El tiempo, la naturaleza, el paisaje, se convierten en necesidad: estar dentro del bosque, pintar en medio del arroyo, tener el campo a la vista, mirar huertas y patios, oler el aire en sendas y caminos, ver como todo se mueve.

La mirada se acomoda al color de las estaciones: el amarillo brinda la luz, el calor, la cosecha; los ocres, la tierra, y, junto al naranja, reflejan la puesta de sol; el verde, primerizo en otoño, crece en invierno, y explota en la primavera; la flor, contraste del verde extenso; el rojo, descorche del alcornoque; azules y violetas, sombra de la encina; la claridad es el tronco del eucalipto.

La lluvia descompone, de nuevo, la tierra: mueve piedras y lodo; en muchos lugares renace el cauce y se llena de agua: la ... luz lo ilumina con reflejos de floresta, juncos y árboles inclinados al vacío.