Descripción de la Exposición
Dibujos en colaboración con artistas vivos y muertos, un misterioso monocromo del siglo XVII, y un noticiero de una sola noticia, son los trabajos que se podrán ver en “El campeón de los fantasmas”, la muestra de Fabio Kacero, curada por Francisco Garamona, en Ruth Benzacar Galería de Arte.
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EL CAMPEÓN DE LOS FANTASMAS
Probablemente esta muestra de Fabio Kacero pueda verse –aludiendo a la célebre frase de de von Clausewitz– como la continuación, por otros medios, del último libro publicado por el artista, una año atrás: “Antología del sueño argentino”. En ese libro se cuenta un sueño, un sueño imaginario, como todos los del libro, en el que un muchacho se encuentra en la entrada de un casa de remates de arte y el guardia de seguridad del lugar le entrega el grueso catálogo de la subasta y le dice que se acaba de vender el cuadro más caro del mundo y le pregunta si sabe de quién es. El muchacho da vueltas las páginas del catálogo buscando responder la pregunta, pero lo que ve no son obras de arte y nombres de artistas, sino sólo firmas que ocupan cada hoja, que a su vez están firmadas con la misma firma en el ángulo inferior derecho (El muchacho no sabe responder cuál es el cuadro más caro de la historia, pero nosotros, con la lógica del Capitalismo, podríamos asegurar: el próximo). La anécdota urdida por Kacero escritor inspira a Kacero artista plástico, que hunde su brazo en la ficción, arranca las páginas de ese catálogo imaginario y las convierte en las hojas reales que podemos ver hoy enmarcadas y colgadas en la sala de la galería.
Como sea, y más allá de la cuestión de la precedencia entre el escritor y el artista plástico, yo creo que el hecho de haber posado su ojo sobre un elemento como la firma es una demostración de puntería, a la vez que de sutileza; destrezas muy kacereanas. Viejo profanador de caligrafías ajenas (como si de absorber potencias extrañas a él se tratara), y ahora de firmas, Kacero siempre parece proceder con esa misma destreza en la mira, con esa misma claridad en la elección de su objeto, que hace que sus obras se basten a sí mismas y que nunca necesiten –como tanto arte contemporáneo– de una explicación previa para apuntalarse, para encontrar su razón de ser. Pienso en obras tan diversas como el nemebiax, el muertito, las nieves indoors, los carteles MoMA-Tate, los índices, el video de sus créditos personales, o el del viaje del tiempo, el Earlater. (Y algo equivalente podríamos decir de sus procedimientos, guiados por principios simples, pero que a menudo suelen disparar procesos interminables, como lo ejemplifica paradigmáticamente el arte combinatoria del nemebiax, en el que lo elemental del recurso convive con la desmesura de sus resultados. Así lo trasunta la sintética fórmula enunciada por el propio Kacero: “lo infinitamente posible en la forma de lo infinitamente combinable”).
Pero, ¿qué es una firma?, ese garabato automático donde se cifra la identidad, ese dibujo casi inconsciente que, como un rey Midas de la apropiación, se adueña de todo lo que toca.
¿Y cómo funciona ese mecanismo de apropiación? Y a su vez, ¿quién firma la firma, o quién la legitima? ¿Hay una firma mayor por encima de las grandes firmas que vemos, y hay una firma más diminuta aún debajo de sus firmas pequeñas? ¿El que firma último firma mejor?
No hay espacio aquí para desplegar los interrogantes (y sus posibles respuestas) que plantean estas firmas firmadas, y Fabio, con una leve sonrisa taimada, se limita a describirlas de este modo: dibujos en colaboración con artistas vivos y muertos.
Al entrar en la segunda salita de la galería nos encontramos con un monocromo de color rosa, solitario y enigmático, que luego se revelará, tras la lectura del cuento que lo acompaña (“El monocromo del molinero”), como surgido de ese mismo cuento. Es decir, un gesto similar al anterior –desplazamiento entre improbables realidades y ficciones–, aunque más deliberado. Cuando lean el cuento, sabrán que el monocromo fue pintado por un molinero del Siglo XVII; algo imposible para esa época, o, en realidad, perfectamente factible, solo que la imposibilidad pasaría más bien por considerar a una tela pintada de un solo color, en ese siglo, como una pintura, una obra de arte.
