Descripción de la Exposición
El Centro Botín presenta «El grito silencioso. Millares sobre papel», la primera exposición dedicada íntegramente a los trabajos sobre papel de Manolo Millares (Las Palmas de Gran Canaria, 1926 – Madrid, 1972). Concebida única y exclusivamente para el Centro Botín, gracias a esta muestra es posible disfrutar de numerosas obras inéditas y descubrir su trabajo a través de cuatro espacios que dividen de forma cronológica las diferentes etapas creativas de Millares.
Comisariada por Mª José Salazar, miembro de la Comisión Asesora de Artes Plásticas de la Fundación Botín, la muestra se inscribe en la línea de investigación encaminada al conocimiento y difusión del dibujo en el arte español iniciada por la Fundación Botín en 2006. Considerada una de las facetas más interesantes y fecundas de los grandes maestros de nuestro país desde el siglo XVI hasta nuestros días, el trabajo de la Fundación Botín se plasma en una línea editorial pionera, que pone en valor la obra en dibujo de los grandes maestros españoles, y en una serie de exposiciones monográficas dedicadas a los artistas objeto de la investigación, como es el caso de esta muestra de Manolo Millares.
La exposición, para cuyo desarrollo se ha contado con el apoyo y la colaboración de la familia del artista, podrá visitarse en el Centro Botín entre el 8 de junio y el 15 de septiembre, y reúne una selección de 100 trabajos que recorren cronológicamente la producción y las distintas etapas de Millares, aquellas que evidencian el nuevo concepto del dibujo que surge en esos momen-tos a nivel mundial y del que él es un claro exponente. Así, pueden verse creaciones de sus inicios en 1946, un tanto académicas, pasando por algunas de sus composiciones surrealistas, sus obras de influencia guanche y sus pictografías, hasta centrarse en la producción que desarrolla entre 1955, cuando se traslada a la Península, y 1971, meses antes de su temprano fallecimiento; obras de gran fuerza y personalidad, que le llevan a ser considerado uno de los creadores más importante de su época.
Manolo Millares, cofundador del grupo El Paso en 1957, —junto a otros grandes artistas españoles como Antonio Saura, Manuel Rivera o Rafael Canogar—, y célebre por el uso de arpilleras, sacos, cuerdas y otros materiales en sus obras, es transgresor y brillante en sus trabajos sobre papel, como lo es en toda su producción. Es el impulsor de un cambio conceptual en el dibujo, considerado como una disciplina menor, al romper con un método que hasta entonces había permanecido anclado en España en los cánones del siglo XIX. El artista canario incorpora los cambios de las vanguardias internacionales en sus trabajos sobre papel, en una obra en la que predomina y se valora el gesto, la fuerza y el pensamiento, rompiendo con todo lo establecido.
Toda su producción está basada en su entorno y es, sin lugar a dudas, un artista comprometi-do y en lucha constante con su momento histórico, social y cultural. Pertenece a ese grupo de crea-dores españoles que, con una infancia marcada por la guerra, surge en los oscuros años cincuenta conformando un movimiento que levanta la voz, mediante su obra, ante la situación social del país.
En su producción se pueden distinguir cuatro etapas: una primera autodidacta, de inicio y for-mación, de dibujo académico, naturalista (1945 - 1948); una segunda entre la investigación y la bús-queda, expresionista (1948 - 1954); una tercera de consolidación e innovación plena, en la que el trazo es ya testimonio vital (1955 - 1963); y una cuarta (1964 - 1971) de plenitud, denuncia y fuerza, en la que su obra finalmente alcanza la madurez y abre un camino nuevo al dibujo en nuestro país.
En sus trabajos sobre papel se detecta una constante a lo largo de toda su trayectoria, que sin duda desvela su evolución: desde retratos familiares con imágenes figurativas a composiciones de influencia surrealista o constructiva, para finalmente utilizar trazos deshechos, con grandes pinceladas, acordes con su pintura, empleando para ello tanto el grafito y la acuarela como la tinta china.
