Descripción de la Exposición
El Crepitar de los Insectos.
LIBRO NEGRO
Por Victor Hugo Bravo
Museo Histórico de Placilla, Valparaíso, Chile.
Ciclo Arte Contemporáneo, Lo Multidisciplinar 2021-2022
5 de enero al 1 de febrero de 2022.
Texto: Inés R. Artola (crítico y curadora arte contemporáneo, España-Polonia)
El Crepitar de los insectos
Obra en proceso
No pienso que el hombre tenga la más mínima posibilidad de arrojar un poco de luz sobre todo eso sin dominar antes lo que le aterroriza. No se trata de que haya que esperar un mundo en el cual ya no quedarían razones para el terror (…). Se trata de que el hombre sí puede superar lo que le espanta, puede mirarlo de frente.
Georges Bataille, El erotismo
El Crepitar de los Insectos plantea una investigación visual que surge en periodo de pandemia, frente a la marcación corrosiva que implica una introspección a los campos referenciales propios y los excedentes del contexto en convulsión.
Una disidencia visual que aglutina horrores, corrimientos y descalces de lo humano en sintonía con las disidencias en todo orden, desde la fijación en lo diferente, lo foráneo, expandido hasta el sitio de lo abyecto como extremo polar de la propia migración de los conceptos instalados en la forma.
En alianzas disciplinares la mirada se instala a nivel de suelo, la línea de lo no observado para trabajar con los desperdicios del sistema, compilando en un proceso de largo aliento, El libro negro, una serie de bocetos tridimensionales, experimentos visuales, apuntes rápidos del entorno, que entran en vibración con lo que subyace en la realidad de lo humano.
La distorsión de lo político y la deformación de lo biológico establecen un linde que desmitifica los estatutos y valores de la sociedad perfectamente alineados a los mecanismos de blanqueamiento de estado y las necro-políticas del poder como embrión de una sociedad cristalizada en la perfección, la pureza y el lustre de sustentar toda acción en la negación violenta del otro.
Sobre el Crepitar
El hombre es también uno de los leitmotiv más constantes en la obra de Víctor Hugo Bravo, pero bien lejos del canon renacentista. Se acabaron las alabanzas a todos sus logros e inteligencia. Aquí, lo que se nos muestra es la otra cara, violenta, perversa, sin condescendencia. El hombre, sí, aparece en la obra de Víctor Hugo Bravo, pero lo hace como silueta e incluso como sombra, pues es arrancado de su absurdo antropocentrismo. Aparece como un ser monstruoso, a caballo entre lo humano y lo animal.
Capaz de liquidar su propia conciencia, de actuar a sangre fría. Solo que la diferencia entre hombres y animales consiste en que, en nuestro diccionario, los vocablos crueldad, dominación, poder están incluidos, mientras que para los animales son completamente ajenos, pues estos solo responden a su instinto. Si los renacentistas se empeñaron en legitimar el poder de construcción del hombre, Víctor Hugo Bravo se encarga de legitimar su poder de destrucción.
El cuerpo humano como tal, como objeto, aparece con frecuencia fragmentado. Aunque ya no es la fragmentación exquisita de los surrealistas, sino que ahora se presenta completamente descuartizada, maltratada. Y de entre todos los fragmentos de nuestra anatomía, la cabeza aparece incansablemente en la obra de Víctor Hugo. Despojada del cuerpo, expuesta y dispuesta para el espectáculo.
Decapitaciones en masa de personajes anónimos o de símbolos de poder que permanecen erguidos solo por unos frágiles bastidores. Títeres, peleles. Iluminados con neones o abandonados en la más terrible de las penumbras. En realidad, podría ser la cabeza de cualquiera de nosotros.
Coda Abyecta
Lo viscoso, lo crudo, lo abyecto, lo violento se dan cita en la escenografía perversa que prepara Víctor Hugo Bravo ante nosotros. Si hace ya más de siglo y medio, Rimbaud repudió a la belleza sentada en sus rodillas, Víctor Hugo Bravo ahora la tira directamente al suelo y le apunta con un arma.
En la serie de retratos superpuestos “El crepitar de los insectos”, último de los trabajos del artista, encontramos superposiciones de rostros que se adhieren en carne viva a otros rostros anónimos o personajes de ficción conocidos, muchos de ellos cruentos.
Solapamientos de semblantes y fisionomías que llevan a una deformación monstruosa, haciendo coincidir gestos y líneas que se desencajan hasta llegar a lo abyecto. Imágenes deformes que se desdoblan como sus protagonistas. Mitad hombre, mitad bestia. Un flujo sangriento de historias que quedan en un catálogo siniestro y alimentan nuestra iconografía imaginaria más virulenta.
Mediante estos montajes, que parecen ser piezas de archivo o de laboratorio, juegos visuales que llegan a la monstruosidad. Retratos que se tornan, paradójicamente, más reales en la ficción de sus superposiciones. Capas de fisionomía que ahondan en lo psíquico. Muecas que se encubren y falsean para dar un aspecto que ya no nos habla de la apariencia externa, sino de la interna. El rostro, aquel que nos define y nos hace únicos, aquí se vuelve uno, en la acumulación de varios mediante la libre manipulación del artista en búsqueda obsesiva de lugares comunes, de coincidencias en arrugas, dientes, cuencas de ojos, mandíbulas desencajadas; una búsqueda de lo grotesco que se apelmaza y se fusiona viscosamente. Retratos psicológicos despojados de aura que se sumergen en las tinieblas del ser humano. Cabría preguntarse si el visionado por separado llegaría a ser más agradable.
Ambición, sadismo, desbordamientos y una larga lista de perturbaciones mentales que aquí Víctor Hugo Bravo nos presenta en negro a través de lo más definitorio del ser: su rostro. De nuevo, el negro. Pero ya no como color de luto o de lo siniestro. Ahora hablamos también de raza, de origen. El trato despectivo, incluso peyorativo que se traslada a la historia real y a una lamentable actualidad de discriminación y empoderamiento ante lo que nunca perteneció al ser humano: el sí mismo. Pues él no puede poseer a otro, pero su gran ambición es conseguirlo. Locuras, obsesiones, depravaciones que están a la orden del día.
El retrato fotográfico como una historia de la memoria. Pero una historia en la que ya nadie sonríe y, si lo hace, provoca escalofríos. La ficción para explicar eso que resulta inexplicable, que el hombre a sí mismo no puede traducir, pues es una lengua que procede de su misma naturaleza, esa que se sitúa en el lado más oscuro y que es tan nuestra.
Resulta tan difícil mirarla a la cara. Una memoria que se solapa, que deja cabos sueltos en nuestra conciencia pero que aquí Víctor Hugo Bravo se encarga de zurcir con un grueso y tosco hilo, de pegar y despegar sin miramientos, hasta dejar esos rostros desgarrados de violencia, comidos por la violencia. La memoria alterada que recuerda y no olvida, que huye y se queda ante nosotros petrificada, mirando fijamente e interrogando sobre la bestialidad que inunda cada día ante nuestra pasiva mirada.
Tiempos que corren.
El lado más salvaje de la vida…
Ines R. Artola
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