¿Qué es posible ver en una época? ¿Qué es un objeto si le falta un mundo para denominarlo, o siquiera para verlo? Claves de un cuento al que tampoco le es ajena la cuestión de la autoría, y por consiguiente de la firma, porque también nos lleva a preguntar: ¿Quién debería firmar ese monocromo materializado de la ficción? ¿El mismo Fabio Kacero?, ¿el molinero del siglo XVII, protagonista del cuento?, ¿o los espíritus que, según se cuenta, guiaron sus manos para pintarlo? (En la sala de las firmas está Madge Gill, una artista inglesa que firmaba sus dibujos con el nombre del espíritu que la poseía). ¿O tendrían que firmar los tres? ¿O nadie?, como ocurre de hecho con el monocromo. Nadie, una firma que se niega a sí misma, y que –humor Macedoniano mediante– Nadie quiere usar.
Y si las dos primeras salas están pobladas de presencias fantasmales, lo está también la tercera, donde se exhibe el video “Dear friends...”. Un noticiero de TV compuesto de muchos nombres y una sola noticia. Los nombres que puede incluir este género de noticia (la muerte de una persona) es limitado, y ese límite lo constituye una de las articulaciones posibles que tienen las firmas y los nombres, ya obviamente vinculados entre sí: la fama. Aún cuando Kacero haya buscado excepciones a la regla de la fama –me consta que denodadamente–entre los elegidos para protagonizar su video.
Además de notable ejercicio de observación de un género y sus convenciones, “Dear friends...”, me remite inmediatamente a la propia obra del artista, a aquellos primeros acolchados de principios de los 90, que remedaban lápidas –aun con su desconcertante aspecto de packagings relucientes–, y que contenían inscripciones, en calcomanías, de nombres y fechas de nacimiento y muerte.
Y para finalizar esta semblanza, vuelvo al principio, a la “Antología del sueño argentino”, y a la filiación del libro con la muestra, ya que “El campeón de los fantasmas”, el título de la muestra, está extraído literalmente del libro. Y Kacero, pastor de espectros, la utiliza allí para designar una cosa precisa.
¿A qué cosa, se preguntarán?
Y ahora soy yo el taimado, su editor, y su curador en esta oportunidad, quien dice que para develar ese misterio deberían leer el libro.
Francisco Garamona
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ACLARACIÓN
Las firmas de los artistas, críticos, curadores y galeristas vivos incluidos en esta muestra son firmas que, en su mayoría, he recolectado yo mismo en persona.
Hago esta simple aclaración con el objeto de puntualizar que la obtención de las firmas dependió más bien de condiciones azarosas (el encuentro en una inauguración por ejemplo, donde yo, tras una breve introducción de mis intenciones, proveía a la persona de un marcador y un papel), y para que se entienda, en consecuencia, que las firmas exhibidas aquí son sólo las firmas que pude conseguir y que no constituyen una selecta recopilación de nombres del ámbito artístico local.
La opción de abarcar un panorama más o menos completo de nuestro ambiente estuvo fuera de mi alcance.
De todos modos, aclaro también que no fue posible mostrar en esta ocasión la totalidad de las firmas recolectadas. Seguramente no faltara en el futuro una oportunidad para hacerlo.
Si alguien que firmó, no se encuentra incluido en la muestra, le pido disculpas.
En cuanto a las firmas de los artistas muertos, aunque pueda parecer que, a diferencia de los anteriores, me haya guiado por un criterio más selectivo, o de preferencia personal, debo decir, primero, que no todos los espectros convocados para firmar accedieron a mis requerimientos, y que otros, en cambio, firmaron sin invitación expresa.
Y segundo, que he compartido parte de la elección de los artistas del más allá con el curador de la muestra, lo que me llevó –al intentar complacer sus sugerencias, algunas incluso del siglo XIX– a exigir mis dotes mediúmnicas al máximo.
Fabio Kacero
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