Millares abre con sus dibujos una nueva forma de expresión, anulándolo como disciplina dependiente de las otras artes: en aquella época, el dibujo era utilizado para manifestar de manera sencilla y espontánea un proceso mental ligado en todo momento a la pintura o la escultura, como soporte primero o boceto de origen de la obra, por lo que era considerado un trabajo menor. El artista propicia un cambio no solo conceptual, sino en su aspecto externo, en el que el trazo y el gesto adquieren primacía frente a la línea, espontánea (exceptuando sus primeros trabajos, anteriores a su llegada a la Península en 1955), con un claro predominio del sentimiento sobre la mera apariencia.
El dibujo se libera para dar paso a obras en las que prima el color, aplicado incluso con pincelada gestual, expresionista. Se representan objetos o paisajes, pero sin cerrarse en la forma, y se prima, por encima de la similitud o la apariencia, su poesía o su musicalidad, su expresión y comunicación. Prevalece, por encima de la representación, el pensamiento, la idea.
Las investigaciones sobre el potencial del dibujo llevadas a cabo por Jackson Pollock en los años cincuenta, influirán decisivamente en la forma de expresión y sistema de trabajo que desarrolla Millares en todas sus obras en papel, creando un conjunto acorde y consecuente que forma parte de la propia historia del dibujo en el siglo XX y que, a juicio de Mª José Salazar, comisaria de la muestra, retorna en cierto modo al pasado, a Extremo Oriente, con trabajos en los que unifica escritos caligráficos o poemas con imágenes, en tinta china o aguada.
Estas «pinturas sobre papel», son una constante a lo largo de su trayectoria y conforman un claro exponente del nuevo concepto del dibujo, evolucionando desde las formas académicas en las que se busca la semejanza con el natural, a una obra en la que prima el valor intelectual y que utiliza para plasmar ideas y pensamientos, en ocasiones como medio de comunicación y denuncia. Se produce en Millares una evolución pareja a sus momentos vitales, que desemboca en el exponente en nuestro país de los cambios que están surgiendo a nivel internacional.
Por todo ello, la obra sobre papel que se presenta en esta exposición es un claro testimonio del «grito silencioso» que dominó su espíritu y trascendió a su trabajo. Millares fue un creador que supo sobrevolar su tiempo y sus circunstancias con el grito desgarrador y silencioso de su obra.
RECORRIDO CRONOLÓGICO POR LA OBRA DE MILLARES
Esta exposición se organiza en cuatro espacios que dividen de forma cronológica las diferen-tes etapas creativas de Manolo Millares.
FORMACIÓN, INVESTIGACIÓN Y BÚSQUEDA (1945 – 1954)
En este espacio encontramos 24 dibujos pertenecientes a los primeros años de creación del artista, divididos en dos periodos: de 1945 a 1948, correspondiente a una etapa inicial de formación y caracterizada por sus dibujos académicos y naturalistas; y de 1948 a 1954, etapa más centrada en la investigación y la búsqueda, expresionista.
Manolo Millares nace en Las Palmas de Gran Canaria (1926) en el seno de una familia liberal y culta, pero carente de recursos. La tinta y el papel, materiales económicos, son por tanto su primer vehículo de expresión. Los trabajos más antiguos que se conservan del artista son sus retratos –como Retrato de su padre-, y autorretratos en los que ya deja ver su facilidad para el dibujo y su enorme personalidad.
De este periodo juvenil es Autorretrato, interesante por la madurez en la manera de componer y concebir la obra, apoyándose para ello en la doble imagen de un espejo. Este recurso lo utilizará muchas veces a lo largo de su vida, con muy buenos trabajos en los años cuarenta (de influencia surrealista) y cincuenta (en los que ya percibimos los cambios en el aspecto creativo). Otro tema recurrente será el estudio de sus manos, de las que podemos ver en la muestra varios trabajos a línea. De fecha indeterminada, están trazados con bolígrafo azul de forma rápida y sencilla, pero no por ello dejan de ser de gran precisión.
En 1948, a partir de la lectura de Mi vida secreta de Salvador Dalí, se percibe una cierta y pun-tual influencia de este artista. Comienza un momento de transición (1948 - 1954) que el artista considera su segunda etapa de formación, claramente reflejado en el elegante Retrato de Elvireta. En esta época continúa dibujando intensamente al tiempo que incrementa su interés por la poesía, algo que será una seña de identidad en todos sus trabajos posteriores, llegando incluso a incluir como referencia en sus dibujos el texto poético de otros creadores.
