbran a captar las emociones más íntimas.
Los autorretratos, de los que De Chirico tiene múltiples ejemplos, evolucionan desde la tipología clásica del primer período, pasando por la intimista de los años veinte y treinta, hasta llegar a ser ambiguas y divertidas representaciones de él mismo en la década de 1940, una época en que el artista suele reproducirse vestido a la manera del siglo XVII, como un recuerdo de Rembrandt, Van Dyck y Frans Hals, lo cual le permite dejar constancia de su interés por el teatro y el disfraz. Y además, el género del retrato también llega a ser así el medio más apropiado para demostrar su habilidad para hacer preciosa la materia pictórica en telas, encajes y joyas.
Asimismo, puede considerarse que los retratos de ambiente son los cuadros que tienen por tema sus amadas ciudades de Roma y Venecia, sobre todo. No sólo representa sus vistas típicas, sino que en ellas aparecen también las emociones que esconden y suscitan. Para hacer esas obras De Chirico solía utilizar postales y fotografías.
Interiores metafísicos
El tema nació durante la guerra en Ferrara, donde De Chirico, vestido de soldado, permaneció desde mediados de 1915 hasta finales de 1918. Los interiores metafísicos son composiciones en las que una perspectiva acelerada implica los elementos arquitectónicos de una estancia, en cuyo centro hay un conjunto de instrumentos de dibujo y otros objetos incoherentes. Recursos como la abertura de una ventana o el cuadro dentro del cuadro presentan escenarios con paisajes arqueológicos y naturales, fábricas y plazas. De Chirico contrapone el plano de tablones de madera sobre el que surgen estas visiones nuevas al puente de un paquebote de transporte marítimo, y especifica que el reclamo náutico «tiene aquí un significado profundo para quien quiera penetrar la complicada mente de este nuevo pathos» (1919).
Los objetos de la puesta en escena —cajas multicolores, galletas de Ferrara, yesos, cartabones y reglas de dibujo, cubos, telas y caballetes— forman nuevas constelaciones en visiones que simulan «habitaciones del pensamiento», uno de los temas más importantes del artista y también uno de los más enigmáticos.
La reflexión de De Chirico sobre la habitación y el binomio interior-exterior se desarrolló durante los años veinte con temas como los gladiadores que luchan entre pared y pared en espacios estrechos y los trofeos que solidifican objetos diversos en conglomerados victoriosos. También encontramos, probablemente en contradicción, el tema de los muebles en el valle, en que sillones, sillas y armarios se alzan en medio de la naturaleza abierta. En 1930 apareció por primera vez el tema del sol en las litografías que ilustran los Calligrammes (Caligramas) de Apollinaire, otro protagonista versátil de escena.
Durante el período neometafísico de los años sesenta y setenta, De Chirico recuperó ese repertorio tan amplio de combinaciones con plena libertad de invención: desde los muebles en el valle hasta los soles apagados, el artista realizó creaciones pictóricas cargadas de sugerencias con un énfasis renovado en el color.
Plaza de Italia y maniquíes
La plaza de Italia es el tema principal y más conocido del arte metafísico, que nació en Florencia en 1910 como resultado de una revelación que Giorgio de Chirico plasmó en el cuadro L’énigme d’un après-midi d’automne (El enigma de una tarde de otoño). Lo desarrolló en París entre 1911 y 1915 con imágenes que pierden la objetividad de la perspectiva renacentista, con lo que De Chirico quiso «expresar esa sensación tan fuerte y misteriosa que había descubierto en los libros de Nietzsche». Los pórticos de las ciudades italianas, las esculturas de las plazas, las torres al fondo y las chimeneas cristalizan un tiempo «eterno» e imperturbable que a menudo está indicado por un reloj o por un tren que atraviesa la línea del horizonte. La plaza de De Chirico, vacía y eterna, no acoge personas, sino apariencias humanas, como estatuas o figuras lejanas que se distinguen por largas sombras.
Simultáneamente nació el maniquí, un ser con una cabeza ovoide y lisa, y un cuerpo hecho de elementos geométricos y cartabones de dibujo, que se sostiene gracias a una estructura de tablones. Sin cara y físicamente todo él sintetizado, y por lo tanto carente de cualquier rasgo que lo personalice, el maniquí brilla con una expresión luminosa y el pathos del ser. Esta figura ocupa un lugar central en el universo imaginario, filosófico y figurativo del artista, desde los personajes míticos de Héctor y Andrómaca, pasando por el trovador y las musas inquietantes, hasta el desarrollo de la figura del arqueólogo en los años veinte, un «maniquí sentado» con pórticos, templos antiguos y elementos naturales encastrados en el vientre.
