Descripción de la Exposición
En la obra de Pedro Calapez, el límite –en tanto figura, propuesta, forma y discurso– se asume como programa plástico central que el artista reinventa a cada gesto, obra o exposición, descubriéndose en todo momento proyecciones que revelan límites cromáticos, materiales, espaciales, temporales, territoriales y culturales. El artista confiere a cada imagen una dimensión pictórica, sin privarla, sin embargo, de su cualidad visual, es decir, cada obra del artista está dotada de una existencia paralela en mundos contiguos, donde las imágenes y la realidad se confrontan en una convivencia mutuamente constitutiva. Si, en su labor artística, parece existir un rigor abstracto, existe, simultáneamente, una predisposición a establecer una visualidad concreta e ilimitada que convoca límites –el límite entre lo abstracto y lo concreto/figurativo es el ejemplo mayor del campo de investigación de Calapez– para sobrepasarlos. Siempre.
La exposición que el artista ahora presenta explora esta discursividad (y elasticidad) del límite que se insinúa desde pronto en la enunciación del título (no solo de la exposición, sino también de las obras y series expuestas). Remitindo al territorio exterior a un área previamente circunscrita, como a una zona prohibida, inalcanzable, inaccesible, configura un mapa semántico, casi arquetípico, como si la mirada del artista estableciese una cartografía de límites donde caben (todas) las fronteras –siempre rasgos efímeros– del mundo.
Los distintos trabajos presentados en la exposición se organizan en torno a dos grandes ejes: pinturas objetuales y pinturas de fragmentos, que revelan una convivencia natural (y no naturalizada) entre piezas aisladas y piezas de conjunto. Todo el aparato expositivo revela una vocación hacia la instalación, recurrente en las exposiciones del artista, que obliga a un cuestionamiento sobre la esencia de cada obra. Si la mancha de color, el recurso al óleo y al acrílico, la estabilidad, aunque fragmentada, sugieren que estamos ante pintura, todos los demás gestos permiten desvelar, igualmente, una sensibilidad escultórica. Puede, por eso, afirmarse que la obra de Pedro Calapez habita zonas limítrofes entre soportes, resultando de ello una inestabilidad consustancial, asumida, y que es consecuencia de meticulosos procedimientos plásticos.
El límite es la instancia ubicua en el interior de la obra del artista, unidad mínima que se multiplica en formulaciones distintas, formando un laberinto que se expande en sí mismo, pero no ofusca un posible destino, ofrece salidas (y, seguramente, entradas) para un territorio donde la imagen es espesura de reflexión crítica y de contemplación analítica. El límite surge como imperativo epistémico, es decir, como guía que ayuda al espectador a recorrer –y, en consecuencia, a conocer– sendas que revelan, al mismo tiempo, el «dentro de» y el «fuera de»; el límite surge como instituyente de la posibilidad de la transgresión. Es la consciencia del límite que configura paisajes –no necesariamente naturales– siempre soñados que se amplían más allá de cada superficie pintada y constituyen ese espacio sin retorno indicado en el subtítulo de la exposición, territorio estético y ético de subjetividad de la mirada.
Ana Cristina Cachola
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