A partir de 1951, comienza ya a elaborar una obra personal, identificativa con su entorno, que denomina Pictografías y que constituye una síntesis de su proceso creacional, en el que aúna el espíritu de sus artistas de preferencia, Joan Miró y Paul Klee, con su pasión por la arqueología y los signos e ideogramas primitivos canarios. Llama la atención el pequeño trabajo Pictografía y aborí-genes, con clara influencia de Miró en la manera de componer y representar las figuras. Partiendo de la base de los aborígenes, concibe unas composiciones de temática guanche, un tanto áridas, en las que predominan los tonos de la tierra y en las que crea un universo mágico al que dota de cierto misterio; Pájaros y personajes es un claro referente de este momento, al igual que Sin título.
Presenta por primera vez una obra fuera de su entorno en la I Bienal de Arte Hispanoamericano que se celebra en Madrid en 1951, y lo hace precisamente con una Pictografía que denomina Aborigen nº 1, pintura que se considerará trascendental años más tarde en el desarrollo del arte abstracto en nuestro país.
En 1952 concibe unos cuadernos de prosa poética en los que dibuja obras en relación con la tauromaquia. Los titula El niño toro, la corrida que no vi, con imágenes dinámicas que se mantie-nen al margen de la rápida evolución que estaba procesando. Su composición es lineal, ligera, igual que la serie titulada Toros de un año más tarde, en la que incluye la imagen del picador, a la que volvería años más tarde en dos trabajos plenamente informalistas.
De este periodo es también el dibujo de un hombre a caballo, de cuya cabeza surge la «Cometa de mis sueños», como deja escrito en la caligrafía que esquematiza sobre el papel.
Millares retoma elementos figurativos entre 1953 y 1954, pero surgen en esta ocasión con una atmósfera más poética, de trazo más suelto, cercanos sin duda a Picasso. Se percibe este modo de componer en sus tintas chinas Campesinos y La castañera, dibujo nº7.
En 1953 contrae matrimonio con Elvireta Escobio y viaja por primera vez a la Península para asistir en Santander al curso “Arte abstracto”, que le abre las puertas en todos los sentidos y encauza su trabajo de forma definitiva. Emprende en 1954 un nuevo camino con un conjunto de obras, Muros y perforaciones, en las que simplifica las imágenes eliminando cualquier anécdota y, aunque permanece latente en ellas su mundo canario, se adentra en formas constructivas, más simplificadas y ciertamente cercanas a la abstracción.
MADUREZ ARTÍSTICA (1955 – 1963)
Millares comienza un periodo de gran fuerza creadora que denota claramente su ruptura y su nuevo camino. Hay todo un proceso de depuración formal a medida que se adentra en el conocimiento del arte del momento, anclado en el informalismo. En la muestra podemos ver 12 dibujos pertenecientes a esta etapa.
En 1955 se traslada definitivamente a la Península. Esta ruptura supone una nueva etapa, más madura y reflexiva, más comprometida y acorde, desde el punto de vista estético, con el desarrollo de la vanguardia internacional y en la que la expresión y la materia dominan su trabajo.
El año 1956 es clave en su evolución, ya que tras entrar en contacto con el arte de su entorno decide romper toda barrera estética y decantarse por la materia, incorporando en sus pinturas telas de saco y abriéndose a un nuevo mundo creativo: dota a sus pinturas de volumen, las rasga buscando la máxima expresividad. Es posible que esta utilización de la arpillera como soporte tenga su origen en las telas que envolvían las momias guanches que, sin duda, pudo contemplar en sus visitas al Museo Canario, como indican diversos estudios sobre el artista.
En estos años sus trabajos en papel disminuyen, pero los que realiza guardan un resabio de trasfondo matérico: si perfora la arpillera, en sus papeles traza signos, pequeños círculos semejando oquedades. Sus obras son también muy parejas en composición y tonalidad. En el primer caso, prima la materia misma del soporte; en el segundo, la idea primigenia que marca su trazo, siempre en tonos oscuros, negros, betunes, muy cercanos a la abstracción y de formas sencillas, a las que no otorga título alguno.