Presentes a través de la larga parábola artística de De Chirico, tanto la plaza de Italia como el maniquí experimentaron una serie de cambios conceptuales y plásticos. Al final del período neometafísico (1968-1976) fueron reinterpretados con colores encendidos y atmósferas más serenas en comparación con los de la primera metafísica, donde aparecen impregnados de una extraña sensación de inquietud. La plaza de Italia, que al principio estaba vacía, se anima con formas y objetos multicolores y la simpática figura de un hombre vestido de burgués. Parece que a lo largo del tiempo la abstracción inaccesible del maniquí y el pathos de vida vivida, que se muestra a través del arqueólogo, se han atenuado. El maniquí se ha humanizado con un cuerpo de carne y huesos y manos y brazos «de verdad» que le permiten moverse.
Baños misteriosos
El enigmático tema de los baños misteriosos nació en 1934 con dos litografías (y otros tantos dibujos) que De Chirico realizó para acompañar los diez textos de Mythologie (Mitología), de Jean Cocteau. Rápidamente llevó el tema a la pintura y después lo recuperó durante el período neometafísico (1968-1976). Este tema tan misterioso se basa en la representación del agua como una trama espesa de líneas colocadas en forma de zigzag, como en el diseño de algunos suelos de parquet. En escenas ambientadas en un paisaje abierto, hombres desnudos se sumergen en bañeras de esa «agua-parquet», mientras que hombres vestidos a la moda de los años treinta permanecen de pie o sentados alrededor de las piscinas, cerca de casetas de playa.
Los desnudos clásicos y los centauros aumentan la fascinación mítica del tema, mientras que las banderolas de colores, las pelotas de playa y los cisnes gigantes aligeran la atmósfera del tiempo suspendido.
En 1973, cuando ya tenía 80 años, De Chirico realizó la Fontana dei bagni misteriosi (Fuente de los baños misteriosos) en el parque Sempione de Milán, la única escultura monumental del artista, para el espectáculo Contatto Arte/Città de la XV Triennal de la ciudad. De Chirico explicó entonces el origen del tema: «La idea de los baños misteriosos se me ocurrió una vez que estaba en una casa en la que habían encerado mucho el suelo. Vi a un señor que caminaba delante de mí, cuyas piernas se reflejaban en el suelo. Tuve la impresión de que podría sumergirse en él, como si fuese una piscina, y que allí podría moverse e incluso nadar. Y entonces me imaginé piscinas extrañas con hombres inmersos en aquella especie de agua-parquet, hombres callados, que se movían y a veces se detenían para hablar con otros hombres que permanecían de pie fuera de la piscina-suelo».
Historia y naturaleza
En los años cuarenta De Chirico se dedicó a recuperar los valores de un pasado artístico glorioso y a redescubrir la tradición pictórica de los grandes artistas del Renacimiento y el Barroco. Se concentró sobre todo en Rubens y su «bella pintura», hecha de materia luminosa y viva. Son muchas las obras en las que el artista copia temas de los grandes maestros para poner a prueba su capacidad de imitación. En ese período las referencias museísticas, que ya estaban presentes en su producción de los años veinte, llegan a ser angustiantes, y la repetición académica deviene el único camino para profundizar en la profesión. Esa recuperación continuó a lo largo de los años cincuenta con el tema que se inspira en los poemas caballerescos de Orlando furioso, de Ariosto, y Gerusalemme liberata (Jerusalén liberada), de Tasso, que ocupa una parte primordial de la búsqueda de De Chirico en lo que se refiere a la actividad teatral y las composiciones pictóricas que evocan la historia como un pasado en el cual la naturaleza es una presencia constante e irrenunciable.
Las naturalezas muertas de De Chirico, recuerdos de la opulencia barroca del género, aparecen en el marco de paisajes naturalistas pero irreales, a menudo acompañadas de un elemento antiguo (una estatua, una coraza) que subraya la sensación de desubicación, y enmarcadas por telas que les confieren un aire de aparición. A De Chirico le gustaba llamarlas «vidas silentes». Del mismo modo, sus paisajes, en los que los caballeros errantes y los castillos en la lejanía sirven de testimonio del recuerdo de una historia pasada, se avienen con la obviedad fantástica del fragmento narrativo, la historia infinita de los destinos misteriosos de una noble humanidad.
