Descripción de la Exposición
Primer acto
Las etimologías tienen algo en común con el drama: con los mismos mimbres se acaban tejiendo historias diferentes. El término “teatro”, por ejemplo, proviene del griego pero, según quién te cuente el cuento, significa “lugar para mirar”, “instrumento para mirar”, “medio de contemplación” o, incluso, “el lugar viendo”.
Esta definición se refiere al teatro no solo como espacio, sino como dispositivo que nos permite un tipo de visibilidad que nada tiene que ver con la claridad del día y que rebasa con creces lo puramente óptico. El teatro es, a todas luces, una victoria sobre el sol, título, por cierto, de la mítica ópera futurista para la que Malevich diseñó ese vestuario que a Valeria tanto le gusta. El teatro es un “lugar” que estructura nuestros anhelos y los pone en escena.
Ocultándonos sus tripas, el teatro nos muestra exactamente lo que hay entre bambalinas: las tramoyas de la psique humana.
Segundo acto
Me cuenta Valeria que la boca de la cueva era uno de los lugares predilectos para la puesta en escena de la tragedia primitiva. La cueva es, además, el escenario de uno de los desencuentros filosóficos que más ha marcado el devenir del pensamiento occidental: el mito de la caverna de Platón, en el que la representación (que transcurre de espaldas al sol) no sale nada bien parada: los humanos están encadenados y son víctimas de un engañoso espectáculo de sombras que confunden con “la realidad”. ¿Pero y si Platón se equivocó y en la caverna no hubiera esclavos, presos del encanto de lo visual, sino gente iniciándose en el sutil arte de ver más allá de óptico?
Quizás el ejercicio de ver más allá de lo visual empieza, precisamente, observando aquello que el mago renacentista Giordano Bruno llamaba “las sombras de las ideas”. En la primera de sus obras sobre el arte de la memoria Bruno nos explica que “del mismo modo que se escribe con un cálamo sobre un pergamino, la memoria y la facultad imaginativa pueden articular una escritura interior, con su morfología, su sintaxis y su semántica propias”. Y la tinta con la que se redacta esta historia está hecha de sombras a través de las cuales “se organiza el conocimiento.”
Lo interesante es que en esta cosmovisión no hay un afuera de la caverna: a nivel epistémico, ese teatro de sombras es todo lo que tenemos.
Tercer acto
Esta exposición es un drama en tres actos. Como en la tragedia griega, hay prólogo, episodio y éxodo. Al entrar hay un escenario, y un público o unos interpretes que, como nosotros, podrían representar o ser representados. Abajo hay un abajo que no es submundo, sino un espacio entre bambalinas en el que sombras y sólidos se engarzan en una historia. Cuando le pregunto por esta historia, Valeria me remite a la confrontación entre Perseo y las gorgonas, que son, por cierto, también tres: Medusa, Esteno y Euríale. Tres cuyas sombras, cuyas siluetas, cuyos miembros, se multiplican como se multiplican las etimologías, añadiendo capas a una estructura que nos resulta familiar porque, como la estructura de los mitos, es nuestra propia estructura antropomorfa.
¿Y qué estructura sería esa? Una estructura circular e infinita: la estructura de un reflejo. En estos tres actos no hay principio nudo y desenlace, sino el eterno retorno de esa sintaxis interior, hecha tragedia, hecha comedia.
El teatro es un lugar en el que vemos porque nos ve él a nosotros primero, porque no deja de vernos. Y si lo miramos de vuelta, podremos ver cómo nos mira.
Epílogo
En uno de los tratados sobre metafísica y política del filósofo argentino Fabian Ludueña Romandini, se nos pone en situación arguyendo que, según “una inveterada tradición hindú”, nos encontramos en el “Kali-Yuga”: “la edad sombría”. Quizás por eso el “Teatro del mundo” del que habla Romandini solo puede ser representado hoy por lo que él llama “los póstumos”, que somos ni más ni menos que nosotros: “sombras y marionetas”.
Esto exige, dice el filósofo argentino, replantear formas de ciudadanía que vuelvan a reconocer el elemento invisible, inhumano, de la política, de forma análoga a como antiguamente se tenía en cuenta a los dioses o a los ancestros. Estas formas de ciudadanía tienen algo en común: reconocen que “el sí mismo es una ilusión que vela la disyunción fundamental del sujeto que no puede decir yo más que en la medida en que reconoce que es un vacío habitado por las voces supra-humanas”, como una especie de ventrílocuo.
A los que nos creemos modernos esta puede parecernos una idea tenebrosa, pero Ludueña nos recuerda que esta circunstancia no era vista, en tiempos del oráculo de Delfos, como una condena, sino “como el acceso a una forma de libertad”. Al encontrar esa “máscara con la que el cosmos vela su disyunción originaria” el individuo se encuentra por fin a sí mismo. Ya decía Suely Rolnik que todo son máscaras; uno solo sustituye unas por otras, descartando las que ya no permiten al deseo (en su condición más amplía de síntoma vital) atravesarnos.
Esto hila, sugerentemente, con una cita de Sánchez Ferlosio al respecto de la libertad de movimiento que nos compartió un amigo poeta al visitar esta exposición y que dejamos apuntada en el aire:
“Suelo decir que no sé lo que es la libertad, pero como en muchas otras cosas el argumento más sólido que tengo no es más que una alegoría: la de las cuerdas de la marioneta: cuantas más, más libertad.”
Claudia Rodriguez-Ponga
Madrid, febrero 2023
Exposición. 31 oct de 2024 - 09 feb de 2025 / Artium - Centro Museo Vasco de Arte Contemporáneo / Vitoria-Gasteiz, Álava, España