Va depurando formas en lo que ya podemos denominar «pinturas sobre papel», etapa pura-mente transitoria, ya que dos años más tarde ejecuta obras claramente informalistas en las que la impronta del gesto es básica e incorpora las tintas chinas que esquematiza con pincel.
Millares alcanza en estos años su madurez y desarrolla su propio lenguaje artístico, po-tencia con energía y vitalidad la línea, dominada por el gesto físico, en el que transmite sus propias vivencias.
En 1957 participa en la creación del grupo El Paso y expone en la IV Bienal Internacional de São Paulo, lo que le consagra como una de las grandes figuras del arte internacional.
Durante esta época elimina los títulos de todas las obras, también en sus trabajos en papel, que simplemente cataloga como Sin título.
En 1958 crea los Homúnculos, que para algunos críticos representa al hombre destruido por la guerra, mientras que para otros es una rememoración de las momias aborígenes del Museo Cana-rio. Es el momento en el que incorpora el color rojo a sus creaciones, como nuevo sentimiento, que quedará como tono distintivo de su trabajo. Sin embargo, este color no surge en sus pinturas sobre papel hasta entrados los años sesenta y con él logra brillantes y armoniosas composiciones.
Son escasos, pero muy interesantes los trabajos de este momento, en los que predomi-nan el gesto y el negro como gama dominante, lo que está muy acorde con su generación. Entre ellos se encuentra uno dedicado a Georges Mathieu, rodeado incluso con un poema que debió de crear con motivo de la exposición del artista en las salas del Ateneo de Madrid.
En un determinado momento, Millares entiende, al igual que el resto de los artistas de El Paso, que es utilizado culturalmente por el régimen político para dar internacionalmente una imagen de aperturismo, por lo que toma la drástica decisión de no volver a participar en ninguna muestra oficial. Se decanta por un arte comprometido, de denuncia, y participa activamente en defensa de los derechos sociales, civiles y culturales.
Así entendemos sus trabajos para Ruedo Ibérico, la editorial más potente y significativa del exilio español que en 1962 crea los Cuadernos de Ruedo Ibérico; Millares ilustra los números de octubre y noviembre de 1965 con siete dibujos que titula de un modo muy significativo: Paredón, Hombre caído o Elegía a la paz.
Con este mismo sentido desarrolla, entre 1963 y 1965, una dura serie denominada Los curas, con un lenguaje alejado de su obra anterior. Retoma en este periodo una figuración un tanto expresionista, quizá para dar más fuerza a los personajes; y, aunque trazados en blanco y negro, se sirve en ocasiones del rojo para acentuar bien al personaje o determinados aspectos del mismo.
MOMENTO DE PLENITUD (1964 – 1968)
En esta etapa de su proceso creador, ya de plena y total madurez, el artista se sirve de su obra para denunciar la situación política y social del país en un gesto de rebeldía y protesta, de ahí la potencia y la fuerza del trazo, junto a la agresividad del color en toda su producción. En esta muestra del Centro Botín se incluyen 31 dibujos de este periodo.
El negro es la nota dominante de una obra que es más que nunca la potente expresión de su pensamiento. Son años en los que hace, incluso, una revisión de nuestra historia en relación a Felipe II y a la Inquisición. Su rabia contenida encuentra una salida en las caricaturas que traza de perso-najes políticos y del mundo del arte, duras, de excepcional semejanza. Queda en ellas palpable su fino sentido del humor en trazos rápidos a grafito o tinta.
Paralelamente, ejecuta trabajos en los que el sexo está muy explícito, como en Eva o Adán, en los que la imagen se vuelve algo más realista, con unos personajes aplastados por la propia existencia.
En 1964 realiza obras en tres dimensiones, Artefactos para la paz, como respuesta a la con-memoración de los veinticinco años de paz franquista, que tienen su reflejo en varios dramáticos trabajos Sin título, en los que la fuerza y la potencia de una tercera dimensión parece querer surgir de la propia obra.