El mundo clásico y los gladiadores
«¡Gladiadores! Esa palabra contiene un enigma...», tal como escribió en Hebdomeros (Hebdómero) en el año 1929. El tema de los gladiadores y los luchadores aparece por primera vez y con una absoluta originalidad en 1927. Al año siguiente el marchante Léonce Rosenberg encargó a De Chirico la decoración completa de la gran sala de su piso parisino, un pedido que permitió al artista desarrollar y enriquecer la temática de los gladiadores, que llegó a ser uno de los grandes éxitos de su actividad pictórica. De Chirico trabajó ese tema durante unos años y después volvió a él en su último período metafísico.
Los gladiadores, héroes destinados a morir, se transforman en actores; la arena se convierte en una escenografía teatral; la muerte inevitable no es más que una representación. La ambigüedad entre realidad y ficción que se muestra en estas obras y cuyo objetivo es ofrecernos una sensación de desorientación es solo otro juego intelectual que nos propone el artista, con las mismas características de cuando «pone en escena» el mundo clásico, con sus ruinas y sus personajes mitológicos inmersos en atmósferas sugestivas surgidas de la memoria y la nostalgia de la antigüedad mediterránea que tanto le apasionaba. Es en esas composiciones donde toma cuerpo el antiguo mito de los caballos: «Todavía pienso en el enigma del caballo en su esencia de dios marino...» (1915). De Bucéfalo a los caballos de Aquiles, de los Dioscuros y del sol, el artista pasará más adelante a los caballos sin caballero, lanzados al galope en medio de paisajes que evocan la grandiosidad épica del mundo clásico.
La escultura
De Chirico comenzó a adentrarse en la escultura a principios de los cuarenta, cuando modeló en terracota algunos de sus temas clásicos preferidos, como la Ariadna dormida, los arqueólogos y los caballos antiguos, obras que expuso en Milán en 1941. En esa misma época escribió un ensayo, Brevis pro plastica oratio (1940), en el que hablaba de su curiosidad por ese género artístico que no tiene que prestar atención a la línea ni a los llenos y los vacíos, pero que puede hurgar en la materia dúctil para buscar la forma de su «juguete» y finalmente conseguir disfrutar de él. En ese primer período, para De Chirico la escultura tiene que ser «blanda y cálida, y debe poseer no sólo la morbidez de la pintura, sino también todos sus colores: una escultura bella siempre es pictórica» (1940).
Veinte años más tarde, el artista retomó con convicción esa actividad plástica transformando en bronce y otras aleaciones metálicas sus antiguos modelos, enriquecidos con otros temas que tomó de su etapa metafísica, como el trovador, los grandes arqueólogos, Héctor y Andrómaca, el minotauro arrepentido. De cada uno de ellos hizo tiradas limitadas que fueron muy bien recibidas por el mercado. Nacida como un reto con la tercera dimensión, la escultura de De Chirico confiere tangibilidad a los gestos inmóviles de los personajes de sus telas y los envuelve, gracias al peso de la materia en la cual están forjados y a la ausencia de color, de un aire enigmático aún más intenso.
Los dibujos y las litografías «Nuestros maestros, en primer lugar, nos enseñaron a dibujar; el dibujo, arte divino, base de cada construcción plástica, esqueleto de cada obra buena, ley eterna que todo creador debe seguir» (1919). De Chirico aprendió el arte de dibujar antes de aprender a pintar y de muy joven ya lo consideró un elemento fundamental para su formación como pintor. El dibujo permite, tal como enseñan los grandes maestros del pasado y toda la tradición pictórica italiana, el desarrollo de la idea del proyecto y el control de todo el proceso creativo. El furor graphicus no lo abandonó nunca, de manera que De Chirico dibujó a lo largo de toda su actividad, ya fuese como un soporte de la pintura o por el dibujo en sí mismo, con lo cual creó un auténtico diario de las diferentes etapas de su evolución artística. La eficacia comunicativa de su grafismo hizo que en más de una ocasión le pidiesen colaborar ilustrando libros, tal como demuestran las series de dibujos para Siepe a Nordovest (Cerco al noroeste), de Massimo Bontempelli (1922); Calligrammes (Caligramas), de Guillaume Apollinaire (1930); o Mythologie (Mitología), de Jean Cocteau (1934), para la cual hizo la serie de los baños misteriosos, y finalmente para I promessi sposi (Los novios), de Alessandro Manzoni (1965).
Sobre todo a partir de los años cuarenta, el artista trabajó en sus temas históricos y barrocos con una gran cantidad de dibujos que ilustran paisajes italianos, castillos misteriosos, caballos a galope y caballeros errantes. De algunos de esos temas hizo, a partir de los años sesenta, unas cuantas tiradas de litografías y serigrafías de amplia difusión.
Exposición. 11 jul de 2018 - 11 nov de 2018 / Fundación La Caixa - CaixaForum Palma / Palma, Baleares, España
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