Descripción de la Exposición
Legado de un pintor con laberinto y gato
Por Paché Merayo
Pintar es, sin duda, un magnífico ejercicio de crear belleza. Pero no el único, porque la belleza se agota en sus surcos si entre ellos no habitan el mundo y sus sueños, igual que los sueños mueren si no dejan rastro de sus laberintos, de sus. travesías, inquietudes e interrogantes. También son necesarias las respuestas, los caminos andados y los que no tienen fin. Los horizontes fundidos en el agua o en la arena o en la casa. Pintar es mucho más que pintar y eso lo sabía Rodolfo Pico (Luarca, 1952 -Gijón, 2017), capaz de otorgar a un papel la magia de ser pájaro o barco para surcar sus cuadros, a un lápiz divertidas raíces flotantes para ser un árbol con frutos de colores apoyados en su mina o a un pentagrama la fortuna de unir universos dibujando en sus líneas un sendero perfecto que sostiene los deseos. A veces, también los equilibrios de un gato funambulista. Ese gato negro que vivió en sus lienzos, en su sofá y en su cocina. Se llamaba Catifú y murió como él, que le pintó una y mil veces haciendo tributo al cariño y de paso a la leyenda del misterio felino. Con su gato negro habló, pinceles en mano, de música, de color, de la magia de las notas nocturnas, de los viajes que nunca hizo y de los que atravesó gracias al lienzo. Con él, ahora presente también en esta exposición retrospectiva de Cornión, Pico recordaba, entre otras mil cosas, el cabaret de Montmartré donde sonaba el piano de Erik Satie (Le chat noir). En su silueta conquistó un abrazo de ternura y pintura, una delicada aleación entre animal y existencia que muchas veces fue firma y sello. Con Catifú a su lado, a veces dentro de la tela, otras mirándolo desde fuera, dejó que a los relojes se les cayeran las horas por la alcantarilla, que a la mar se le escaparan sobre ruedas embarcaciones de cartón imposibles o que las rosas se volvieran azules fuera de los jardines y jarrones. Ante su mirada pintó nuevas aguas a la Tierra que se secaba, globos aerostáticos cumpliendo utopías en el aire. Luces salientes en muros simbólicos o casas de atrezzo, escaleras imposibles, equilibrios dolorosos, senderos biselados y hasta cielos ‘aleatorios’. Aviones haciendo cabriolas entre intensos colores o rindiendo homenaje a sus mitos, como Saint-Exupéry, al que retrata sutilmente pilotando sobre África y la literaria serpiente que esconde el elefante de ‘El Principito’. Personaje que acude por partida doble a esta cita y es uno de sus referentes vitales. En realidad una presencia común en toda su generación. Y para Rodolfo Pico su generación, aquella que nació en la década de los cincuenta, casi toda ella en su mitad, era parte de sí mismo. De su pintura. Bebió abiertamente de aquellos a los que admiraba, de aquellos con los que compartía no sólo la época, sino la búsqueda metafísica de una verdad íntima, intransferible y luminosa.
La travesía por todas esas indagaciones y sus colores y sus formas está en esta selección de Cornión, donde cuelgan desde aquellas primeras telas más intensas de los años setenta, a las más libres de las últimas décadas, cuando ya dominaba el color y las fábulas. Cuando su escenario creativo ya era una narración completa, escrita en naturalezas vivas y muertas, en peces, gatos, perros, faros, en su Cuba no conocida y siempre deseada. En los paquebotes, las papiroflexias, la lluvia y los paraguas que convertía en un largo y cariñoso poema de amor por la vida. Esa misma vida que le abandonó hace ya cuatro años. Murió Rodolfo Pico el 27 de febrero de 2017 y desde el día en que apareció en su casa "donde ya era marzo" con el corazón detenido, se espera aún que su obra, fundamental para el arte asturiano de mitad del siglo XX, reciba el reconocimiento oficial que merece. Sus herederos y muchos de los artistas con los que compartió cariño y admiración, como Pelayo Ortega, llevan desde aquel marzo clamando por lo que otros con los que convivió en capital artístico ya vieron colmado.
Ha tenido que ser la iniciativa privada y no la justicia institucional la que muestre quién era, qué hacía, cómo creaba con insólita pureza metáforas de tierras soñadas, componiendo un mundo tan personal y, a la vez, lleno de admiraciones confesas. Y mientras llega el recuerdo subrayado por las autoridades culturales, el legado de Pico espera miradas en la galería de la calle La Merced, pero también tiene espacio propio en los principales museos asturianos y especialmente en el Jovellanos de Gijón, donde gracias a su familia, a su hermana Trinidad Pico y a su marido, José Ramón Zapico, que organizaron su archivo personal, toda imagen o papel que hablará de él ya tiene un fin público. Con su esfuerzo y el de la principal pinacoteca de Gijón, el fondo municipal, que en la actualidad abarca la trayectoria creadora de 30 artistas, quedó completado con el material bibliográfico de Rodolfo Pico. Ahora está disponible para cualquier investigador que indague en la actividad artística y cultural asturiana.
En realidad la esencia de Rodolfo Pico está ahí y en todo lo que dejó tras su paso por este mundo convulso. Su herencia son el color, las líneas, las intenciones, las tarimas dramáticas y las cómicas, la magia, el estallido existencial y hasta sus pinceles ordenados en botes. Pero también sus poemas, porque Pico escribía poesía. Por supuesto sus esculturas. En los volúmenes de la madera empleó sus manos y su tiempo, aunque nunca lo hizo público. Todo, versos, experimentos en dos y tres dimensiones, objetos singulares" Todo sigue en la que fue su casa. Todo menos lo que la familia ha tenido que vender para hacer frente a la publicación que recoge por fin la obra completa en sus páginas. Y de su casa ha viajado ahora a la galería Cornión. Allí se ha creado un recorrido singular por décadas de creación pictórica cuidadosamente seleccionada y expuesta cuando se cumplen justo 25 años de la primera vez que mostró su obra. Tenía entonces Pico 22 inviernos y corría en el calendario 1976 cuando sus pinturas de juventud se estrenaban bajo los focos en el Ateneo Jovellanos. Era y tenía que ser en Gijón, su mapa vital, su casa, pese a haber nacido en Luarca (en la aldea de San Pelayo de Tehona). A las calles que desembocan en el arenal de San Lorenzo pertenecía y entre ellas vivió siempre. Aquí soñó y viajo dibujando horizontes sobre el lienzo. Gijón fue su ciudad. La ciudad que le despidió con una exposición en el Museo Evaristo Valle que le hizo feliz hasta el último día de su vida, en que aún permanecía abierta como un homenaje inconsciente, y Gijón vuelve a ser ahora la ciudad que seguro le hará recuperar la sonrisa, esté donde esté, con este bello homenaje a todo color.
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España