Ese mismo año, y provocado por el fallecimiento de su padre, Millares concibe la carpeta Mutilados de paz, con cuatro serigrafías y un poema de Rafael Alberti, que dedica a su progenitor, «primer mutilado de paz que conocí», y que presenta por primera vez en la galería Pierre Matisse de Nueva York, en 1965. Con este mismo título, concibe cuatro trabajos entre 1965 y 1967.
En esta época crea un gran número de pinturas sobre papel, trabajos en los que vierte su an-gustia y su tristeza, en composiciones desgarradas, donde predominan grandes masas negras como componente esencial y máxima expresión de su rabia contenida. Como trasfondo subyace su admiración por Goya y por sus pinturas negras, que están sin duda en la raíz de su trabajo.
LOS AÑOS FINALES. LA LUZ EN SUS OBRAS (1969 – 1971)
De este último periodo se recogen 33 dibujos en la exposición; obras más luminosas, más poéticas, pero igualmente enérgicas.
En 1969 se celebra el bicentenario de la gesta en el Orinoco del geógrafo, humanista y explo-rador alemán Alexander von Humboldt, por el que Millares siempre sintió admiración. Es por ello que crea diecinueve arpilleras que denomina Humboldt en el Orinoco y ocho ilustraciones. Realiza también un viaje trascendental al Sahara con Elvireta y un grupo de amigos; la luz del desierto y la fuerza de los paisajes trasciende a su obra en un aclaramiento de su paleta, en formas más dulcifi-cadas, pero no por ello menos expresivas.
A partir de este momento, el blanco domina su vida; surge con fuerza en toda su produc-ción e, incluso, forma parte integral de la composición, tanto en las arpilleras como en los papeles que denomina Animales en el desierto, en los que traza a tinta china restos de animales, recuerdos y vivencias de su viaje, de forma ligera pero segura. Frente al barroquismo anterior, y aún con el negro como tono dominante, surgen obras más acordes con su nuevo espíritu más aposentado.
En la casa de Matisse, en la Costa Azul, a donde acude con la idea de conocer a Picasso, ini-cia la serie de aguafuertes denominada Antropofauna (1970), trabajada primero sobre papel y más tarde en arpillera; de nuevo la luz del lugar juega un papel fundamental en la claridad de la serie, en las que surgen de forma predominante las caligrafías y una nueva figuración.
Concibe en este tiempo un gran número de obras, Sin título, en las que aúna la luminosi-dad del color con la armonía del trazo, y la utilización de la caligrafía como parte esencial de las mismas. En uno de estos trabajos utiliza como fondo un poema de Manuel Padorno escrito para la carpeta de obra gráfica Torquemada (1970), que hemos de leer de forma transversal, creando una armoniosa composición; en otros trabajos aparece su grafía con textos inspirados en documentos antiguos arqueológicos, pero siempre más sencillos en apariencia, y en los que domina un espíritu más poético que en trabajos anteriores.
Dibuja a tinta china, sobre fondo blanco, animales descompuestos, formas amorfas, dis-torsionadas, sugerentes. Estos trabajos en papel tienen en cierto modo su correspondencia o rela-ción con las arpilleras, aunque el material y el soporte establezcan las lógicas diferencias.
Millares continúa por el camino de la lucha y la denuncia y, en 1971, recrea la serie Mussolini con tintas chinas, en la que plasma de forma ágil y desgarrada el final de este personaje, colgado tras su ejecución en la plaza del Duomo de Milán junto a su amante, Clara Petacci.
Ese mismo año, el Musée d'Art Moderne de la Ville de París organiza la exposición más importante sobre Millares realizada hasta el momento, de tal manera que el propio artista la considera la culminación de su trayectoria. Esta muestra es considerada por Juan Manuel Bonet como un «auténtico testamento estético», porque entiende que toda su última producción condensa en ella, de un modo magistral, su experiencia humana y artística. Y parece, en cierto modo, una pre-monición, ya que Millares fallece en Madrid en 1972.
El trabajo de Manolo Millares es como un «grito silencioso», expresivo pero callado, en el que prevalece el gesto. Un grito de denuncia, potente y dramático que clama en tiempos oscuros, ante el momento que le ha tocado vivir.
«El grito silencioso. Millares sobre papel» reúne obras del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de la Fundación Juan March, del Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, del Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canarias, de Caja Canarias y de coleccionistas particulares.
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