Toda obra de arte nos da que pensar. Platón ya en el siglo IV a.C afirmó que la obra de arte al mismo tiempo que provoca una atracción por sus formas, también genera un interés por el sentido que contienen. El papel de los receptores de las obras por lo tanto es fundamental. Autores como Hans Robert Jauss o Wolfgang Iser o más tarde Umberto Eco llamaron la atención sobre la intensificación del protagonismo del espectador. Tal vez lo esencial de lo que ha cambiado en el arte en los últimos años tenga que ver con los públicos, invitados a participar como coautores de la obra allí donde antes eran, meramente, un sujeto de contemplación. Hoy sabemos que las obras acaban por configurarse en los usos y su circulación en diálogo con los espectadores. La vida de las obras depende de su capacidad de provocar una respuesta ... activa, en la que recreamos como individuos el mundo en el que vivimos, actuamos, pensamos y sentimos. Como nos advierte el filósofo Jacques Rancière producir una obra no es producir sus efectos, el espectador emancipado debe sacar sus propias conclusiones.

El título de la exposición de Luis Velasco 'El deseo y la rabia' nos remite a la atracción visual que tiene la publicidad y a la vez a la imposibilidad de conseguir la totalidad de lo que nos vende. Como arte promocional, la publicidad busca que el consumidor se active, crea el deseo y a continuación la necesidad.

La creación publicitaria nos invita a la interpretación inmediata y reconocible, y en su abundancia (en diarios, revistas, spots televisivos, internet y vallas publicitarias) a la insensibilización. Son realizaciones en general amables, seductoras, que buscan nuestras emociones elementales.

Si en el pasado el arte exigía para su interpretación exhaustiva del conocimiento de mitos clásicos, de sagradas escrituras o acontecimientos históricos, hoy en día también el arte no está libre de complejidades. La exposición nos muestra huellas de la publicidad en sus laceraciones de carteles, en sus series de fotografías de vallas publicitarias vacías esperando un anunciante, en sus cajas de luz, que no iluminan imagen alguna, pero también alude al arte clásico, a artistas del siglo XX como François Dufrêne y de estos últimos años como Klara Lidén.

Luis Velasco en sus fotografías, esculturas e instalaciones nos muestra lo que literalmente no vemos, aquello que por cotidiano pasa desapercibido. Apela a nuestros intereses, nos cuenta cosas y nos propone referencias.

Esta exposición tiene la ambición de construir con lucidez un territorio en el que se debe ejercer el placer de la inteligencia y de la emoción, en el que cada uno de nosotros practiquemos nuestra capacidad de juzgar la cultura y donde al final tengamos el gusto de decidir por nosotros mismos.